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Una respuesta a la violencia

Del número de octubre de 1973 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El día siguiente al asesinato de Martin Luther King, Jr., un hombre blanco profundamente apenado, abrió su ejemplar del The Christian Science Monitor. En el artículo de fondo del editorial, se explicaba detalladamente a todos sus lectores la causa de esa tragedia. Despertó su atención, pues, como tantos otros miles de personas, había comenzado a especular también que una conspiración o las emociones pervertidas de un solo fanático habían atacado al Dr. King.

El editorial ofrecía una explicación diferente. El odio masivo era el responsable.

Lo que le sorprendió fue el haber comprendido de pronto que el odio masivo incluye cualquier pensamiento inafectuoso, cualquier opinión negativa que pueda infringir la consciencia individual, mientras se olvida que Dios es la fuente de todo buen pensamiento.

Examinó su pensamiento cuidadosamente y se preguntó: “¿Qué puede infringir mi pensamiento que pueda ayudar a este odio?” Fue ésta una amarga pregunta. Vio con qué facilidad se rompe el sexto mandamiento de Moisés, tal como lo concibió Cristo Jesús, cuando los hombres dejan de reconocer la clase de hombre que Dios crea y ama, y se avienen sólo al testimonio de los sentidos físicos.

Al hacer referencia al sexto mandamiento Jesús dijo en su Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”. Mat. 5:21, 22; Los asesinos son el enojo, el ultraje, la mofa. La violencia es algo tanto sicológico como físico. Por primera vez vio cuánto asesinato mental ocurría a su alrededor.

Vio que el odio puede venir disfrazado de fría indiferencia, de justiciera indignación o de una acumulación de irritaciones y resentimientos mezquinos. O si no, de cualquier otra manera, como por ejemplo ésta: Usted va rumbo a su trabajo y nota que el automóvil que va delante del suyo patina. Su primer pensamiento puede que sea uno de verdadero interés, pero de pronto, a menos que no esté alerta, le viene el pensamiento: “¡Cuánto me alegro de que no me pasara a mí!” Este modo de pensar se asemeja a lo que Jesús tenía en mente cuando habló del publicano y del fariseo que oraban en el templo. El publicano, volviéndose a Dios encarecidamente y con toda humildad, y el fariseo que mirando al publicano, decía: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres”. Lucas 18:11;

¡Odio disfrazado!, pensó. Dobló entonces su periódico y se hizo una íntima promesa. Ansiaba ver al Amor, el poder que es el punto central de todo cristianismo verdadero, como algo más que una palabra escrita, como algo más que un sentimiento loable. ¿Cómo podía expresar el amor cristiano más sinceramente a su familia, a su iglesia, en su trabajo?

Su promesa, en respuesta a esta pregunta, fue la de tratar de transformar su amor por la humanidad en amor por el individuo. La misericordia de Dios es la respuesta al odio masivo cada vez que se traduzca esta misericordia en la actitud y expresión de un individuo hacia otro. Este amor debe tomar una acción concreta en nuestro pensamiento en todas las fases de las relaciones humanas. La hermandad se vuelve verdadera en la fraternidad. Vio claramente que la paz debiera ser algo mucho más que la mera ausencia de guerra, violencia o argumentos. Es el deseo activo de hacer que los hombres confraternicen.

¿No infiere acaso la séptima bienaventuranza de Jesús la idea de que los hombres confraternicen: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”? Mat. 5:9; La actividad divina, produciendo un impacto en el sexto mandamiento se amplía convirtiéndose en un imperativo espiritual, en un llamado a la acción de primer orden. El categórico “no tendrás” de Moisés, se convierte en el reformador “ellos serán” de Jesús.

Nuestro empeño en que los hombres confraternicen no excluye a aquellos que parecen ser nuestros enemigos. Quizás nos veamos frente a la amenaza de la deshumanización en esta década tecnológica y urbanizada, o conscientes de las sutilezas de la mala administración y el uso indebido de los empleos. Por lo tanto, ¡cuán urgente es la necesidad de actuar según recomendó Jesús: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino”! v. 25; Esto es, ponte de acuerdo con el cuadro verdadero, con la identidad espiritual que crea Dios, que es siempre la verdad, y que recusa los errores de los desatinos burocráticos o los del odio ideológico y racial.

En Ciencia y Salud Mary Baker Eddy escribe: “La individualidad espiritual del hombre nunca encierra mal alguno”. Ciencia y Salud, pág. 491; Amar al prójimo, quienquiera que él sea, significa amarlo por lo que él es espiritualmente. La eficacia sanadora de toda la ética de Jesús se encuentra en esta comprensión. ¿Qué puede ser más científico? ¡Qué diferente es esto de aquel amor que varía según los caprichos de las emociones humanas! El cristiano por excelencia nos exige esta práctica actitud aun cuando nos enfrente la violencia.

Cualquier persona, no importa su raza, su formación política, religiosa o social, puede participar de esta sin igual redención que se le ofrece por medio de la Ciencia del Cristo, ahí mismo donde la crisis parece estar. La capacidad de amar profunda y científicamente nos pertenece a todos. Es algo parecido a esto: Usted va por una calle y un hombre se le acerca con el rostro rígido por el odio. O, quizás sea un alcohólico o un drogadicto que lo acecha; o puede que el rostro frente a usted sea uno de desesperación y dolor.

Jesús dijo: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto”. Bajo esa máscara de odio, estupor, o desesperación, se mueve la idea perfecta de Dios, una persona que tiene una identidad espiritual. Pero, usted necesita ver algo específico que inmediatamente lo acerque a lo que él es en lo profundo de su ser. La apariencia externa de esta persona puede ser la de un oriental, un hombre de color, o un joven blanco. Pero, ¿qué hay allí con lo cual usted pueda ponerse “de acuerdo” rápidamente y de todo corazón?

“¡He aquí, que viene el hijo de Dios!” Estas palabras son muy apropiadas a la dinámica del Nuevo Testamento revelada a los siglos diecinueve y veinte por medio de la comprensión de la Ciencia Cristiana. Pero para algunas personas, estas mismas palabras pierden su efecto porque se presentan como una familiar y gastada divisa teológica.

“Ambos tenemos el mismo Padre y Madre — Dios”. Entonces, espiritualmente y en realidad ¿no es este hombre vuestro hermano? ¿No es esto más afectuoso, más próximo a la verdad sentida?

Pero lo que más nos acerca para ver y sentir la identidad espiritual es sentir y poder decir: “Aquí mismo, el que se acerca, es algo precioso para Dios”. Lo que es verdadero en este individuo el Dios Todopoderoso lo creó, tan cierto como que creó Él lo que es verdadero en usted. La Mente, Dios, no comete errores; todo lo que Él crea es irrefutablemente perfecto. Lo que nuestro Padre-Madre, Dios, hace, Él protege. Y lo que Él protege, Él gobierna y controla, dirige y protege, inspira y le da poder — ahí mismo a donde viene esa persona, ¡ahí mismo donde usted está!

No se puede evitar el impacto de esta verdad. No se sorprenda si la persona que se le acerca le sonríe o le saluda amigablemente. El pensar de esta manera es conocer la verdad que libera, es, en realidad, expresar en nuestra experiencia humana el resultado de la séptima bienaventuranza de Jesús.

Y pensar así es hacerlo de la manera más cristianamente científica; es amar de la manera más práctica imaginable. Mrs. Eddy lo explica de la siguiente manera al escribir durante las últimas décadas del siglo diecinueve: “Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no podrá alcanzarte”. pág. 571;

Como hemos visto, cuando lo que pensamos de otros — amigos o enemigos — está revestido del reconocimiento de que interiormente hay algo precioso en la persona allí mismo donde se encuentra (no obstante lo que esté ocurriendo exteriormente), estaremos verdaderamente revestidos con la panoplia del Amor donde el odio humano no puede llegar. No puede alcanzarnos ni desde “allá” en la forma de violencia física, ni desde “acá” en la forma de reacciones mentales que, como ya se ha mencionado, no es nada más que odio disfrazado.

Amar de esta manera es vivir diariamente con la paradoja que se encuentra en estas palabras: “Todo lo que la envidia, el odio, la venganza — los más crueles motivos que gobiernan la mente mortal — todo lo que éstos traten de ocasionar, ‘a los que aman a Dios, ... les ayudan a bien’ ”. Miscellaneous Writings, pág. 10; Mrs. Eddy les está dando otra dimensión a las bien conocidas palabras que Pablo escribiera a los Romanos. “Todas las cosas les ayudan a bien” Rom. 8:28. — si Pablo hubiera terminado aquí, él hubiera estado abogando más o menos por un vano optimismo — mas la frase clave es: “a los que aman a Dios”, y Pablo añadió: “a los que conforme a su propósito son llamados”.

¡Pensad en esto! Cuando nuestro amor por Dios y por lo que Él ha creado sea genuino y de corazón, cuando hayamos visto que somos llamados a través de cada situación “conforme a su propósito”, aun las peores experiencias “ayudan a bien” — ya sean éstas problemas de salud, fracasos o esperanzas frustradas. Es como decir que lo peor sirve para traer lo mejor en nosotros.

Esta paradoja se convierte en realidad en nuestra experiencia, cuando nuestro amor es cristianamente científico — científico, esto es, en su reversión de la impresión externa, en su discernimiento del rostro bajo la máscara, lo dulce debajo de lo amargo. Todo es más bien como “buscar” en vez de solamente “mirar”.

Hace algunos años tuve un ejemplo inmemorable de todo esto. Ocurrió durante un campeonato de boxeo aficionado. Ahora bien, mi opinión sobre este deporte es positiva. Este deporte, como su compañera la esgrima, es la ciencia de dar en el blanco mientras se evita el golpe. En realidad, algo muy impersonal, a pesar de la triste reputación que ha ganado este deporte en su aspecto profesional.

Yo tenía por costumbre visitar a mi oponente en su camerino antes del torneo, y así descubrir intereses comunes y compartir ideas. Cuando llegaba nuestro turno, nos apartábamos a nuestras respectivas esquinas, entrábamos en acción, y cuando terminaba la pelea, continuábamos con el tema con que habíamos comenzado.

En la noche de este torneo busqué a mi oponente en el camerino del equipo contrario. Como él era boxeador de peso pesado, no me fue difícil encontrarlo. Pero cuando le di mi acostumbrada bienvenida, me dio la espalda sin decir palabra. Era muy evidente que él aceptaba la creencia general de que en el deporte un hombre tiene que odiar mucho para poder ganar.

Quedaban como veinte minutos antes de empezar el torneo. Después de cumplir con mis deberes como capitán del equipo, me las arreglé para quedarme a solas. De pronto vi toda la situación a la luz de la Ciencia Cristiana. Como hemos visto, Dios no comete errores. Reconocí que debajo de esta animosidad tenía que haber una idea espiritual, creada por Él, y con la que yo podía ponerme "de acuerdo" pronto. ¿Por qué? Porque lo que Él había creado era amado por Él. Además, mi Padre estaba dando testimonio de lo que yo era en el pensamiento de mi oponente, tan cierto como estaba dando testimonio en el mío de lo que era mi oponente.

La preocupación desapareció. Entré al cuadrilátero esperando ver una demostración de la verdad que acababa de reconocer. Hubo unos momentos de mutuo tanteo y luego mi oponente me tiró un golpe. Lo esquivé y respondí con otro; y en la lucha de cuerpo a cuerpo que siguió oí su voz sobre mi hombro que decía: "Viejo, ¡qué buen golpe fue ése!"

Todo el torneo vino a ser una memorable confirmación del hecho de que el oído de Dios no está cerrado a la oración científica, por muy sencilla que sea. Al árbitro le fue muy difícil llegar a una decisión en la puntuación, de tan pareja que fue la exhibición de destreza que ambos dimos. (Gané por poquísima ventaja.) Ninguno le hizo daño al otro, y de ese modo le hicimos honor a esa parte del deporte que lo describe como la ciencia de salir ileso. Finalmente, y lo más importante, fue que los dos nos dirigimos a nuestros camerinos hablando sobre el encuentro como viejos amigos. Toda la evidencia del pasado resentimiento desapareció.

La amada idea de Dios se mueve más allá de toda apariencia externa de violencia — sea ésta mental o física. Alguien tiene que interesarse por el bien de otro. Preguntaos: ¿Estoy dispuesto a empezar a buscar ahora lo que el Padre quiere en mí, a buscar lo que Él ama en la otra persona que yo vea? ¿En la otra, y en la otra, y así sucesivamente?

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