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El error carece de identidad

Del número de octubre de 1973 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando tratamos de sanar un estado físico, especialmente uno doloroso, nos vemos tentados a contemplarlo, a palparlo o a escucharlo todos los días o a cada hora, y a preguntarnos: "¿Está mejor o está peor?" Cuando parece mejorar, nos sentimos alentados. Cuando parece empeorar nos desanimamos. Pero todo el cuadro de un mortal examinando los síntomas materiales para determinar cuán bien o cuán enfermo está, es una ilusión.

¿Por qué es esto una ilusión? Porque el hombre que Dios hizo no es un mortal, sino una idea espiritual. Es el reflejo de la Mente divina. No tiene ni elementos ni condiciones materiales. Lo que vemos como un mortal que puede estar enfermo o estar bien, de acuerdo con lo que los síntomas físicos presenten, es una visión falsa del hombre, una imagen invertida que hace aparecer todo como material, cuando el hombre es en realidad espiritual.

Puede rechazarse y anularse todo síntoma de enfermedad. Mas la admisión de que el hombre es mortal y material preserva la ilusión en vez de invertirla. El observar los síntomas para ver si se manifiesta progreso, es, en sí, contrario al progreso, porque el progreso es espiritual no material. Sin embargo, lo que parece ser progreso material en la curación de una enfermedad, se hace evidente a medida que la verdad del ser espiritual es comprendida. Cuando cesamos de depender de la evidencia material, ésta cambia sin pérdida de tiempo porque en sí misma no es ya una realidad sino una ilusión.

Cuando Cristo Jesús sanó al hombre con la mano seca, o al paralítico, o a la mujer con el flujo de sangre, no argumentó sobre la condición física. No dijo que mejoraría. Ni siquiera nombró la condición ni mencionó que la sanaría. Lo que hizo fue hablar al individuo en cada caso y ordenarle que hiciera lo que hubiera hecho si la condición no hubiese existido — y en realidad no existió. "Extiende tu mano" Mat. 12:13;. .. "Levántate y anda" 9:5;. .. "Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado", vers. 22; fueron sus palabras. Y sus pacientes respondieron inmediatamente.

La mano seca, la parálisis, el flujo de sangre, no eran condiciones reales que debían cambiarse. Eran nada. Nada había allí a qué referirse. Todo lo que había — todo lo que está presente en todo momento — es lo que la Mente divina, Dios, sabe. Porque la Mente es omnisciente, el conocimiento que la Mente tiene de algo es la única existencia que este algo tiene. Todo lo que existe es la Mente y su idea — ambas infinitas. La idea, el hombre, es perfecto porque la Mente es Principio. La idea goza de salud porque la Mente es Vida. El hombre es amado y a su vez ama porque la Mente o Dios, es Amor.

La causa de una enfermedad, así como sus síntomas, es ilusión. Y la ilusión es una sola. Puede parecer en la ilusión que un pensamiento que duda, o que es impuro, o maligno, o negligente o temeroso, sea la causa de la enfermedad. Y cuando esto parece ser la causa, la enfermedad cede más rápidamente cuando se elimina la causa aparente. Pero los pensamientos que parecen causar la enfermedad pueden ser erradicados eficazmente sólo cuando ambos la causa y sus efectos son vistos por lo que son — nada.

Si intentamos sanar una enfermedad sin darnos cuenta de su nada, diciendo que la enfermedad desaparecerá cuando desaparezca cierto pensamiento falso, estamos dando a la enfermedad — que en realidad no es nada — una causa, y estamos atribuyendo a esa causa tanto la habilidad de causar enfermedad como cierto grado de obstinación que debe ser subyugado de algún modo antes de que pueda ser dominado y la enfermedad pueda desaparecer. Pero si nos damos cuenta de que ambas, la causa mental y la enfermedad, son parte de la ilusión de que hay una mente que no sea la única Mente, podemos entonces eliminar todo lo que parezca gobernar las características de la ilusión. Podemos descubrir y destruir el pensamiento falso como también la enfermedad.

Mary Baker Eddy presenta en su capítulo sobre La Práctica de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, un número de ilustraciones para mostrar cómo tratar los casos de enfermedad. Una de éstas dice así: "Si el caso que va a tratarse mentalmente es de tuberculosis, atacad los rasgos más salientes, comprendidos (según la creencia) en esta enfermedad. Demostrad que no es hereditaria, que la inflamación, los tubérculos, la hemorragia y la descomposición no son sino creencias, imágenes del pensamiento mortal, proyectadas sobre el cuerpo, que ellas no constituyen la verdad del hombre, que deben ser tratadas como errores y echadas fuera del pensamiento. Entonces estos males desaparecerán". Ciencia y Salud, pág. 425.

La pregunta que necesitamos hacernos cuando procuramos sanar una enfermedad mediante la oración es: ¿Estamos echando fuera del pensamiento todos los síntomas tanto mentales como físicos, tanto causas como efectos? ¿Los tratamos como error? Si un síntoma todavía revela algo, estamos admitiendo el síntoma como parte de la verdad en vez de rechazarlo como error. Mediante la oración humilde y ferviente, reconociendo la totalidad y perfección de Dios, y al hombre como Su imagen perfecta, no sólo podemos reconocer la irrealidad de la enfermedad y su causa, sino que podemos perder de vista a ambas. Podemos estar tan conscientes de la presencia y del poder, de la realidad, de la Mente — que es el Principio y el Amor — y de su idea, que no quede cosa maligna que se revele como algo en nuestra consciencia del ser. Cuando hacemos esto la aparente condición física obedece, porque no es una cosa, es un pensamiento — un pensamiento erróneo, y al curar la creencia de que existe, desaparece.

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