Dios es Amor infinito, rodeando de abundante bien a todos Sus hijos. No tiene límites la provisión que da el Amor de salud, actividad y afluencia. La ley del Amor redime al obstinado, fortalece al débil, cura al lisiado y alimenta al indigente. Obedeciendo esta ley divina, nos eleva a que reflejemos conscientemente la substancia verdadera que se manifiesta en belleza, poder y seguridad.
La Christian Science nos capacita para que probemos nosotros mismos que Dios es la substancia verdadera, infinita, siempre presente y disponible. La ley de Dios es una ley de abundancia que nunca falla, y nuestra amada Guía, Mary Baker Eddy, clarifica muy bien este hecho cuando dice en No y Sí (pág. 30): “La ley de Dios consta de tres palabras: ‘Yo soy Todo,’ y esta ley perfecta siempre está presente para rechazar cualquier pretensión de que haya otra ley.” Estas tres palabras simples expresan la esencia y la naturaleza de la verdadera substancia o realidad. Por lo cual aprendemos que la substancia no es algo que hay que acaparar o tomar como posesión personal que sólo unos cuantos logren obtener. Es el Espíritu infinito, Dios, y la Christian Science, o sea el Consolador prometido, ha venido a ensanchar nuestra comprensión de que tal substancia es todo y siempre está presente.
Nunca puede impedirse que se manifieste la divina ley de la abundancia del bien. Cristo Jesús dió una prueba sublime de esto cuando alimentó a la muchedumbre en el desierto. Su ejemplo nos muestra cómo también nosotros podemos valemos de la misma ley para desvanecer la creencia en la carencia. Describamos esa escena tal como consta en el Nuevo Testamento (véase Mateo 14:15–21): Ansiosa de escuchar sus palabras, la inmensa multitud había seguido a Jesús hasta hallarse con él en el desierto. Se acercaba la noche, y las provisiones que llevaban los discípulos del Maestro eran sumamente escasas para tan numerosa muchedumbre con la que no contaban ellos. Mesmerizados por esa escasez que presentaban los sentidos materiales, los preocupados discípulos no acertaban a saber cómo alimentar cinco mil con sólo cinco tortas y dos peces. Le rogaban al Maestro que despidiera a la gente, y es de inspirar el relato que hace Mateo de lo que sucedió luego. ¿Convino Jesús en que era en efecto apremiante por ser real la escasez aparente? No, apeló inmediatamente a Dios sabedor de que El es Todo en todo, siendo por tanto infinita la substancia sin que eso dé lugar a temer nada. Con toda calma y seguridad dijo a sus inquietos discípulos: “No tienen necesidad de irse.”
Los discípulos habían bajado la vista contemplando la evidencia material de insuficiencia. Habíanse afanado por averiguar cómo dividir o distribuir cinco panes y dos peces para satisfacer el hambre de la muchedumbre. Pero el Maestro confiaba en la abundancia por siempre indefectible del Padre, en Su ley de abastecimiento en perenne vigencia, y eso lo habilitó para invitar amablemente a la multitud a que se sentara y comiera. El no esperó a que la materia o sea la mente mortal diera su consentimiento. El entendía que, en la Ciencia, la ley de Dios, substancia eterna, siempre mantiene al hombre. Y podemos reconocer uno de los pasos más importantes en la magna demostración del Maestro en estas huellas que marca la conmovedora narración del Evangelio: “Alzando los ojos al cielo, bendijo.”
En otras palabras, el Maestro, volviéndose a Dios completa y expectativamente, rechazó con audacia el clamor de los sentidos físicos que alegaban haber hambre y escasez de alimento. Apartó la vista de esa evidencia que fingían los sentidos. No había necesidad de tratar de hacer algo humanamente con la materia, con las cinco tortas y los dos peces. La presencia y el poder del Amor bastaban para invertir el caso que simulaba carestía. Cristo Jesús se plantaba firmemente a sí mismo y a los hambrientos que lo seguían en la divina ley de la abundancia infinita.
La Christian Science revela que esta prueba del poder de Dios para mantener no era un milagro, sino el funcionamiento natural de una ley invariable cuya vigencia está a nuestra disposición aquí y ahora mismo. Rebosan de gratitud nuestros corazones cuando leemos el relato bíblico de lo que sucedió. “Y mandando a las gentes recostarse sobre la hierba, tomando los cinco panes y los dos peces, alzando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dió los panes a los discípulos, y los discípulos a las gentes. Y comieron todos, y se hartaron; y alzaron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas.”
Aferrándonos al hecho espiritual de que al hombre nunca pueden separarlo de Dios, fuente de todo bien, es como podemos seguir el magistral ejemplo de Jesús. Cuando los métodos materiales y la vacilante fe resultaban incapaces de prestar socorro, él venció la escasez. El sabía que esa falsa creencia nunca afecta en nada al hombre, que es reflejo de la Mente infinita. Cuando humildemente hacemos que nuestro modo de pensar obedezca la ley del bien infinito, probamos que la carencia y la limitación son mitos irreales de los sentidos materiales, incapaces de perjudicarnos. Cuando logremos siquiera vislumbrar que la substancia divina es todo y está siempre cabal, podremos compartir con certeza y sin límites la abundancia que hizo posible que Jesús alimentara a cinco mil en el desierto hace siglos. Porque para nosotros ahora, como entonces para ellos, esta percepción de la substancia verdadera se manifestará en la experiencia humana de modo que satisfaga la necesidad de que se trate.
Cuando se nos presenta algún problema de carencia o insuficiencia, ¿No nos sentimos tentados a veces a hacerle algo a la materia o con ella, cambiar su forma o aumentar la cantidad, contemplando así nuestros cinco panes y dos peces? ¿Bajando acaso la vista a la escasa suma que nos queda disponible en nuestra cuenta bancaria, o el sueldo que devengamos semanal, quincenal o mensualmente, preocupándonos de cómo cumplir con nuestras cinco mil obligaciones? En el Glosario de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 591) Mrs. Eddy define en parte la palabra “Mente” así: “La Deidad, que delinea, pero no es delineada.” Aferrándonos incesantemente a ésto, emprendamos siempre lo que tengamos que hacer “alzando los ojos al cielo.” Así nos libraremos de las pretensiones que tiene el magnetismo animal de trabarnos o atarnos.
Una familia pequeña que por muchos años se vió sujeta al cautiverio de la escasez y el temor del mañana recibió una prueba convincente de la infalible munificencia del Amor. Durante un período de depresión en los negocios el esposo había estado sin empleo por dos años sin que recobrara ni una sola vez ningún grado de gozosa expectativa del bien. Pero cuando esto sucedía ya ocupaba él un puesto a raquítico sueldo y sin esperanza de ascenso. La pequeña casa en que habitaba la familia era ya muy reducida para sus necesidades, pero no hallaban quien se las comprara. Nunca había buscado el esposo la ayuda de la Christian Science, pero a este punto en el que los abrumaba la apatía y el desaliento se unió a su esposa suplicando a un practicista les ayudara. Pronto despertaron a la comprensión de que lo que necesitaban era dejar de contemplar sus cinco panes y dos peces que no les satisfacían y cifrar su expectativa en lo que el cielo les proveyera. Cuando comenzaron a aprender la importancia del hombre para con Dios y que Dios nunca lo olvida ni desatiende, nunca le niega el uso pleno de Sus ideas espirituales, creció su afán por comprender mejor a Dios. Abandonaron la mesmérica suposición de tener que hacer algo a la materia o con ella, y en cambio principaron a alzar los ojos al cielo. Reconocieron que Dios es la única fuente de empleo para el hombre y de la provisión.
No tardaron en aparecer los resultados. Una reorganización inesperada en donde trabajaba ya el esposo dió lugar a aumento de sueldo y a mejores condiciones bajo que trabajar. La casa que habían creído ellos era imposible vender, encontró un comprador a quien le agradó y la adquirió, cambiándose la pequeña familia a otra casa mejor y más alegre. A medida que persistían incesantemente en que el Amor es Todo, una tras otra se les suplían sus necesidades. Y lo mejor de todo, hoy se regocijan en comprender más la abundancia espiritual, que nunca está a merced de la materia ni de las leyes materiales.
De todas veras que la Christian Science es la voz de la Verdad omnipotente que se oye hasta en el desierto, en el que parece prevalecer la carencia, la voz que nos llama a despertar de la ilusión de los sentidos materiales y a que entremos en posesión de nuestra rica herencia como hijos e hijas de Dios. La confianza en la materia o en las posesiones personales o en la autoridad y el orgullo mundanales debe ceder su puesto a la humildad que no reconoce otro poder que el del Amor divino, la ley del bien omnipresente. No tiene límites ese poder puesto que llena todo el espacio, revelándose en la abundancia de salud y de cuanto se requieran sin reserva alguna. A todos nos incluye en su abrazo este Amor infinito que es Todo en todo. Gracias a esta ternura de nuestra relación para con Dios, ni uno solo de los cinco mil que había en el desierto podía quedar desatendido ni dejar que se fuera hambriento. Ni puede quedar ninguno de nosotros tampoco.
Cristo Jesús curaba las enfermedades y los pecados tan instantáneamente como vencía la carencia. E igual podemos hacer nosotros adhiriéndonos con humildad a las enseñanzas de nuestra amada Guía. Hemos visto que cuando el Maestro alimentó a los cinco mil no reconoció otro poder que el del Amor divino; no obedeció otra ley que la de Dios, substancia eterna. Esta es la ley que anula toda calamidad o plaga aparente y libra a los mortales del temor al mal, de toda creencia hereditaria, de las supuestas leyes de salubridad y de los fallos o diagnósticos de los médicos. Cristo, la Verdad, llega a nosotros sin importar cuán extremo sea el caso de enfermedad o cautiverio o de peligro en que nos encontremos. Al pensamiento candoroso siempre a la expectativa del bien aparece en la forma angelical de intuiciones espirituales que ahuyentan el temor, la apatía y el estancamiento, y que impelen a hacer lo que sea correcto a su debido tiempo. Como el Mar Rojo se partió en dos de un lado al otro obedeciendo a Moisés en prueba clara del poder de Dios que lo guiaba y lo sostenía, así la ley de Dios hace o nos proporciona hoy abundantemente cuanto necesitamos. Podemos probar nosotros mismos que no es confiando en la materia, sino cifrando nuestra fe en Dios, el bien, como se nos da todo lo que sea menester humanamente. La ley de Dios no funciona sólo por cierto tiempo ni para unos cuantos escogidos. Es el divino “Yo soy Todo” que se revela dondequiera que a ella se apele y que todos podemos obedecer, aceptar y disfrutar.
El dominio que Dios ha dado al hombre sobre toda la tierra se demuestra en la proporción en que nos desprendemos de toda creencia en que tenemos una entidad o “yo” personal y material. Cuando eso hacemos paciente y constantemente, podemos cambiar la falsa sensación de nosotros mismos y de responsabilidad nuestra por nuestra identidad verdadera como reflejo que somos de la substancia perfecta y eterna. Nos dice nuestra amada Guía en Ciencia y Salud (pág. 468): “La substancia es aquello que es eterno e incapaz de discordancia y decadencia.” Cada nuevo día nos trae gozosas oportunidades de probar la verdad de estas inspiradas palabras. “Alzando los ojos al cielo” es como despertamos de la mascarada de la materia con sus cinco tortas y dos peces. Comprendiendo que hay sólo un Dios, substancia única, la farsa que finge el magnetismo animal pierde su influjo en nosotros y desaparece de nuestra experiencia con todas sus pretensiones de substancia debilitada, substancia enferma, substancia lisiada o decadente.
Cuando Cristo Jesús curó al hombre que tenía una mano seca, probó que la carne es irreal, una falsificación de la substancia, y anuló la creencia de que hay sensación en la materia y que puede determinar cuál o cómo sea nuestra salud y nuestra actividad. Cristo, la Verdad que cura, nos trae la gloriosa seguridad de que la materia — enferma, doliente, atiesada o inflamada existe sólo en el reino de las creencias. Los rayos salutíferos de la presencia del Amor sacan a luz la identidad feliz y sin dolencias del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.
Las ideas de Dios siempre están a nuestro alcance, más cerca que el aire que respiramos. Ellas nos alientan, nos iluminan y enriquecen, guiándonos a las verdes praderas de la comprensión espiritual, la eterna manifestación de la divina substancia siempre presente.
