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“La acción atómica es Mente, no materia”

Del número de julio de 1957 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La fuerza atómica, según se le concibe materialmente, fulmina tan recio y tan de cerca en los asuntos de todos los hombres y naciones, que el temor de ella bien puede hacer que se enmiende el pensamiento humano. Tan benéfica enmienda podría resultar en claro triunfo sobre la renuencia de la humanidad a dejar lo material por lo espiritual. Naturalmente que semejante cambio regenerativo apresuraría más cuantiosamente el advenimiento del poder del Espíritu que es Dios, acrecentando el bienestar de los hombres.

La humanidad debe profunda gratitud a los que se han esforzado con éxito por aligerarle su carga. Sus esfuerzos infatigables les han quitado las cadenas que ataban a hombres y mujeres por igual a los modos y medios anticuados. Lo cual concuerda con el progreso. Pero, como sabemos, no siempre se han destinado los descubrimientos a esferas en que se utilicen sólo servicialmente. Las fuerzas destructivas del mundo tratan de adueñarse de las nuevas ideas materialmente concebidas para destrozar el progreso según se entiende humanamente y destruir la vida según el concepto de las gentes.

La fuerza atómica se presta a semejante mal uso. Puesto que no es del todo benéfica, no es de Dios y debe tomarse por lo que es realmente — una creación de la mente mortal, un esfuerzo concebido a última hora para mesmerizar a los humanos a fin de que reconozcan sus aparentes potencialidades, y luego se azoren aterrados, por prestarse para el bien o para el mal de ellos. La Christian Science rechaza la materia y todas las creencias materiales, incluso la de que dentro del átomo material se ha de hallar lo destinado a traer paz a toda la humanidad.

La paz, la prosperidad y la seguridad del mundo no radican en el descubrimiento de una fuerza física más potente de las hasta hoy conocidas. No tiene uno más que pensar en el dominio absoluto del Maestro sobre el espacio, las tormentas, la carencia, el dolor, los pecados, las enfermedades y la muerte para comprender que la victoria sobre cuanto esclavice ha de ganarse mediante la comprensión demostrable del Espíritu y de la ley espiritual. Un estudio cuidadoso de las demostraciones de Cristo Jesús revela el hecho importante de que haya sido cual fuere la índole del problema que se ofreciere para su solución o curación, él manejaba la situación desde la cumbre de la revelación. Esa exaltación espiritual libraba al Ejemplificador del camino de la creencia en que la materia es causa, una necesidad y un remedio a la vez.

Nuestra Guía, Mary Baker Eddy, que se distinguía por su pensamiento espiritualizado, habiendo descubierto que el materialismo o sea la materia y sus efectos, es una ilusión, eleva la acción atómica por encima de la materia cuando declara en sus Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 190): “La acción atómica es Mente, no materia. No es ni la energía de la materia, ni el resultado de la organización, ni el producto de la vida infusa en la materia: es el Espíritu, la Verdad y la Vida infinitos desafiando al error o sea la materia.” De esa definición tan sin reservas puede verse que lo que se conoce universalmente como acción atómica es sólo la falsificación material de la prepotencia del Dios que es Amor.

El efecto inmediato de la revelación y demostración que presentara Mrs. Eddy del desafío que el Espíritu lanza al error o la materia era consternación, porque esa enseñanza nueva desacreditaba las teorías médicas, encanecidas por el tiempo, y exponía la completa inhabilidad de la teología tradicional para hacerse cargo de la humanidad y redimir a los que se extraviaran. Tan descuajante era ese exponer que hacían cuanto podían por ennegrecer el carácter de nuestra amada Guía denunciando su propósito, mal juzgando su sinceridad, y se esforzaban por que no se aceptara su revelación de la eterna perfección de la creación del Padre, incluso el hombre.

Sabedora de la certeza y plenitud con que el amor de Dios protege a todos los que sin temor dan testimonio de Su dominio gobernando eternamente en el cielo y también en la tierra, nuestra intrépida Guía respondió a todas esas críticas avanzando más allá del horizonte del pensar de la mente mortal hacia el reino en el que la dualidad es desconocida. Las verdades espirituales que se le revelaron a Mrs. Eddy en ese tranquilo santuario venían revestidas de tal divina autoridad que ella echó a un lado por insostenibles las proclamaciones de la ciencia material basadas mayormente en la creencia en la realidad de la materia, y por lo mismo, su permanencia.

La acción de la Mente divina es el eterno desenvolvimiento o revelación de bendiciones infinitas al pensamiento receptivo. Por lo cual se verá que el descubrimiento de la verdadera fuerza atómica no ha traído consigo ningún nubarrón ominoso de preocupaciones recelosas. No sólo eso, sino que la revelación comenzó inmediatamente a dispersar las neblinas preñadas de temor que se venían acumulando a través de los siglos, mediante su proclama de que la purificación y espiritualización del pensamiento y de las acciones habrán de corregir los pecados y curar las enfermedades. Como lo predijo Mrs. Eddy, el resultado práctico de que cada uno se esfuerce de por sí por purificar y espiritualizar su ambiente mental, ha sido regeneración de los pecadores y curación de incontables casos de enfermedades incluso las llamadas incurables, así trayendo a un sinnúmero de hogares armonía y prosperidad. Cada vez que uno se libra de las cadenas de la mente mortal, evidencia en ese grado la acción de la energía atómica verdadera.

Este poder que Dios otorga no puede emplearse para cautivar a una persona o grupo de personas con la intención de exigir rescate antes de ponerlos en libertad. Su único objeto es despertar a los hombres y a las mujeres de todas las razas, en todas partes, librándolos de la triste experiencia que sugiere el sueño de que hay vida en la materia. Que tal misión puede realizarse en un futuro no tan remoto, lo da a entender Mrs. Eddy en todos sus escritos, especialmente en Pulpit and Press (véase la pág. 22). Nuestra amada Guía predijo que si la vida de los actuales estudiantes de la Christian Science da testimonio de su fidelidad a la Verdad, practicándola, durante el siglo veinte las iglesias cristianas de los Estados Unidos y otras en algunas de las tierras lejanas entenderían esta Ciencia lo suficiente para curar a los enfermos en el nombre de Cristo.

Que ya somos numéricamente suficientes para producir tan deseable elevación del pensamiento humano, lo muestra claramente nuestra Guía en su enfática declaración a la Clase Primaria de Marzo de 1889. Dirigiendo la palabra a los sesenta y cinco estudiantes que formaban esa clase, les dijo (Miscellaneous Writings, pág. 279 a la 280): “Nosotros, los que aquí nos hallamos hoy en esta cátedra, somos suficientes para convertir al mundo si tenemos una sola Mente; porque entonces todo el mundo ha de sentir la influencia de esta Mente única; como cuando la tierra estaba sin forma, y la Mente habló y apareció forma.” La promesa — redención universal de la humanidad a una norma de vida semejante a la de Cristo — es segura porque se la encomendamos al Padre. La condición para que se cumpla la promesa implica la responsabilidad que tenemos todos los estudiantes de la Christian Science de poseer “una sola Mente.” ¡Cuán provocativa es la llamada que nos hace nuestra Guía a que entremos en acción!

¿No está el secreto de la curación por medios espirituales en las últimas palabras del pasaje: “la Mente habló y apareció forma?” Cuando habla la Mente divina, la curación aparece en la forma en que el paciente crea necesitarla para restablecer la armonía, sea restaurando su vista u oído, formándole un pulmón nuevo, mejorando sus recursos o regenerando su carácter. Cuando la Mente nos habla, se dispersa la neblina y aparece la perfección; pero la Mente habla sólo cuando se calla por completo el sentido personal que tenga uno de sí mismo.

A fin de cumplir con la demanda que nos hace nuestra amada Guía hay que ceñirnos a nuestro más alto conocimiento de Dios, porque lo que obstruya nuestra fidelidad a la Verdad anubla nuestro reconocimiento del hecho de que el poder emana de Dios.

La Biblia insiste en que Dios es omnipotente. Así lo recalca el Salmista cuando dice (62:11): “Una vez ha hablado Dios, dos veces he oído esto, que el poder pertenece a Dios.” Lo que trate de anublar este hecho eterno podemos llamarlo un átomo mental. A esa clase de átomos se refiere nuestra Guía en la página 224 de Miscellaneous Writings. Dice: “Debemos recordar que el mundo es amplio; que hay mil millones de humanas voluntades, opiniones, ambiciones, gustos y amores; que cada persona tiene historia, constitución, cultura, carácter diferentes de los de los demás.” Y sigue luego enseñándonos “que la vida humana es el trabajo, el juego, la incesante acción y reacción entre unos y otros de estos átomos diferentes.”

Mientras más falsos átomos mentales reduzcamos a la nada, más libres quedaremos de los defectos característicos de lo personal que adulteran nuestra lealtad al Primer Mandamiento en el que hallamos refugio contra las vicisitudes de los tiempos modernos. Es urgente nuestra necesidad de que nos encaremos intrépidamente contra y a traves de la niebla de los esfuerzos que hace la mente mortal por impresionar a los humanos con su fingida habilidad para inundar la tierra con ansiedad, temor, lágrimas y amenazas de destrucción en masa. La inestimable paz y dominio de Cristo Jesús fueron legados a todos cuando el Maestro declaró, en las palabras del Evangelio según Juan (14:27): “La paz os dejo; mi paz os doy; no según da el mundo, yo os la doy: no se turbe vuestro corazón, ni se acobarde.” Este palabras consoladoras fueron proferidas por el más encumbrado Científico que ha conocido el mundo.

Regocijémonos de la verdad eterna de que la omnipotencia de Dios no es susceptible de que la rete nadie con éxito ni aun cuando los esfuerzos de la mente mortal parezcan reconcentrarse altamente en el invisible y tan discutido átomo material. Fijando nuestra vista más allá de las amenazas del mal en el poder siempre presente del Cristo para regenerar y salvar, podemos responder con confianza a la amonestación enfática que contiene el Himnario de la Christian Science (No. 74):

Sal, sobre el monte de pie está,
que en tí la Verdad va;
la roca en sí se romperá,
la tierra se abrirá;
pero esa tempestad y fuego
la voz callada apaga luego.

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