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El ser invariable del hombre

Del número de octubre de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jesus debe de haber previsto los tiempos turbulentos que parecería que estamos experimentando además de las señales que indican la venida del Príncipe de Paz y el reino de la justicia sobre la tierra cuando dijo (Lucas 21:28): “Mas en comenzando a suceder estas cosas, erguíos y alzad vuestras cabezas; porque vuestra redención se va acercando.”

Cuán agradecidos estamos que la Christian Science se halla aquí para despertar a la humanidad al hecho glorioso que Dios y Su universo, incluso el hombre, son indestructibles y eternos. En vista de la catálisis que experimenta el mundo, mucho es lo que oímos decir acerca de la posibilidad de que la civilización sea destruida por las armas atómicas. Y esta conclusión es aceptada por muchos, simplemente porque los hombres creen que la materia es verdadera y substancial y que el hombre es un mortal, vulnerable a la destrucción y sujeto a los cambios y la muerte. El cuerpo humano, como todo aquello que es material, es una invención de la mente carnal contenida en esa mente carnal y no algo fuera de ella. La materia, el substrato de la mente mortal, es el medio por el cual esta mente reclama que goza o que sufre. Se cree que la materia encierra la prerogativa de la vida y de la muerte, y a los mortales y a la mortalidad se les contempla como una combinación inevitable.

El hombre que Dios creó es la expresión de Dios, Su idea individualizada, jamás nacida a la materia o sujeta a la muerte, mas siempre la imagen y semejanza mismas de la Mente eterna. En su obra “No y Sí” Mary Baker Eddy dice (pág. 11): “El hombre tiene un Alma inmortal, un Principio divino, y un ser eterno. El hombre tiene una individualidad perpétua; y las leyes de Dios y su acción inteligente y armoniosa, constituyen su individualidad en la Ciencia del Alma.”

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