Desde que presencié la magnífica primera curación de mi esposo hace más de veinticinco años, me convertí en estudiante de Ciencia Cristiana.
Varios médicos prominentes no habían podido ayudar a mi esposo a recuperarse de los efectos de sus vicisitudes sufridas durante la Segunda Guerra Mundial. Un compañero de sus años de universidad, que no era precisamente Científico Cristiano, le contó a mi esposo que un pariente que era practicista de la Ciencia Cristiana lo había curado a él de un problema similar.
Mi esposo no sabía nada de la Ciencia Cristiana, pero después de dos años de constante sufrimiento, su desesperación era tan grande que estaba dispuesto a probar cualquier cosa. El día de su entrevista con la practicista salió de casa en un estado de tristeza y con su acostumbrado malestar. Regresó transformado, físicamente libre e irradiando felicidad, como si le hubieran quitado un velo — como en realidad ocurrió. Esta curación nos llevó a ambos a iniciar un consagrado estudio del libro de texto de la Ciencia Cristiana, el cual nos iluminó las sagradas páginas de la Biblia.