En diciembre de 1947 yo andaba en viaje de recreo por Tasmania y a la madrugada siguiente esperaba partir de Launceston rumbo a Sydney, cuando me agarró un violento dolor en el costado derecho. Luché por sanar hasta poco después de las nueve, cuando ya no pude aguantar el dolor. Me acompañaba mi esposa, y decidimos mandar un telegrama urgente a un practicista cristiano-científico de Sydney, a una distancia de más de mil ciento veinte kilómetros, solicitando tratamiento. Esto pasó a las 9.30 a.m.
El pensamiento a que me aferraba yo es el del Padre Nuestro con su interpretación espiritual del libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy (p. 17): “Sea hecha Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Capacítanos para saber que — así en la tierra como en el cielo — Dios es omnipotente, supremo.” El encargado de la administración de correos nos indicó que el telegrama llegaría a Sydney dentro de una hora. Nosotros estábamos absolutamente seguros de que el poder del Cristo era capaz de curarme, y me complazco en decir que no teníamos ni el mínimo temor. Poco después me dormí tranquilamente y a las 11.45 a.m. desperté completamente sano.
De enfermo que estaba, no me hallaba en condiciones para viajar, pero una hora después de haber sanado tomé un tren para Devonport, al anochecer de ese mismo día me embarqué en un vapor para Melbourne, y después de esperar pocas horas tomé un avión con destino a Sydney. No tuve convalecencia ni he tenido ninguna recaída. Fué una prueba admirable para nosotros de la eficacia de un tratamiento en ausencia.
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