Por breve que haya sido el encuentro entre Abram y Melquisedec, registrado directamente nada más que en tres versículos del libro del Génesis (14:18–20), sugiere algo de la estrecha relación espiritual entre estos dos grandes hombres, cuya obra había de influir enormemente en el desarrollo del pensamiento bíblico.
La Salem, sobre la cual gobernó Melquisedec, se considera generalmente como sinónimo de aquella famosa ciudad que alcanzó su fama más grande bajo el nombre de Jerusalén — identificación ésta que está sugerida en el Salmo 76:2. Josefo, el famoso historiador judío que vivió en el primer siglo de la era cristiana, al describir la historia de Jerusalén dice que “el primero que la edificó era un hombre poderoso entre los cananeos, y es llamado en nuestro idioma [Melquisedec], el Rey Justo, porque así era en verdad; en cuyo nombre fue [allí] el primer sacerdote de Dios y construyó primero un templo [allí], y llamó a la ciudad Jerusalén, que anteriormente era llamada Salem”.
Puesto que los documentos de Josefo son aceptados como exactos en su mayor parte, se puede considerar que sus palabras aclaran la posición que ocupó Melquisedec, personaje poco conocido, así como su realidad histórica y el respeto obvio que le tuvo su contemporáneo Abram.
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