Hace dos inviernos me fue esclarecido maravillosamente el poder sanador de la Ciencia Cristiana al sanar de los efectos de una caída sobre el hielo. Parecía que los huesos del tobillo y del pie se habían quebrado y que los músculos de la pierna se habían distendido severamente.
Me sentí agradecida por haber podido levantarme rápidamente y por la verdad que Mrs. Eddy nos da en Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos, pág. 206): "El Científico Cristiano verdadero está constantemente afirmando la armonía de palabra y hecho, mental y oralmente, repitiendo perpetuamente este diapasón del cielo: 'El bien es mi Dios, y mi Dios es el bien. El Amor es mi Dios, y mi Dios es el Amor'". Repetí en voz alta estas palabras una y otra vez, y esto me hizo posible aquietar mi pensamiento y llegar a casa.
Durante toda esta experiencia tuve el cariñoso cuidado de mi esposo, y durante diez días el devoto apoyo de un practicista de la Ciencia Cristiana. El dolor se calmó rápidamente. Sin embargo, mi curación comenzó a manifestarse cuando dominé la tentación de autocondenarme por este accidente y la sutil sugestión de que otros habían sanado más rápidamente que yo.
Fui movida a percibir que la sugestión de hacer comparaciones estaba motivada por la envidia y codicia. No podía aceptar, y no quería aceptar, a un Dios bondadoso como un Dios parcial que concedía Su bondad y aptitudes a otros, pero no a mí. Las siguientes palabras del libro de texto, Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, me sirvieron de advertencia: "El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus dádivas" (pág. 13). En este proceso de demostración comprendí mejor el verdadero significado del décimo mandamiento: "No codiciarás. .. cosa alguna de tu prójimo" (Éxodo 20:17). Lo que otro pudiera hacer en su aptitud de demostrar la ley de Dios no podía tener influencia sobre la habilidad y aptitud con que Dios me había dotado para demostrar mi unidad con Dios en el momento propicio y de la manera correcta. Gradualmente estos hechos espirituales se hicieron cargo de la situación humana y la solucionaron. En tres semanas pude caminar, y la curación fue completa y definitiva en seis semanas.
Analizando esta experiencia me doy cuenta de que el tiempo que tomó esta curación fue de mucho menos importancia comparado con la amplia comprensión que obtuve del estado eterno del hombre que, como hijo de Dios, jamás puede caer.
Estoy humildemente agradecida por Mrs. Eddy, cuya clara visión del mensaje de curación de Cristo Jesús ha bendecido a todo el mundo por medio de la religión práctica que es la Ciencia Cristiana.
Hinsdale, Illinois, E.U.A.