El día siguiente al asesinato de Martin Luther King, Jr., un hombre blanco profundamente apenado, abrió su ejemplar del The Christian Science Monitor. En el artículo de fondo del editorial, se explicaba detalladamente a todos sus lectores la causa de esa tragedia. Despertó su atención, pues, como tantos otros miles de personas, había comenzado a especular también que una conspiración o las emociones pervertidas de un solo fanático habían atacado al Dr. King.
El editorial ofrecía una explicación diferente. El odio masivo era el responsable.
Lo que le sorprendió fue el haber comprendido de pronto que el odio masivo incluye cualquier pensamiento inafectuoso, cualquier opinión negativa que pueda infringir la consciencia individual, mientras se olvida que Dios es la fuente de todo buen pensamiento.
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