Hace dos inviernos me fue esclarecido maravillosamente el poder sanador de la Ciencia Cristiana al sanar de los efectos de una caída sobre el hielo. Parecía que los huesos del tobillo y del pie se habían quebrado y que los músculos de la pierna se habían distendido severamente.
Me sentí agradecida por haber podido levantarme rápidamente y por la verdad que Mrs. Eddy nos da en Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos, pág. 206): "El Científico Cristiano verdadero está constantemente afirmando la armonía de palabra y hecho, mental y oralmente, repitiendo perpetuamente este diapasón del cielo: 'El bien es mi Dios, y mi Dios es el bien. El Amor es mi Dios, y mi Dios es el Amor'". Repetí en voz alta estas palabras una y otra vez, y esto me hizo posible aquietar mi pensamiento y llegar a casa.
Durante toda esta experiencia tuve el cariñoso cuidado de mi esposo, y durante diez días el devoto apoyo de un practicista de la Ciencia Cristiana. El dolor se calmó rápidamente. Sin embargo, mi curación comenzó a manifestarse cuando dominé la tentación de autocondenarme por este accidente y la sutil sugestión de que otros habían sanado más rápidamente que yo.
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