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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de la Escrituras.]

Abram y Melquisedec

Del número de marzo de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por breve que haya sido el encuentro entre Abram y Melquisedec, registrado directamente nada más que en tres versículos del libro del Génesis (14:18–20), sugiere algo de la estrecha relación espiritual entre estos dos grandes hombres, cuya obra había de influir enormemente en el desarrollo del pensamiento bíblico.

La Salem, sobre la cual gobernó Melquisedec, se considera generalmente como sinónimo de aquella famosa ciudad que alcanzó su fama más grande bajo el nombre de Jerusalén — identificación ésta que está sugerida en el Salmo 76:2. Josefo, el famoso historiador judío que vivió en el primer siglo de la era cristiana, al describir la historia de Jerusalén dice que “el primero que la edificó era un hombre poderoso entre los cananeos, y es llamado en nuestro idioma [Melquisedec], el Rey Justo, porque así era en verdad; en cuyo nombre fue [allí] el primer sacerdote de Dios y construyó primero un templo [allí], y llamó a la ciudad Jerusalén, que anteriormente era llamada Salem”.

Puesto que los documentos de Josefo son aceptados como exactos en su mayor parte, se puede considerar que sus palabras aclaran la posición que ocupó Melquisedec, personaje poco conocido, así como su realidad histórica y el respeto obvio que le tuvo su contemporáneo Abram.

También debe notarse que el patriarca puso poca atención en el rey de Sodoma, cuya ciudad pronto iba a ser destruida a causa de su maldad, a pesar de la gratitud que expresó este gobernante sodomita y de los regalos que le ofreció. En cambio, aceptó rápidamente el ofrecimiento de pan y vino, verdaderos o quizás simbólicos, y la consiguiente bendición de Melquisedec, gobernador de Jerusalén. ¡Qué sabia elección fue la de Abram; qué percepción la suya para comprender los valores permanentes!

Parecería entonces que aun en esta primera etapa de la nación hebrea, Abram, su fundador, no sólo tuvo sino que deseó un contacto directo con Melquisedec, gobernador de aquella Jerusalén que, a través de los siglos venideros iba a ser honrada y a llegar a estar estrechamente ligada en el pensamiento bíblico con aquella “santa cuidad, la nueva Jerusalén” (Apocalipsis 21:2) y que también fue elogiada en la Epístola a los Hebreos (12:22).

En el Génesis se describe a Melquisedec no solamente como “rey de Salem” sino también como “sacerdote del Dios Altísimo”, destacando así el significado y el carácter único de su trabajo. A medida que la historia de los hebreos se desarrolló, las actividades del rey y del sacerdote eran consideradas como funciones separadas y distintas; por eso, cuando el Salmista se refiere proféticamente al rey mesiánico como uniendo su carácter de sacerdote con su reinado, explica su significado refiriéndose al precedente establecido en estas palabras: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Salmo 110:4).

Posteriormente, el escritor de Hebreos vio un significado más profundo en el hecho de que Melquisedec (que se escribe Melchizedec en el Antiguo Testamento y Melquisedec en el Nuevo Testamento según la versión inglesa) significó literalmente “Rey de Justicia” y que gobernó en Salem (paz); y destacó que Melquisedec, como una especie de Mesías y tal como Cristo Jesús, unió las funciones de rey y sacerdote (ver Hebreos 7).

No es de extrañar entonces que Abram, en los días de Melquisedec, aceptó gozosamente su bendición, y pronto “le dio Abram los diezmos de todo” (Génesis 14:20) en reconocimiento de su posición eminente. ¿Será posible que cuando Cristo Jesús declaró: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56), tenía en su pensamiento el breve contacto, muchos siglos antes, con el mismo Melquisedec, Rey de Salem?

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