Por una maestra de la Escuela Dominical de una filial
Trabajando en la Escuela Dominical, a veces hallo necesario atender con prontitud a las creencias mortales de índole perturbadora en los niños. He aprendido que puedo vencerlas fácilmente, no viendo con desmayo un grupo de pequeños mortales excesivamente activos que hay que subyugar, sino en el grado en que yo esté suficientemente alerta para inculcarles la atractiva Verdad que cura de manera que los capte en el mismo punto en que les parezca hallar su interés contrario. Así supera la Verdad inmortal, predominando sobre las tendencias mortales. Si a algún pequeñuelo le parece encontrar su ideal en uno de esos vaqueros novelescamente audaces, yo le explico con énfasis la inteligencia, tino, habilidad y cuidado que tiene del ganado a su cargo, juntamente con otras cualidades características de semejante personaje hasta que los pensamientos del niño ascienden hasta la fuente u origen de toda buena cualidad. Si una niñita viene a la clase afanosamente encantada del nuevo vestido que trae puesto, al grado de que de momento todo en ella parece ser vanidad, aprovecho esa ocasión, para llamar su atención al cariño de su madre que le hizo ese vestido o de su padre que se lo compró, trayendo luego a la conversación el quinto mandamiento que ordena amar a nuestros padres terrenales, y pasando en seguida al Primer Mandamiento (Exodo 20:3): “No tendrás otros dioses delante de mí.”
Si excluyera yo sumariamente los vaqueros y los lindos vestidos u otros encantos de la niñez como objetos para los que la Escuela Dominical no tiene lugar, al venir a la clase los alumnos creerían que habría que abstenerse allí de su interés o intereses predilectos, y así las lecciones dominicales les parecerían algo ajeno a su vida diaria. Mientras que, alentándoseles pronto a que reemplazcan los conceptos mortales de que hablen con la verdad correspondiente, se les vuelve natural pensar científicamente de cada fase de su experiencia diaria aún hasta los pequeñuelos que aprenden así paso a paso cómo aplicar la Christian Science prácticamente. En su ser verdadero, cada niño es reflejo del Amor que siempre está presente. Nuestro bendito privilegio como maestros es estar despiertos y despertar a cada alumno a este hecho práctico de acuerdo con lo que enseña la Christian Science.
En la medida en que el pensamiento del maestro o maestra esté lleno del Cristo, la Verdad, atraerá la atención de los alumnos de cualesquiera otros pensamientos que tengan o les interesen de momento. Esto quedó probado en mi propia experiencia cuando, habiendo sufrido una caída como una hora antes de ir a la Escuela Dominical, llegué a la clase a tiempo, pero con una herida en el labio superior que se me cortó al caer y que según la cirugía hubiera requerido cerrarla con puntadas quirúrgicas. Los alumnos la miraban con fijeza.
Con la ingenuidad de sus cinco años un niño preguntó: “¿Qué pasa con su cara?” Yo no traté de hacer que los alumnos no notaran lo que parecía sucederme, sino que les pregunté simplemente: “¿Saben lo que haría Jesús si encontrara un cuadro del error como éste?” Menearon solemnemente sus cabezas; no lo sabían. Yo dije: “Jesús vería la hija perfecta de Dios en el mismo lugar donde pareciera estar el cuadro del error, y lo vería así tan claramente que curaría al instante.” Esto satisfizo a los alumnos por lo cual dejaron de pensar en lo que les había llamado tanto la atención, y siguieron atendiendo a la lección del día. Cuando llegué a casa me encontré con que la partida labial había desaparecido rejuntándose ambos lados normal y nítidamente, por efecto de lo que comprendimos tanto yo como los alumnos respecto al Amor divino y su manifestación siempre presente.
Dice nuestra Guía, Mary Baker Eddy, en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 117): “Yo concuerdo con el reverendo Dr. Talmage en que ‘hay ingenio, buen humor y vivacidad entre la gente de Dios.’ ” Esas cualidades son enteramente compatibles con el trabajo santo, puesto que la alegría es natural en el ser verdadero. Yo he aprendido a llevar a mi clase tantas de las cualidades gozosas del Amor que atraigan la atención y capten el interés de los alumnos con tanto o más éxito que cualquiera tentación de la mente mortal. En cuanto logro hacer que estas cualidades presten su gracia y color divinos a lo que enseño en mi clase, me capto la atención y hasta cierto punto los niños se despojan del “hombre viejo” y se revisten del “hombre nuevo” de que habla Pablo. En la proporción en que esa transformación se lleva a cabo habitualmente por repetirse con énfasis en la clase de la Escuela Dominical, tanto los alumnos como el maestro o maestra aprenden a conocer cada vez más su verdadero ser como reflejo de Dios.
Por una maestra de la Escuela Dominical de otra iglesia filial
Un domingo en la mañana mi clase de seis muchachos vivaces era toda alboroto y gritería. Lo causaba algo que el último en llegar les mostraba en su mano por debajo del borde de la mesa. En semejante situación la maestra cuya habilidad se ve provocada a prueba necesita de improviso una idea para determinar qué hacer a fin de captarse la atención de los niños encaminando su interés cuanto antes a la Lección dominical del Cuaderno Trimestral de la Christian Science.
Por tanto, aunque me había preparado para la clase como de costumbre con todo esmero, empleando los Diccionarios de Concordancias, una historia bíblica y un diccionario bíblico, dejé a un lado lo que llevaba preparado y pedí a mi clase pusiera sobre la mesa el objeto de su interés inusitado, fuera lo que fuera, para que yo también lo viera. Para mi gran sorpresa, encontré que el objeto de su admiración eran lo que los muchachos llaman “botones” de crótalo o serpiente de cascabel, los discos con que produce su ruido como de matraca. Fijando mi vista en ellos, en silencio, pedí a nuestro Padre amante me inspirara qué decir. Luego dije sonriendo: “Guardemos los botones y vamos a hablar de serpientes.” No cabía duda que a los niños les interesaba este asunto.
Primero hablamos de la serpiente parlante del Edén, que simboliza los argumentos falsos de la mente mortal. Luego hablamos de Moisés, que al principio huyó de la serpiente con temor; pero luego, al mandato de la sabiduría, tomó la serpiente por la cola, y desapareció su temor. De esa plática sacaron los alumnos la valiosa lección de cómo vencer el temor. Hablamos también sucintamente de la amonestación de Jesús a sus discípulos y de su aplicación a todos los que le sigan (Mateo 10:16): “Sed pues prudentes como serpientes, y sencillos como palomas.” Ya para entonces los muchachos habían olvidado los discos del crótalo y entramos de lleno a las preguntas y respuestas de la Lección Sermón del día.
Años después uno de los alumnos de esa clase me dijo: “Nunca he olvidado lo que hablamos en la Escuela Dominical respecto a cómo vencer el temor con motivo de los ‘botones’ de serpiente. ¿Se acuerda?” Sí, cómo no. Me acordaba. Ese incidente me mostró cuán valiosa es la flexibilidad con que la maestra aborda o da principio a la tarea de su clase, lo necesario que es una actitud mental confiada y tranquila, y el hecho de que una preparación concienzuda nunca es en balde, aunque puede resultar conveniente dejarla a un lado por lo pronto. Uno nunca sabe cuándo llega la ocasión en que se requiera definitivamente.
La maestra o maestro de la Escuela Dominical debe tener presente que la hora dedicada a la Escuela Dominical no queda exenta de la amorosa seguridad que nos da nuestra Guía, Mrs. Eddy, cuando nos dice en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana.” El Amor divino no sólo suplirá la necesidad de los alumnos sino también la del maestro o maestra. Pero si ésta se adhiere rigurosamente a lo preparado de antemano para la clase, ¿cómo puede oír la respuesta a su oración en un trance que ponga a prueba su habilidad?
