Cuando leemos acerca de Cristo Jesús, acerca de lo que dijo e hizo, cuando pensamos en su manera de vivir, vemos que estaba animado por el Amor divino. “Dios es amor,” 1 Juan 4:8; nos dice Juan, en una Epístola inspirada por el espíritu de su Maestro, y Jesús seguramente lo sabía. Él sabía que el Amor era su Mente, su Vida — que el Amor era la fuente que animaba y gobernaba el universo.
Cuando percibimos esto, sentimos el gran deseo de asemejarnos a él, de modo que también nosotros podamos estar conscientes del Amor como nuestra Vida y nuestra Mente, y así percibir que el Amor divino es el Principio que todo lo anima. Y mediante nuestro sincero esfuerzo por emular al Maestro, obtenemos cierta comprensión del Cristo, la actividad eterna del Amor divino, que él ejemplificó tan cabalmente entre los hombres.
El Cristo está siempre presente. Nos capacita también para amar a los que nos rodean. Hace que sepamos que cada uno de ellos es el hijo bienamado del Padre-Madre. Y al sentir que cada uno de ellos es el amado hijo de Dios, que Dios mantiene en Su gran amor a cada uno de Sus hijos, bendecimos a todas las personas con quienes tratamos, y todos en quienes pensamos.
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