Conocí la Ciencia Cristiana cuando tenía diez años de edad y durante todos mis años de Escuela Dominical tuve muchas pruebas del poder sanador de la Verdad. Pero no fue hasta que llegué a tener plena responsabilidad por mí misma que comencé a comprender lo que significa ser una Científica Cristiana.
Una vez que descubrí por medio de la Ciencia Cristiana que el bien tenía que ser procurado, vivido y amado por lo que es, puesto que el bien proviene de Dios y nos hace felices, comencé a tratar de reemplazar los falsos rasgos de carácter que había estado aceptando como parte de mi ser. Pero después me preguntaba por qué las cosas iban empeorando en lugar de mejorar. La paz que buscaba parecía estar fuera de mi alcance ya que se me presentaba un problema tras otro.
Las relaciones familiares se hicieron muy tensas, hasta que finalmente enfermé. Durante unos días luché con el problema. A medida que oraba para obtener más iluminación, se hizo evidente que me había estado contemplando como una pecadora mortal tratando de llegar a ser perfecta. Esta actitud me hacía ver a los que me rodeaban como mortales pecadores tratando de obstaculizar mi camino. Todo parecía ser voluntad humana, justificación propia y falsos testimonios.
Para corregir esta situación, percibí que, en lugar de tratar de adquirir la perfección, debía comprender que ya la estaba expresando. Se hizo evidente que nunca podemos hacer perfecto a un mortal. Si Dios no nos había hecho ya a Su imagen y semejanza, entonces ningún esfuerzo lograría hacernos así. Esta manera de pensar nos da la paz que nos proporciona confianza en Dios como el Todo. En realidad, si Dios es Todo, no existe mal que experimentar, ver o destruir. Esta comprensión parece mejorar al mortal, pero lo que ocurre realmente es que la falsa creencia mortal se elimina y se percibe la realidad armoniosa. Cuando comprendí esto, mi problema físico y la situación familiar discordante desaparecieron. La ilusión cedió a las leyes de la armonía cuya existencia eterna estaba percibiendo.
Nuestro hijo menor se magulló un dedo en la puerta de un armario en la cocina. Instantáneamente nos aferramos al hecho de que, como una idea espiritual, nunca podía lastimarse. Su substancia era espiritual y siempre armoniosa — nunca sujeta a accidentes. En cinco minutos el niño estaba jugando normalmente, y su mano no volvió a dolerle. Aunque perdió la uña, pronto le volvió a crecer otra.
Al poco tiempo este mismo niño se cortó un dedo con una navaja de afeitar. La herida era profunda, y luego de vendarle el dedo tuve que vencer mucho temor a causa del cuadro que se presentaba. Leí cuidadosamente un folleto titulado “Substancia”, publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana. Me di cuenta de que el problema era una sugestión agresiva asegurando que hay substancia en la materia. Invertí esta sugestión sabiendo que el Espíritu es todo substancia. Leí en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy lo siguiente (pág. 209): “Ni el cuerpo ni la mente materiales y mortales son el hombre”.¹ Declaré que el niño no vivía en un cuerpo material, sino que era espiritual. Me sentí muy reconfortada.
Al día siguiente la herida se cerró, y el dedo se curó por completo en una semana. Además, el niño no sufrió dolor durante toda esta experiencia.
He tenido muchas otras curaciones, incluyendo dos partos muy armoniosos, protección ante un gran peligro, el poder salir de un lugar donde parecía que estábamos atrapados, la curación de gripe y de náuseas. Hemos tenido muchas pruebas de la dirección y la provisión infalible de Dios. Pero más que nada estoy agradecida por una mayor comprensión de lo que es Dios, comprensión que estoy obteniendo por medio de la Ciencia Cristiana.
Swanbourne, Australia Occidental, Australia
