El tratamiento para curar según la Christian Science puede definirse en términos muy amplios. Su objeto incidental es destruir el pecado, aliviar la sensación de sufrimiento y armonizar los asuntos humanos. Pero su objetivo más profundo es despertar a la consciencia humana para que se dé cuenta del vasto reino del Espíritu que está eternamente presente. La práctica de la Christian Science es la Ciencia del tratamiento de las enfermedades mediante la Mente divina; la mente humana no entra como factor en este tratamiento. Siendo espiritual el objetivo, también tienen que serlo los medios de lograrlo; los pensamientos que constituyen el tratamiento emanan de la Mente que es Dios y reflejan esa Mente. Son inocentes y desinteresados; inteligentes y repletos del tierno deseo de bendecir. Más que mero método mental para curar, el tratamiento científico-cristiano es el modo por el que la divinidad revela al hombre conforme al Cristo: sano y libre.
En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” Mary Baker Eddy dedica un capítulo, “La Práctica de la Christian Science,” a dar instrucciones para curar y cómo dar tratamiento. En él trata ella de las causas mentales de las afecciones físicas y enseña cómo aplicar la Ciencia mental y espiritualmente a la curación de los males mortales. El capítulo empieza describiendo cómo curó Cristo Jesús a María Magdalena, el hondo arrepentimiento de ésta y su buena disposición para quedar transformada, y la compasión de él y cuán libre estaba de propender a condenarla. Llena casi seis páginas nuestra Guía explicando el espíritu que se requiere para curar más bien que la letra o los argumentos del caso. Dice ella (pág. 365): “Si el Científico tiene bastante afecto cristiano para lograr su propio perdón y la alabanza que la Magdalena mereció de Jesús, entonces es lo suficientemente cristiano para practicar de una manera científica y tratar a sus pacientes con compasión; y el resultado corresponderá a la intención espiritual.”
Es preciso que uno se arrepienta de sus propios pecados y materialidad antes de que esté preparado para quitarles a los otros la carga de las imposiciones agresivas del mal, comprendiendo su irrealidad. Tiene uno que haber logrado su propio perdón, rechazando la creencia de que haya una mala mente mortal y que el hombre sea menos que la imagen de Dios. Necesita uno comprender incesantemente que es la pureza de su propia identidad real, saliendo a luz, lo que hace que él pueda ver a su paciente tal como Dios lo creó— espiritualmente sano y perfecto.
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