Todo Científico Cristiano va aprendiendo la lección admirable de que el poder determinativo de su experiencia humana está siempre en sus propias manos.
¿Qué significa eso? Significa que nunca nos viene ninguna sugestión del mal que no pueda anularse. Mary Baker Eddy escribió una vez según dice Irving C. Tomlinson en la pág. 85 de Twelve Years with Mary Baker Eddy (Doce Años con Mary Baker Eddy): “El error viene a ti para que le des vida, y tú le das toda la vida que tiene.” La pujanza del triunfo yace en nuestro pensar a cualquier instante, en todo momento. Nuestra habilidad para tener éxito, para curarnos, para ser libres y tener dominio jamás puede quitársenos de nuestras propias manos.
Los malos pensamientos que los Científicos Cristianos acostumbran llamar práctica mental maligna no son primordialmente dañosos por lo que los otros puedan o no puedan pensar, trátese de opinión general de lo que la supuesta mente mortal llama “leyes sanitarias” y las penas que imponen, o del mal juzgar, crítica, envidia, odio y aún de la perversidad de lo que otro opine de nosotros o de nuestros hechos. Ni adquiere validez el falso pensar con creer que está bien organizado o que tiene su historia. Todo y lo único que cuenta en la práctica mental maligna en general o la específica, por lo que a nosotros atañe, es lo que admitamos de ella. Lo que suframos de la práctica mental maligna se debe a lo que uno piense respecto a lo que los otros piensan. Siempre se requiere cooperación de parte nuestra antes que la práctica mental maligna pueda ejercer influencia alguna siquiera sea en creencia. Nosotros mismos somos los que ponemos la batalla en orden de librarse. Estar alerta puede a veces impedir la batalla, y siempre puede hacer que cese.
El único poder real es Dios, el bien, el Amor divino. La única influencia real es el ánimo que se origina en el Amor divino y por lo mismo sólo el Amor lo impulsa. Cualquier cosa que a nuestro modo de creer le parezca que se rebele contra nuestro bienestar necesita primero nuestro consentimiento, nuestro temor que lo aliente y nuestra anuencia para entrar en contacto con nosotros.
Conviene considerar a este respecto a David y Goliat. Goliat ilustra lo que hoy llamaríamos las baladronadas de los sentidos materiales, las bravatas de la agresiva mente mortal. David ilustra el poder del Cristo en este relato del Antiguo Testamento. La amenaza jactanciosa de Goliat anunciaba en síntesis lo que dizque iba a hacer y con qué consecuencia en una frase significativa, pero al mismo tiempo expuso con tino inopinado en dónde estaba la iniciativa real (I Samuel 17:10): “Dadme un hombre, para que peleemos los dos.”
La mente mortal dice: “Dadme un hombre, conforme a mis requisitos, según mi punto de vista — material, mortal, con ciertas habilidades y ciertas inhabilidades, todas medidas materialmente y sujetas a ciertas contingencias mortales comunes e inevitables. ¡Dadme este hombre con vuestro propio consentimiento!” Consentid en la sugestión de que existe tal hombre mortal, y nos habremos puesto en orden de batalla de veras, “para que peleemos los dos.” Porque el campo de batalla es nuestra propia creencia falsa en el dualismo, la suposición de que el hombre es a la vez mortal e inmortal, sujeto al bien, pero también susceptible del mal, parte material y parte espiritual. Pero rehusaos a sancionar la sugestión que ofrece la mente mortal; rehusaos a pensar en que seáis malo vos o alguien más, en que estéis enfermo, pobre, avejentandos; rehusaos a deshonrar a Dios creyendo que haya creado o que exista hoy o alguna vez otro hombre que no sea el Suyo, Su expresión perfecta, ¿y qué queda de alguien que sea ni la víctima ni el instrumento de la práctica mental maligna?
El falso concepto personal es lo único que sufre a causa de la práctica mental maligna. En efecto, es en sí práctica mental maligna. El remedio está en dejar de pensar en términos de sentido o sensación personal, en dejar de pensar que el hombre es una persona material capaz de obrar o estar sujeto a lo que otro le haga en términos de concepto personal. El hombre es la idea divina de la Mente, el reflejo de la Mente misma. Sólo la Mente es la que sabe o conoce, la que refleja, expresa, y el hombre es lo que así se expresa divinamente.
El error es siempre creencia, falsa sugestión, y sólo sugestión. Es siempre la mente mortal hablando de sí misma, tratando de inducirnos a que nos la apropiemos llamándola “yo mismo” y así darle vida e identidad que no tiene en sí. De lo que siempre trata astutamente la mente mortal es de que se acepte la creencia como un estado o condición real. Si logra escaparse de que se le clasifique correctamente como creencia induciéndonos engañosamente a que la aceptemos como una condición, entonces nos seduce a que nos mesmericemos. Así se nos hace que sigamos buscando al culpable real en escondites irreales, porque el culpable real es siempre la mente mortal, sugiriendo que algo está mal. La creencia puede decir: “Tengo miedo porque siento tal o cual dolor en mi cuerpo.” Pero en realidad eso es mera sugestión, es decir, la mente mortal hablando de su propio temor, de su propia inquietud inherente o de su falso presentimiento, su propia impresión de destructibilidad. Y primero tenemos que identificar la sugestión con nosotros mismos o como nuestra, aceptando su temor como nuestro temor, antes de que parezca que sentimos el dolor u otra falsa evidencia.
El gran remedio infalible e inmediato está en permanecer uno impávido, estando alerta a fin de no descender a esa base mortal por más que clame por que la aceptemos. Así aprendemos triunfalmente que no se trata de una condición o estado en nada, sino únicamente de una sugestión, una creencia falsa que no forma parte del ser de Dios, y por tanto de nuestro ser real.
La supuesta mente mortal es desde el principio necesariamente un estado de inconsciente práctica mental maligna puesto que se basa en la falsedad de que la materia puede pensar, cuando, como enseña la Christian Science, la materia es inerte y sin mente. Mientras creamos en la materia, nos malpracticamos a nosotros mismos y a los demás. En el instante en que, reconociendo que el Espíritu es todo, percibamos, que la materia no existe, nos aproximaremos al descubrimiento inestimable de que no hay mente mortal. Dice nuestra amada Guía en una declaración digna de nuestra consideración más profunda en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 174): “La materia es una representación errónea de la Mente.” He aquí una seguridad real. Nos pone cara a cara con el hecho fundamental del ser, o sea con el hecho de que la Mente es Dios y de que Dios es Todo-en-todo. Luego el dominio está segura y eternamente en la indivisibilidad entre la Mente divina y su idea. Toda clase de práctica mental maligna queda desarmada cuando se comprende y se acepta este hecho. En verdad que, como dice Mrs. Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 319): “El misterio, el milagro, el pecado y la muerte desaparecerán, cuando sea bien entendido que la Mente divina gobierna al hombre y que el hombre no tiene otra Mente sino Dios.”