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Era yo una niña pequeña cuando mi madre...

Del número de julio de 1957 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era yo una niña pequeña cuando mi madre sanó con la Christian Science. De mujer débil y achacosa que era antes se trasformó en una mujer fuerte, sana y radiante de contentamiento.

Aunque yo siempre dependía de la Christian Science para curarme, no la utilicé de una manera práctica sino hasta hallarme muy enferma y lejos de nuestra casa, viéndome obligada a regresar. Siguieron luego dos años y medio de pruebas. Durante meses enteros quedaba confinada a la cama, a veces al cuidado de una enfermera cristiano-científica. En ocasiones me vi tentada a que me hicieran un examen médico, agradezco inmensurablemente no haber sucumbido a tal tentación. Recobré gradualmente mi salud únicamente mediante la Ciencia antedicha.

Cuando ya parecía estar yo bien, pero no muy fuerte aún, en las elecciones de dignatarios de nuestra iglesia filial se propuso mi nombre para Segunda Lectora. Yo no quería aceptar el cargo, y lloré. Pero sabía que la Christian Science había salvado mi vida, y por gratitud no retiré mi nombre. Mientras se hacía el cómputo de los votos lo congregación cantó el himno (No. 359 del Himnario de la Christian Science) que empieza con “En Dios confía.” Ese era el mensaje angelical que yo necesitaba.

Después de haber sido elegida y haber estado leyendo unos seis meses ya, un domingo en la mañana se me presentaron síntomas de que recaía la misma enfermedad, pero sin dolor. Terminado el servicio, hablé sobre eso con una practicista, y yo misma me aferré fielmente a la verdad. Tuve luego hemorragias muy fuertes, pero yo me sentía bien. El jueves siguiente sentí que algo muy abrumador se me quitó entonces. Es que había sanado. Eso sucedió que menos hace quince años, y no he vuelto a tener ese malestar.

Más recientemente experimenté una curación instantánea. Mientras me visitaba una amiga, me sentí muy agotada. Cuando ella ya se había ido, todo mi cuerpo me dolía. Antes de que me diera cuenta, me encontraba histéricamente alarmada. Estaba sola en la casa y comencé a orar en alta voz. Me advino el pensamiento: “Qué ridícula te ves orando en tu histeria.” Pero yo seguí orando por otros quince o veinte minutos. Cuando terminé me encontré tranquila, desahogada y libre de toda incomodidad, pero con mucho sueño. Me fui a acostar, y a la mañana siguiente amanecí ya sana.

He recibido tantas bendiciones que expreso mi agradecimiento con gozo. Tiempo hubo en el que yo eludía servir en la iglesia. Hoy me alegra servir a la Causa y aprecio la oportunidad de hacerlo. El Manual de La Iglesia Madre por Mrs. Eddy es tan todo abarcante, que me llena de asombro recóndito. Agradezco que mi familia lo ha utilizado hasta la cuarta generación. Mis beneficios son tantos que no alcanzo a enumerarlos. Gracias a Dios por la Christian Science y su reveladora, Mrs. Eddy. —

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