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De honda raigambre

Del número de octubre de 1954 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por el sendero de una zona forestal yace, descuajado, un gigantesco árbol centenario. Una tarjeta a él prendida cuenta sus historia: “Su caída la ocasionó el hecho de no haber ahondado sus raíces suficientemente en el terreno,” dice la inscripción. Por lo visto, su suerte había sido fácil de lograr. Brotó y creció en la opulencia de un terreno ricamente fértil, requiriendo meras raíces superficiales para que se desarrollara rápida y frondosamente. Contaba además con el asilo que le daba la selva aglomerándole otros árboles que le amortiguaran los ventarrones y tormentas.

No lejos de allí, otro árbol milenario yergue todavía su cima colosalmente elevada. Se admira uno de verlo así sobrevivir tan ferazmente, contrastando su historia con la de su vecino derribado. Con profundas raíces férreamente prendidas, este monarca de la selva se ha adherido por lo menos todo un siglo a una peña viva de aridez aparente en la ladera de una barranca azotada por los vientos y batida por las tempestades. Sin nada que lo proteja, este árbol despliega aún la triunfal majestad de un conquistador. Puesto a prueba, sobrevivió a las tormentas que no pudo aguantar su hermano el aparentemente más afortunado.

El árbol caído nos hace recordar las palabras del Maestro a sus discípulos cuando vió que se alejaba entristecido el joven rico: “Hijos, ¡cuán difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el reino de Dios!”

Piensa uno instintivamente en otro árbol venerable que se yergue triunfal en la cumbre de una montaña de la Nueva Inglaterra, un majestuoso roble cuya robustez inspiradora la ha inmortalizado el poético fervor de nuestra amada Guía, Mary Baker Eddy, en la página 20 de su libro Poems, en el que leemos:

“Fiel y paciente cual el ser que alientas
sea yo para luchar con las tormentas;
y arraigada cual tú en amor profundo,
eleve al cielo mi crecer fecundo.”

Cuando uno contempla la triunfal grandiosidad de la vida de ella, se regocija de que haya sido contestada su oración tan copiosamente. La razón es evidente. Su fe, su paciencia, su fuerza para luchar con las tormentas que ningún otro Científico Cristiano ha tenido que afrontar, sus victorias espirituales que la elevaron a una comprensión que ningún otro ha logrado después de Cristo Jesús — todo se explica fácilmente. Nunca ni por un instante confió ella ni dependió de lo que fuera pura raigambre superficial. Ella arraigó su pensamiento profundamente en el terreno de la comprensión espiritual. Y progresó talmente preparada y fortificada por esa comprensión de la verdad que, a medida que su obra cobraba potencia, las tormentas de mayor altitud la hallaban demasiado profunda en su arraigo para que pudiera caer.

Manteniéndose firmes al lado de ella en los primeros días cuando la Christian Science no se aceptaba tan generalmente como hoy, sus estudiantes se esforzaban celosamente por arraigar su fe tan hondamente en la comprensión que su resistencia contra las tormentas de la crítica y la persecución que entonces encontraban les aseguró su crecimiento en dirección al cielo en vez de estorbárselo. Después de haber enseñado por muchos años, Mrs. Eddy hizo una declaración incluida más tarde en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 29) de importancia impresionante para los Científicos Cristianos de hoy, a saber: “En el año de 1867 enseñé la Christian Science a mi primer alumno. Desde entonces he sabido de sólo catorce defunciones en las filas de unos cinco mil alumnos míos.”

El precedente que tal record establece fija una alta norma para sus adeptos. Sin embargo, independientemente de ese éxito, la actualidad exige que los estudiantes de la Christian Science cumplan individualmente, como sus antecesores, con sus requisitos de consagración, obediencia, vigilancia siempre alerta al deber, y fe. A la mira de proteger desde luego nuestra Causa y asegurar su prosperidad futura, es imperioso que demos a su crecimiento espiritual el primer lugar en nuestros pensamientos. Los Científicos Cristianos no deben permitir que el bienestar de la iglesia y su número de miembros cada vez mayor les hagan creer mesméricamente que sólo en eso estriba su crecimiento y protección adecuada.

El crecimiento es espiritual. Nuestra Causa avanza únicamente en la proporción en que sus miembros individualmente avancen hacia el Espíritu. A efecto de que la demostración cristiano-científica actual vaya a la vanguardia de la prosperidad exteriormente palpable, es preciso que los Científicos Cristianos cuiden de percatarse cómo crecen. El sermón sin palabras de los dos árboles antedichos los precave, los provoca, los despabila y los inspira. ¿Estáis ahondando — les pregunta — hambrienta y sedientamente vuestras raíces en el subsuelo del Amor en recia y vigorosa busca de comprensión espiritual? ¿u os contentáis ociosamente con extender vuestras raíces superficie adentro sólo lo suficiente para conservar vuestra salud y adquirir el caudal de rigor para vivir con humana comodidad y física satisfacción en la actualidad?

El presidente de cierto colegio amonestaba con frecuencia a sus alumnos a que tomaran tiempo cada día para encararse consigo mismos y aquilatar sus pensamientos, sus palabras, sus acciones, sus ideales y ambiciones pesándolos en la balanza de la norma del Cristo a fin de cerciorarse de si perseveraban o no por el camino estrecho que los llevara a la meta. Sería igualmente sensato que los Científicos Cristianos siguieran ese mismo curso. Escrutar así a diario el pensamiento de uno evaluando su perspectiva, sus móviles, sus miras y aspiraciones ha de infundirle una honda sensación de confianza, fuerza y gozo, o si no, ha de reprenderle y despertarle su pensamiento, dando mejor rumbo a sus esfuerzos ya conscientes.

Bien puede uno encararse consigo mismo a menudo con preguntas como estas: ¿Aplico la Christian Science para gratificarme humanamente o para mi crecimiento espiritual? ¿Me esfuerzo con ella para ganar riquezas, popularidad, poder, buen puesto, intelectualidad u otros fines materiales, o me esfuerzo por lograr una comprensión tal de las ideas espirituales de Dios que encuentre yo en ellas substancia y armonía, aun cuando cambie mi situación humana? ¿Procuro alcanzar la precaria comodidad y el placer de una existencia dizque tranquila, o un concepto demostrable de la paz y armonía del reino de los cielos que me habilite, si es necesario, para elevarme alborozado por encima de las tormentas de la existencia mortal, seguro en mi comprensión firme y serena de la vida eterna? ¿Dependo de otros para mi bienestar, o confío sólo en Dios?

Cada momento en que uno está consciente piensa, discute, escoge o decide. Si lo que se halla mortalmente conveniente predomina en la balanza mental, lo que se consiga humanamente puede ser hasta lujoso o rápido de obtener mientras no llegue la hora en la que las raíces puramente superficiales resulten incapaces de seguir sosteniendo el peso de la carga material. Por contra, si uno ora constantemente a Dios: “Dime cómo caminar” (Poems, pág. 14), la inspiración divina lo guiará, lo gobernará, lo purificará, corregirá y elevará si es de humilde corazón receptivo, de manera que las raíces en que se cimiente su crecimiento sean fuertes y profundas para que ni el éxito lo azore ni la adversidad interrumpa su triunfal prenderse a lo divino y lo eterno.

Seguir el primer curso es tratar de aprovecharse de la Christian Science para medro material; adoptar el segundo curso es demostrar científicamente sus verdades eternas. Adquirir riqueza, posición, poder, popularidad o bienestar físico no es en sí demostrar la Verdad según la Christian Science. Esas cosas son materiales y transitorias, mientras que la Verdad es el Espíritu eterno, Dios, presente en todas partes. Puesto que El no produce la materia, no hace al hombre material ni lo sujeta a condiciones materiales, hasta las manifestaciones de mejora material sería erróneo tomar como demostración de la Christian Science. Pueden hasta ser el resultado de tendencias mentales precisamente contrarias a las enseñanzas puras de la Christian Science, como sucede con la codicia, la idolatría, falsa ambición, temor, orgullo, egoísmo, dominación, injusticia y aún la deshonra, y tender a hacer que se confíe en lo falso y que se adore el “yo” personal en vez de adorar a Dios.

La demostración cristiano-científica es mental y espiritual. Es la consciente comprensión de Dios mediante la cual se dan a conocer Su presencia, poder, omnisciencia, bondad y amor. Tal demostración es permanente y eterna, sin que tenga que ver absolutamente nada con el lugar, el tiempo o las circunstancias. Los conceptos verdaderos que se adquieran y se retengan en la consciencia humana se expresan inevitablemente en prosperidad humana. El que demuestra la Christian Science expresa humana y naturalmente más amor, inteligencia, salud, armonía, bondad, sabiduría y es más confiable y confiado en lo que de bueno refleja, probando así que es un ciudadano más valioso, más necesario, más solicitado, mejor apreciado y recompensado. Pero todo esto es el fruto de la demostración, sin que deba tomarse como la demostración en sí.

Buscar la Christian Science por los panes y los peces en vez de la demostración de la Verdad es mostrarse ignorante. Quien recoja la barcia o ahechadura y deseche el trigo puede ser que llene sus costales humanos abrumando así su carga material, pero hacer eso es dejar completamente de abastecer su necesidad. Demostrar la verdad de la Vida es avivar espontáneamente el pensamiento a un estado de consciencia más saludable y armonioso. Eso naturalmente cura las enfermedades, alivia las penas, destruye los pecados, vivifica la actividad, impide accidentes, evita el contagio, disipa el temor y vence la muerte. Pero todo esto es sólo la evidencia de la demostración de la verdad de la Vida, incesantemente perfecta, armoniosa y eterna.

La demostración de la Christian Science abre de par en par las puertas a la espiritualización completa del pensamiento de quien la demuestra, afianzándoselo profundamente en la comprensión espiritual. A medida que prevalezca esta actividad, los Científicos Cristianos de hoy en día han de continuar y complementar el record admirable que estableció su amada Guía, y la aceptación universal de la Verdad hará cundir es demostración y su manifestación en vez de adormecer a los estudiantes reduciéndolos a un estado de apatía o indolente satisfacción en fácil complacencia humana.

Por todo lo cual los estudiantes sinceros de hoy hallan una lección que aprender del sentinela forestal apostado en la cresta de la montaña. Ellos saben que todo crecimiento verdadero es el resultado de esfuerzos pacientemente persistentes. En guardia están, también, para cerciorarse de empinar “al cielo [su] crecer fecundo.” Fiel y pacientemente perseveran en el impulso celestial que los insta a elevarse más, mejorando su demostración, cuidando al mismo tiempo de que el crecimiento de sus raíces corra parejas con sus aspiraciones de remontarse al cielo, a fin de que su éxito quede arraigado en la comprensión espiritual. Haciéndolo así, ellos saben que podrán seguir en guardia, valientes y firmes, que el sol alumbre o la tormenta azote, en paz y en armonía imperturbables.

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