¿Cuándo es un mandamiento más que un mandamiento? Cuando viene de Dios. ¿Por qué? Porque cada uno de Sus mandamientos tiene una doble finalidad — incluye no sólo un mandamiento sino también la promesa de que puede ser obedecido.
¿Pediría, a sabiendas, una madre amorosa a su hijo hacer algo que sabe que no podría cumplir? ¡Por cierto que no! Tampoco lo pediría nuestro Padre-Madre Dios del todo sabio y amoroso. Dios es justo y sabe que el hombre es Su propia expresión, por lo tanto, que es obediente e infinitamente capaz.
¡Qué alentador es saber diariamente que Dios jamás exige de Sus hijos nada que no puedan cumplir totalmente! Y al obedecer estas exigencias, inmensas bendiciones colman nuestra vida — gozo, salud, trabajo satisfaciente, relaciones humanas armoniosas.
Puesto que el Amor exige sólo lo que ciertamente podemos cumplir, el mandamiento que nos dio Cristo Jesús de “que os améis unos a otros”, Juan 13:34; promete que podemos amarnos unos a otros. En la medida en que obedecemos el mandamiento de amar, destruimos el odio en sus grados de animosidad, y encontramos paz — la bendición natural que aguarda a todos los hombres, comunidades y naciones que se aman unos a otros.
Otro mandamiento de Jesús: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, Mat. 5:48; nos asegura que la perfección espiritual está aquí mismo en nuestras vidas. Encontramos esta promesa de perfección a medida que nos despojamos “del hombre viejo con sus hechos”, Col. 3:9; como lo dice el Apóstol Pablo, y demostramos al hombre que Cristo reveló. Cada síntoma de resfrío destruido por la Verdad, cada pensamiento de enojo disuelto por el Amor, cada mentira de carencia eliminada por la adherencia al Principio, nos ayudan a reclamar esta identidad perfecta y espiritual que se encuentra por medio de la Ciencia Cristiana. Y como resultado, nos encontramos obedeciendo y bendecidos.
Cada uno de los Diez Mandamientos no sólo nos impone estrictas exigencias, sino que también nos promete que las condiciones para cumplirlas son realmente bendiciones que tenemos a mano para hacerlas nuestras.
Consideremos, por ejemplo, el Primer Mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3; ¡Qué grande es nuestra liberación de las presiones personales cuando reconocemos y cedemos a la gran verdad de que no podemos tener otros dioses que no sea Dios, porque Dios es Todo-en-todo! Ésta es la promesa: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Todos los supuestos dioses — egoísmo, sensualidad, enfermedad, limitación — todo tiene que caer a medida que reclamamos esta promesa. Y en esta medida, nos liberamos de sus influencias.
“No hurtarás”, vers. 15; nos da la certeza de nuestra innata integridad. Todo temor de que podemos ceder a la tentación se destruye cuando comprendemos que Dios nos está diciendo: “Hijo querido, no hurtarás — ésta es Mi promesa”.
El hombre espiritual, hecho a la semejanza de la Verdad, no puede robar. Es sólo la falsificación mortal la que viola el mandamiento. Pero cuando el ser humano se ve a sí mismo en la Ciencia como espiritual — puro, inocente de todo lo que sea desemejante a Dios, poseyendo todo lo que necesita a cada instante — puede hacer valer las bendiciones inherentes a los mandamientos y proseguir su camino con gozo. Tiene confianza en el poder de Dios para hacer cumplir Sus mandamientos y Sus promesas.
Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Científicos Cristianos, sed una ley para vosotros mismos, de modo que la mala práctica mental no os pueda dañar, ni dormidos ni despiertos”. Ciencia y Salud, pág. 442. La obediencia a esta regla inspirada nos ofrece un refugio contra toda creencia de enemigos. Nos libera de la mala práctica mental, de los pensamientos temerosos y negativos, ya sean nuestros o de otros, y nos encontramos en la armonía del cielo — protegidos y amados, no como el blanco del error ni como el instrumento del error.
No siempre demostramos obediencia sin esfuerzo. En la existencia humana muchas tentaciones parecen abrumarnos. Pero a medida que trabajamos para permitir que el Principio gobierne nuestras vidas, es alentador saber que no hay ni un solo mandamiento que no prometa su propio cumplimiento y que en su cumplimiento está la bendición.
¡Qué valiosos son los mandamientos de Dios!