Yo me fijé por primera vez en la Christian Science cuando un joven amigo mío contrajo tuberculosis y los doctores lo desahuciaron. No había por ahí cerca ninguna iglesia de la Christian Science ni ningún practicista, pero un señor que sabía algo acerca de esta Ciencia poseía un ejemplar del libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy. Se lo llevó a la familia de mi amigo y les llamó la atención a los testimonios que aparecen en la parte final, diciéndoles que leyéndole el libro a mi amigo, sanaría. Su hermana le leyó el libro de día y de noche. En menos de seis semanas sanó completamente.
Diez años después yo estaba crónicamente enfermo de la garganta, y tres doctores me habían dicho que no había esperanza de que recobrara mi salud. Me hallaba yo desalentado y abatido. En aquel entonces frecuentaba la tienda de mi padre un señor que le hablaba a una hermana mía de la Christian Science y una vez le dejó un ejemplar del Christian Science Sentinel para que lo leyera. Recordando yo entonces lo que había pasado con el joven mi amigo, comencé a leer los Sentinels.
Luego mi esposa y yo empezamos a ir a una Sociedad de la Christian Science en la que un puñado de obreros sinceros nos alentaban, infundiéndonos esperanza y mostrándonos cariño. Principiamos a estudiar diariamente la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Christian Science y a leer otras de las publicaciones autorizadas. Un día fuimos al botiquín que teníamos bien lleno en casa y pusimos todo en una canasta bastante grande que vaciamos luego en el tonel de la basura. Eso fué hace más de treinta y cinco años. Desde entonces hemos criado a dos hijos y nunca nos hemos visto tentados a volver a emplear remedios materiales ni para ellos ni para nosotros. No recuerdo cuándo quedé completamente sano, pero desde que empezamos a estudiar la Christian Science han reinado el gozo y la paz en nuestro hogar.
Hace varios años me quebré unas costillas y durante dos días no me podía enderezar. Entonces me puse a leer el capítulo trece de Lucas en el que se cuenta que Jesús curó a la mujer encorvada. Fué instantánea mi curación. En otra ocasión se me envenenó la sangre en una pierna desde el pie hasta la rodilla. Yo sabía que eso era otra oportunidad de probar el cuidado que Dios tiene de nosotros. Aplicando la verdad, sané pronto y enteramente. El espacio en este testimonio es insuficiente para enumerar todas las otras curaciones que hemos experimentado en nuestro hogar.
Yo agradezco hondamente la confianza en Dios que la instrucción facultativa me ha infundido, y le doy las gracias por nuestro Maestro, Cristo Jesús y por nuestra Guía, Mary Baker Eddy.
Dice ella en la página 495 de Ciencia y Salud: “No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento.” Muchas veces me he vuelto yo a este pasaje, y cuando he obedecido esa amonestación los pensamientos angelicales me han guiado sacándome de las tinieblas de los sentidos materiales a la luz del Alma. Aquí estoy hoy únicamente porque la Christian Science me ha enseñado a entender a Dios y mi relación para con El. Yo sé que el hombre es la imagen y semejanza de Dios como dice el primer capítulo del Génesis, que la semejanza de Dios no necesita que la enderecen por ser perfecta siempre, y que el hombre es hijo de Dios ahora, como leemos en el tercer capítulo de la I Juan.
Ya empiezo yo a entender la enseñanza de Jesús respecto al Padre, y esta comprensión va destruyendo mis temores de la existencia mortal. Dice Mrs. Eddy (Ciencia y Salud, págs. 288 y 289): “La Verdad eterna destruye lo que los mortales parecen haber aprendido del error, y la existencia real del hombre como hijo de Dios sale a luz.”—Greensboro, Carolina del Norte, E.U.A.