Era yo una pequeñuela cuando la Christian Science entró en nuestro hogar gracias a la bella curación de que fué objeto mi madre de una afección interna. Yo nunca podré estar suficientemente agradecida por la enseñanza y ayuda que recibí en la Escuela Dominical de la Christian Science durante mis primeros años, pues eso guió apaciblemente mi modo de pensar por cauces edificantemente sanos, inculcándome un amor profundo por esta religión práctica. A través de los años he sido protegida admirablemente, he recibido muchas curaciones físicas, pruebas de que Dios suple mis necesidades de subsistencia, y he sido guiada cada vez que me he vuelto a la Mente única en busca de su mensaje.
Mis pequeños hijos, que han vivido en la India y en Ceilán desde su infancia, han sido protegidos contra varias de las llamadas enfermedades y epidemias de la niñez y han sanado rápidamente de la calentura.
Deseo relatar lo que experimenté durante las últimas vacaciones que pasamos en Inglaterra. Acabábamos de llegar cuando una mañana sufrí un ataque sinusítico, una afección del cráneo que ya antes había sufrido. Tomé el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” que se abrió en la página 200, en la que dice Mrs. Eddy: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre real era, es, y siempre será perfecto, es incontrovertible; porque si el hombre es la imagen o el reflejo de Dios, no está invertido ni subvertido, sino que es recto y semejante a Dios.” Yo me esforcé por ver que esa condición discordante no era verdadera ni lo había sido nunca, puesto que el hombre, reflejo de Dios, “es el mismo ayer, y hoy, y para siempre” (Hebreos 13:8).
Sin embargo, uno o dos días después me volvió el mismo dolor pero tan agudo esta vez que llamé por teléfono a larga distancia a una practicista que vivía en una ciudad lejana. Ella atendió a mi caso amorosamente y me recomendó leyera el Salmo 46 que me dió mucho aliento e inspiración. La dolencia no cesó desde luego, y la mente mortal de veras que parecía “bramar y turbarse” como dice el Salmo (verso 3); pero cuando hube recobrado la sensación de dulce calma que cita el verso 4: “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios,” mi curación quedó consumada. Yo abrigo el mayor amor y admiración hacia nuestros devotos practicistas, siempre dispuestos a servir.
Hace tiempo que resolví estudiar la vida de Mrs. Eddy más a fondo de lo que lo había hecho ya. Esto me produjo una gratitud más honda por la inmensidad de su obra y por su amor tan anonadador por la humanidad que la impelió a proveer sabiamente los medios necesarios para el progreso espiritual de cada uno de nosotros. Doy las gracias por ser miembro de La Iglesia Madre y de una Sociedad filial de la Christian Science, por nuestros periódicos y por el privilegio inestimable de haber recibido instrucción facultativa de esta Ciencia.— Bombay, India.
