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El noble destino del hombre

[Original en francés]

Del número de julio de 1957 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“El hombre tiene un noble destino; y el significado pleno de este destino ya le ha amanecido al abrumado por la enfermedad y al esclavizado por el pecado,” declara nuestra inspirada Guía, Mary Baker Eddy, en la página 46 de “No y Sí.”

La palabra destino significa aquello hacia que vamos y también aquello en que nos ocupamos habitual o profesionalmente, o lo que se nos tiene reservado. Lo único que se nos puede tener reservado es la expresión perfecta de Dios. El único objeto de nuestro destino es glorificar a Dios. Cumplir nuestro destino es, en primer lugar, conocer y comprender a Dios, llevar a cabo Su voluntad en cuanto la percibamos,. sí, seguir Su plan en Verdad y Amor.

Cristo Jesús, nuestro Ejemplificador del camino, cumplió su destino dondequiera que estaba e hiciera lo que hiciere. Dijo él (Juan 18:37): “Yo para esto nací, y a este intento vine al mundo, para dar testimonio de la verdad.”

El hombre es el reflejo de Dios. Las enseñanzas de la Christian Science muestran que el hombre es imagen, idea. El mortal del sueño de Adán no es sino la falsificación del hombre verdadero. Nuestro destino es expresar no una falsa identidad, sino la identidad real de la semejanza de Dios.

Uno de los más insidiosos enemigos que tratan de impedir la manifestación perfecta de nuestra identidad real es la impresión personal de que somos algo en sí y obramos de nosotros mismos. Dice Mrs. Eddy en el libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 263): “Los mortales son egotistas. Se consideran trabajadores independientes, autores personales, y hasta productores privilegiados de algo que la Deidad no quiso o no pudo crear.” Sí, autores, creadores y originadores personales que por un lado expresan males innumerables y por el otro lado pretenden ser otorgadores de la felicidad, salud y abundancia. En la Biblia abundan relatos del orgullo personal, esa entidad que se atreve a exclamar, como Lucero (Isaías 14:13): “¡Al cielo subiré!”

Un relato sumamente impresionante de las consecuencias de la propia glorificación, es el que hallamos en el libro de Daniel. El Rey Nabucodonosor, que se creía un creador personal, exclamó (Daniel 4:30): “¿No es ésta la gran Babilonia que yo he edificado para metrópoli del reino, con la fuerza de mi poder, y para la gloria de mi grandeza?” ¿Y cuál fué el resultado? Perdió su reino, su poder, su grandeza y su razón o juicio. Tuvo que irse a vivir entre las bestias del campo por cierto período de tiempo. Cuando por fin vió la luz, con profunda humildad le dió a Dios la gloria, y desandando lo avanzado en su extravío, cumplió su destino reconociendo a Dios como el único creador y otorgador de todo bien.

Hay muchos hoy que, creyéndose autores personales o privilegiados originadores, se atreven a exclamar: “¿No es esta mi propia obra que yo llevé a cabo con mis propios esfuerzos, mi dinero y habilidad?” ¿Es pues de extrañar que, como en el caso de Nabucodonosor, a veces sigue desvaneciéndose la riqueza material hasta que despierta el afectado a comprender que, como dice Pablo (Filipenses 2:13): “Dios es el que obra en vosotros, así el querer como el obrar a causa de su buena voluntad?”

Jesús siempre le daba la gloria a Dios, el Padre, reclamando para sí sólo el gozo de expresar el amor de Dios. Como un rayo de luz puede expresar sólo las cualidades del sol, así el hombre, la idea de la Mente divina, puede expresar sólo las cualidades de Dios.

Cuando echamos a un lado el yo personal y así sentimos la inefable presencia de Dios, encontramos que en realidad todo es bueno, inocente, bello, amable, gozoso, humilde, armonioso. Nuestro destino es manifestar incesantemente la abundancia del Amor divino. No podemos evitar cumplir nuestro destino, que es perfecto siempre, ni debemos elogiarnos porque lo cumplimos. Progresamos en el Amor en la proporción en que seamos sin egoísmo mediante nuestra demostración de que somos hijos de Dios, hijos divinos.

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