Jesus debe de haber previsto los tiempos turbulentos que parecería que estamos experimentando además de las señales que indican la venida del Príncipe de Paz y el reino de la justicia sobre la tierra cuando dijo (Lucas 21:28): “Mas en comenzando a suceder estas cosas, erguíos y alzad vuestras cabezas; porque vuestra redención se va acercando.”
Cuán agradecidos estamos que la Christian Science se halla aquí para despertar a la humanidad al hecho glorioso que Dios y Su universo, incluso el hombre, son indestructibles y eternos. En vista de la catálisis que experimenta el mundo, mucho es lo que oímos decir acerca de la posibilidad de que la civilización sea destruida por las armas atómicas. Y esta conclusión es aceptada por muchos, simplemente porque los hombres creen que la materia es verdadera y substancial y que el hombre es un mortal, vulnerable a la destrucción y sujeto a los cambios y la muerte. El cuerpo humano, como todo aquello que es material, es una invención de la mente carnal contenida en esa mente carnal y no algo fuera de ella. La materia, el substrato de la mente mortal, es el medio por el cual esta mente reclama que goza o que sufre. Se cree que la materia encierra la prerogativa de la vida y de la muerte, y a los mortales y a la mortalidad se les contempla como una combinación inevitable.
El hombre que Dios creó es la expresión de Dios, Su idea individualizada, jamás nacida a la materia o sujeta a la muerte, mas siempre la imagen y semejanza mismas de la Mente eterna. En su obra “No y Sí” Mary Baker Eddy dice (pág. 11): “El hombre tiene un Alma inmortal, un Principio divino, y un ser eterno. El hombre tiene una individualidad perpétua; y las leyes de Dios y su acción inteligente y armoniosa, constituyen su individualidad en la Ciencia del Alma.”
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