La fuerza atómica, según se le concibe materialmente, fulmina tan recio y tan de cerca en los asuntos de todos los hombres y naciones, que el temor de ella bien puede hacer que se enmiende el pensamiento humano. Tan benéfica enmienda podría resultar en claro triunfo sobre la renuencia de la humanidad a dejar lo material por lo espiritual. Naturalmente que semejante cambio regenerativo apresuraría más cuantiosamente el advenimiento del poder del Espíritu que es Dios, acrecentando el bienestar de los hombres.
La humanidad debe profunda gratitud a los que se han esforzado con éxito por aligerarle su carga. Sus esfuerzos infatigables les han quitado las cadenas que ataban a hombres y mujeres por igual a los modos y medios anticuados. Lo cual concuerda con el progreso. Pero, como sabemos, no siempre se han destinado los descubrimientos a esferas en que se utilicen sólo servicialmente. Las fuerzas destructivas del mundo tratan de adueñarse de las nuevas ideas materialmente concebidas para destrozar el progreso según se entiende humanamente y destruir la vida según el concepto de las gentes.
La fuerza atómica se presta a semejante mal uso. Puesto que no es del todo benéfica, no es de Dios y debe tomarse por lo que es realmente — una creación de la mente mortal, un esfuerzo concebido a última hora para mesmerizar a los humanos a fin de que reconozcan sus aparentes potencialidades, y luego se azoren aterrados, por prestarse para el bien o para el mal de ellos. La Christian Science rechaza la materia y todas las creencias materiales, incluso la de que dentro del átomo material se ha de hallar lo destinado a traer paz a toda la humanidad.
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