Al finalizar la década de 1920, comencé a padecer de una tos muy molesta y tuve la sensación de estar muy enfermo. Fui a consultar a un especialista de los pulmones y aunque no la diagnosticó tuberculosa, me sugirió que fuera a mi casa y que guardara cama, permaneciendo en un completo descanso por algún tiempo.
Como entonces era soltero y vivía con un matrimonio de edad avanzada, no estaba muy seguro de guardar cama. No obstante, la amable dueña de casa estuvo dispuesta a preparar mis comidas y atenderme.
Después de dos meses no parecía haber experimentado ninguna mejoría. Entonces, una tarde, el dueño de casa vino a mi pieza y me preguntó si había oído hablar alguna vez de la Ciencia Cristiana. Le dije que había oído hablar de ella, pero que pensaba que se trataba de un sistema de decir "estoy bien", "estoy bien", repetidas veces. Me dijo que su madre, que había vivido en Boston, la había investigado y se había vuelto una firme Científica Cristiana y que le había enviado un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y que estaba en el estante, en el cuarto de estudio por si me gustaría leerlo. Durante el tiempo que había estado en cama había leído muchos de sus buenos libros, de manera que gustoso accedí a leerlo.
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