Era yo una niña pequeña cuando mi madre sanó con la Christian Science. De mujer débil y achacosa que era antes se trasformó en una mujer fuerte, sana y radiante de contentamiento.
Aunque yo siempre dependía de la Christian Science para curarme, no la utilicé de una manera práctica sino hasta hallarme muy enferma y lejos de nuestra casa, viéndome obligada a regresar. Siguieron luego dos años y medio de pruebas. Durante meses enteros quedaba confinada a la cama, a veces al cuidado de una enfermera cristiano-científica. En ocasiones me vi tentada a que me hicieran un examen médico, agradezco inmensurablemente no haber sucumbido a tal tentación. Recobré gradualmente mi salud únicamente mediante la Ciencia antedicha.
Cuando ya parecía estar yo bien, pero no muy fuerte aún, en las elecciones de dignatarios de nuestra iglesia filial se propuso mi nombre para Segunda Lectora. Yo no quería aceptar el cargo, y lloré. Pero sabía que la Christian Science había salvado mi vida, y por gratitud no retiré mi nombre. Mientras se hacía el cómputo de los votos lo congregación cantó el himno (No. 359 del Himnario de la Christian Science) que empieza con “En Dios confía.” Ese era el mensaje angelical que yo necesitaba.
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