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Tratamiento cristiano-científico

Del número de octubre de 1954 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El tratamiento para curar según la Christian Science puede definirse en términos muy amplios. Su objeto incidental es destruir el pecado, aliviar la sensación de sufrimiento y armonizar los asuntos humanos. Pero su objetivo más profundo es despertar a la consciencia humana para que se dé cuenta del vasto reino del Espíritu que está eternamente presente. La práctica de la Christian Science es la Ciencia del tratamiento de las enfermedades mediante la Mente divina; la mente humana no entra como factor en este tratamiento. Siendo espiritual el objetivo, también tienen que serlo los medios de lograrlo; los pensamientos que constituyen el tratamiento emanan de la Mente que es Dios y reflejan esa Mente. Son inocentes y desinteresados; inteligentes y repletos del tierno deseo de bendecir. Más que mero método mental para curar, el tratamiento científico-cristiano es el modo por el que la divinidad revela al hombre conforme al Cristo: sano y libre.

En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” Mary Baker Eddy dedica un capítulo, “La Práctica de la Christian Science,” a dar instrucciones para curar y cómo dar tratamiento. En él trata ella de las causas mentales de las afecciones físicas y enseña cómo aplicar la Ciencia mental y espiritualmente a la curación de los males mortales. El capítulo empieza describiendo cómo curó Cristo Jesús a María Magdalena, el hondo arrepentimiento de ésta y su buena disposición para quedar transformada, y la compasión de él y cuán libre estaba de propender a condenarla. Llena casi seis páginas nuestra Guía explicando el espíritu que se requiere para curar más bien que la letra o los argumentos del caso. Dice ella (pág. 365): “Si el Científico tiene bastante afecto cristiano para lograr su propio perdón y la alabanza que la Magdalena mereció de Jesús, entonces es lo suficientemente cristiano para practicar de una manera científica y tratar a sus pacientes con compasión; y el resultado corresponderá a la intención espiritual.”

Es preciso que uno se arrepienta de sus propios pecados y materialidad antes de que esté preparado para quitarles a los otros la carga de las imposiciones agresivas del mal, comprendiendo su irrealidad. Tiene uno que haber logrado su propio perdón, rechazando la creencia de que haya una mala mente mortal y que el hombre sea menos que la imagen de Dios. Necesita uno comprender incesantemente que es la pureza de su propia identidad real, saliendo a luz, lo que hace que él pueda ver a su paciente tal como Dios lo creó— espiritualmente sano y perfecto.

Sin este modo cristiano de allegarse a la tarea, no puede uno esperar establecer en su paciente un estado mejor de salud actual o de armonía. Sin que decaiga nunca a rutinario en modo alguno, el tratamiento científicocristiano se apoya siempre en la comprensión de que Dios es Todo y que Su creación es perfecta y en que la materia con todas sus imperfecciones no es nada, por breve o por extenso que resulte el tratamiento que se dé.

Cada uno de nosotros está a solas con Dios. Cada quien es responsable de lo que cree o acepta como real. Cada cual tiene que aprender a acallar los sentidos físicos que parecen ser suyos y a utilizar en cambio el sentido espiritual para percibir el estado verdadero de las cosas. Dice Mrs. Eddy (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 13): “Afirmar que la armonía es lo real y la discordancia lo irreal, y luego atender específicamente a lo que según la creencia propia del paciente esté enfermo, es científico; y si el sanador comprende la verdad, ésta sanará al paciente.” Ninguna creencia de los mortales puede impedir que uno vislumbre las verdades del ser real. El Maestro dijo a sus discípulos que no se regocijaran de que los demonios se les sujetaran, sino de que los nombres de ellos estaban “escritos en el cielo” (Lucas 10:20). Su enseñanza de que el reino de Dios está dentro de nosotros indica que cualquier cambio hacia el bien que se efectúe en nuestra experiencia es una transformación en nuestro interior.

Un cambio al bien en el pensar de nuestro paciente es evidencia de que en nosotros mismos mejora nuestro conceptuar. Reprender o condenar en lo personal a un paciente muestra que nosotros mismos no hemos sanado del sentido personal del caso. Mientras que orando con humildad por lograr la pureza que percibe al hombre como la semejanza de Dios, se granjea el sanador ese contacto con el Cristo cuyo poder disipa el mal.

El ideal del estudiante de la Christian Science es curar instantáneamente, estar tan consecuentemente imbuido en la naturaleza divina que pueda reflejar con espontaneidad la luz espiritual que destruye el error. Pero mientras no se alcance esa meta final en grado infalible, hay que emplear inteligentemente el método científicamente argumentativo que con tanto esmero y paciencia desarrolló Mrs. Eddy. Este método promueve un desenvolvimiento espiritual bien ordenado y se hace necesario siempre que se ofrezca resistencia a la Verdad. Dice Mrs. Eddy en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 352): “Sólo mediante la energía divina debe uno salir de sí mismo para encontrarse en Dios a tal grado que su consciencia sea el reflejo de la divina, de otro modo debe vencer el mal mediante la argumentación y la consciencia que se tiene humanamente tanto del bien como del mal.”

Si curamos argumentando, como hay que hacerlo a veces, hay que adaptar el tratamiento al caso dado. Hay que emplear afirmaciones y negaciones para probar la presencia de la realidad y la ausencia del error por no ser nada; y mientras más específico sea el argumento, más eficaz el tratamiento. Cristo Jesús poseía esa sensitividad intuitiva que se da cuenta de lo que necesita el paciente. No era una humana habilidad psicológica, sino la utilización de la sabiduría que él reflejaba de Dios y que lo facultaba para conformar sus breves argumentos a la evidencia del mal que había que destruir.

A veces era pecado el error que se imponía en el caso de que él se ocupaba, como cuando le dijo al tullido que había curado junto al estanque de Betesda: “No peques más” (Juan 5:14). Otras veces era temor de lo que había que librar, como cuando le dijo a Jairo: “No temas” (Lucas 8:50). En otras ocasiones lo hallamos empleando la norma más positiva de edificar sobre los buenos cimientos que ya demostraba el paciente, como cuando dijo a los dos ciegos que lo habían seguido: “Conforme a vuestra fe, os sea hecho” (Mateo 9:29).

En cada caso el Científico Cristiano tiene que percibir y denegar específicamente lo que el error trate de imponer o hacer, ya sea degradar la moralidad del paciente, o dominarlo infundiéndole temor, o apartarlo de Dios y de sus semejantes inculcándole malicia o malignidad, o acaso mantenerlo cautivo por lasitud o falta de vigor y energía espirituales. Y el Científico necesita afirmar la verdad específica que destruya el error. El “sí, sí; no, no” de Cristo Jesús viene a ser la afirmación y la negación en la práctica de la Christian Science. Ni la una ni la otra hay que omitir o descuidar.

Lo que más urge en este tratamiento científico es persistir en el trabajo metafísico hasta que la mesmérica acción del mal se acalle mediante nuestra comprensión de que Dios, el Espíritu, es Todo, que El es el único que cura y que nuestros esfuerzos son únicamente la evidencia de la presencia y omnipotencia del bien. Entonces, cuando se sienta el ambiente sereno y tranquilizador del Espíritu y se palpe de hecho la substancia tangible de las ideas divinas podremos reposar en la seguridad de que la ley de Dios se ha vuelto ley en nuestra experiencia actual. Así nos fortalecemos para proseguir utilizando a plenitud el tratamiento cristiano-científico como el medio para despertar a la presencia del cielo en toda su perfección y su gloria.

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