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Era yo una pequeñuela cuando la Christian Science...

Del número de enero de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era yo una pequeñuela cuando la Christian Science entró en nuestro hogar gracias a la bella curación de que fué objeto mi madre de una afección interna. Yo nunca podré estar suficientemente agradecida por la enseñanza y ayuda que recibí en la Escuela Dominical de la Christian Science durante mis primeros años, pues eso guió apaciblemente mi modo de pensar por cauces edificantemente sanos, inculcándome un amor profundo por esta religión práctica. A través de los años he sido protegida admirablemente, he recibido muchas curaciones físicas, pruebas de que Dios suple mis necesidades de subsistencia, y he sido guiada cada vez que me he vuelto a la Mente única en busca de su mensaje.

Mis pequeños hijos, que han vivido en la India y en Ceilán desde su infancia, han sido protegidos contra varias de las llamadas enfermedades y epidemias de la niñez y han sanado rápidamente de la calentura.

Deseo relatar lo que experimenté durante las últimas vacaciones que pasamos en Inglaterra. Acabábamos de llegar cuando una mañana sufrí un ataque sinusítico, una afección del cráneo que ya antes había sufrido. Tomé el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” que se abrió en la página 200, en la que dice Mrs. Eddy: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre real era, es, y siempre será perfecto, es incontrovertible; porque si el hombre es la imagen o el reflejo de Dios, no está invertido ni subvertido, sino que es recto y semejante a Dios.” Yo me esforcé por ver que esa condición discordante no era verdadera ni lo había sido nunca, puesto que el hombre, reflejo de Dios, “es el mismo ayer, y hoy, y para siempre” (Hebreos 13:8).

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