La Christian Science revela el hecho de que, por cimentarse en el invariable Principio divino las enseñanzas de Cristo Jesús y porque las condiciones del pensamiento material con que se enfrentó y rasgó con la luz irresistible de la Verdad son siempre esencialmente las mismas, la instrucción espiritual del Maestro es hoy tan atractiva y tan práctica como cuando la impartió hace dos mil años. Esto es tan cierto de sus enseñanzas implícitas e ilustrativas como de sus instrucciones explícitas.
Para el propósito al que se contrae este artículo, consideremos la breve declaración de Cristo Jesús de que los hombres no “echan vino nuevo en odres viejos, de otra manera se revientan los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; sino que echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro a una se conservan” (Mateo 9:17). A lo cual se refiere Mary Baker Eddy correlativa y explicativamente cuando declara en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (págs. 281, 282): “La Ciencia divina no pone vino nuevo en odres viejos, el Alma en la materia, ni lo infinito en lo finito. Nuestros puntos de vista equivocados acerca de la materia desaparecen a medida que comprendemos las realidades del Espíritu. La antigua creencia tiene que ser desechada, pues de otra manera la idea nueva se derramará, y la inspiración, que ha de cambiar nuestro punto de vista, se perderá.”
Dada la tenacidad de la humana creencia en la materia, fuerte es la tendencia y persistente el esfuerzo por echar el vino nuevo o inspiración de la Christian Science en los viejos odres terrenales. Esto se ve en la creencia errónea de que la materia existe como substancia; que está consciente y que, por estarlo, es tanto causa como efecto; que los hombres viven en sus respectivos cuerpos físicos que pueden enfermarse porque se cree que funcionan y se gobiernan por sí solos. Lo cual lleva a la creencia de que hay que emplear la Christian Science para cambiar un cuerpo material enfermo en cuerpo material sano a fin de seguir uno cómodamente en la materia.
Pero la Christian Science nos enseña a que consideremos todo como lo consideraba Cristo Jesús, o sea desde el punto de vista de que Dios, Espíritu o Mente, es el Padre-Madre de todo lo que es real, verdadero, y que está en actividad. Esto nos lleva a la aceptación de la declaración y precepto divinos de que todo es Mente y espiritualmente mental, todo es Espíritu y espiritual, por lo cual no existe la materia. Cristo Jesús declaró enfáticamente (Juan 6:63): “Es el espíritu el que da vida, la carne de nada aprovecha.” Ciertamente que el Maestro no se hubiera referido a la carne tan desdeñosamente si la hubiera considerado real y creada por Dios. Hasta los hombres de ciencia física más aventajados declaran ya que la materia no es más que un concepto mental; pero no hallan que hacer con ella.
Mas el mesmerismo de las creencias materiales es tal que aun después de tener pruebas convincentes, mediante las curaciones, de que es verídica la enseñanza cristiano-científica de que todo es Mente y que la materia no es nada, nos sentimos tentados a tratar de echar el vino nuevo de la inspiración científica en odres viejos, creyendo que el tratamiento en la Christian Science tiene por objeto simplemente alterar cuerpos enfermos utilizando medios espirituales. Empero Mrs. Eddy afirma (Ciencia y Salud, pág. 179): “La Mente inmortal cura lo que el ojo no ha visto.” En otras palabras, la Christian Science se concierne únicamente con las condiciones mentales, pues no hay otras. Toda condición es primordial y solamente mental. El practicista nunca da tratamiento a la materia en la Christian Science.
Estamos propensos a olvidar lo que Cristo Jesús sabía tan ininterrumpidamente como saber que dos más dos son cuatro: que el único hombre que existe o puede existir es el creado por Dios, Mente divina, y por tanto es una consciente percepción individual perfecta. Este hombre perfecto o consciencia individual perfecta es lo que Cristo Jesús veía donde los demás contemplaban un mortal enfermo porque creían que el hombre es material e imperfecto. La percepción correcta del hombre curaba o corregía el falso concepto de que el hombre es físico y está enfermo.
Cuando una mujer que había estado enferma dieciocho años se halló frente a Cristo Jesús “estaba agobiada, y no podía en manera alguna enderezarse” (Lucas 13:11)— el Maestro ni siquiera se vió tentado a creer que la espina dorsal de ella requería reajuste. Jesús no se vió tentado a echar vino nuevo, la inspiración del Espíritu, en los viejos odres de la materia creyendo que ésta estaba enferma y había que curarla. Dijo que la había ligado y encorvado, no una afección dorsal, sino Satanás, el “mentiroso, y padre de mentiras.” El sabía que era el estado mental de la mujer lo que había que enderezar o rectificar.
La verdad de que el hombre es completa y eternamente hijo o expresión de Dios, Espíritu o Mente, y por lo mismo una consciencia espiritual individual — que es lo que sabía el Maestro — redarguyó como ficción el erróneo concepto de la mente mortal que esa mujer venía albergando. La verdad la libró de su creencia en una mentira, y eso es todo de lo que cualquiera de nosotros necesita o puede librarse. Cosa distinta nos parece cuando nos adherimos a la creencia en que la materia es causativa y consciente, y luego creemos que es el error lo que se aferra a nosotros en vez de ser nosotros los que nos aferramos a él.
Mateo cita que Jesús dijo (6:8): “Vuestro Padre sabe de lo que tenéis necesidad, antes que le pidáis.” Haríamos bien en tener presente esto cuando nos veamos inclinados a creer que lo que necesitamos es algo material — una casa, un automóvil, cierto empleo o conexión con algún negocio, o quizá algún plan o arreglo ideado humanamente que nos parezca más deseable o placentero. La afirmación de que el Padre sabe lo que necesitamos indica claramente que lo que nos hace falta son los verdaderos pensamientos de amor y de armonía que el Padre conoce y que la Mente imparte a todos continuamente, y que se expresan humanamente en inteligencia, paciencia, abnegación, gratitud y fe en el Amor divino. Si oramos y nos esforzamos por reflejar la Mente que caracterizaba a Cristo Jesús en vez de simplemente procurar realizar algo materialmente, no incurriremos en el riesgo de perder el vino, la inspiración de la Christian Science; y todas las demás cosas nos serán dadas por añadidura, como lo prometió el Maestro.
Quien experimente una curación gracias a la Christian Science considerándola sólo como alivio físico, se priva de lo que más importa: el despertamiento y enaltecimiento espirituales que parecían haberse perdido. Por eso nos dice Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 167): “No más pueden la carne y el Espíritu unirse en la acción, que el bien coincidir con el mal. No es prudente asumir una posición vacilante e indeterminada, o tratar de valerse igualmente del Espíritu y de la materia, de la Verdad y del error.” Y termina diciendo más abajo: “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede aprovecharse el poder científico de la curación.”
Confiar radicalmente en la Verdad no significa emplear el Principio divino como quien usa una píldora o un purgante para curar un malestar físico. Confiar radicalmente en la Verdad que es Dios significa cifrar nuestra confianza en el Espíritu que es Mente divina, como el Todo-en-todo del ser verdadero. Confiar radicalmente en la Verdad que es Amor divino significa depender del Amor divino como la única fuente y el único proveedor de vida y bondad, de salud y armonía, de gozo y de paz. Aprendemos en la Christian Science que la salud es una cualidad de la Mente divina que todo lo sabe, no una condición de la materia. Esta gran verdad que Cristo Jesús sabía y demostraba, echa fuera el temor del mal y de la materia, produciendo así la curación deseada. Esto es poner vino nuevo, o la inspiración y comprensión de la Christian Science, en odres nuevos, en los que no puede perderse.