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Yo era un enfermizo cuando niño y ya bien...

Del número de enero de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Yo era un enfermizo cuando niño y ya bien entrada mi juventud, con una serie de males en el verano y otra distinta en el invierno. Después de salir de mi ciudad natal situada a buena altura sobre el nivel del mar en las llanuras de México para trasladarme a la costa del Golfo de México empleado por una gran empresa americana, mis achaques del invierno disminuyeron, pero los del verano empeoraron, especialmente un persistente desorden estomacal.

Cuatro años después, cuando me hallaba en tal condición que no podía comer más que fruta y alimento medicinal, la empresa americana me ascendió transfiriéndome a su oficina matriz en los Estados Unidos. Mi primer cuidado al hallarme allí fué entrevistar a médicos especialistas, y ya hacía yo los preparativos necesarios para ingresar en una clínica para someterme a riguroso examen médico cuando topé en la calle con un viejo amigo mío que al principio no podía reconocerme dado el estado en que me hallaba. Me recomendó vehementemente que primero probara yo la Christian Science, y a instancias mías me llevó a ver a un practicista — al que estuviera más cerca.

Yo asaltaba al practicista con muchas preguntas tratando de cerciorarme primero de lo que fuera la Christian Science. El contestaba con calma y pacientemente, y cada respuesta era una sorpresa para mí. Las palabras con que empieza el libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, me causaron una impresión tan escrutadoramente profunda que nunca bastarán las palabras para expresarla. Dicen (Prefacio, pág. vii): “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones.” La idea de que pudiera uno apoyarse “en el infinito sostenedor” evocó un panorama tan trascendental que me quedé boquiabierto.

Comprender algo más de la Christian Science fué entonces el objeto real de mis visitas subsecuentes al practicista. Cuando al terminar la tercera le pregunté yo cuándo volvería a verlo, él pestañeó y me preguntó sonriendo: “¿Para qué?” Ya había sanado, y sin saber ni cuándo.

Son incontables las curaciones que he experimentado desde entonces, mayormente con mis propios tratamientos. Físicas, de ocupación o empleo, pecuniarias y, mejor aún, curaciones de carácter moral he venido disfrutando. El sólo hecho de no haber perdido ni un minuto a causa de enfermedad durante más de veinte años hace brotar en mí intensa gratitud a Mrs. Eddy por su vasta y sin par contribución a la salvación y bienestar de la humanidad.

Agradezco a Dios especialmente que me haya protegido y guiado a través de los años aún antes de que supiera de la Christian Science pero con clara orientación hacia lo que hoy hago. Fué hasta que vine a identificarme con La Sociedad Editora de la Christian Science cuando me di cuenta cabal, con pavor inefable, de cuán tiernamente El me venía preparando y guiándome, a veces hasta forzándome, en la manera persuasiva que tiene el Amor, hacia el cumplimiento de lo que me ha amanecido como mi más querido anhelo: contribuir humilde e impersonalmente a que disfruten de la Christian Science los pueblos de mi propia lengua, desbordándose luego a todo el resto de la raza humana. He aprendido que compartiendo con los otros lo que ya entendamos de esta Ciencia, es el único modo de prosperar en ella.

Jubilosa es mi gratitud a Dios “por su don inefable” de esta Ciencia divina, por Cristo Jesús nuestro Ejemplificador del camino y por nuestra amada Guía, Mrs. Eddy, por este descubrimiento suyo a cuya luz nos damos cuenta de la naturaleza y la magnitud de la obra del Maestro, y logramos aprovecharnos de ella en forma práctica. Igualmente agradezco la instrucción facultativa que he tenido el privilegio de recibir.—

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