Cuando leemos acerca de Cristo Jesús, acerca de lo que dijo e hizo, cuando pensamos en su manera de vivir, vemos que estaba animado por el Amor divino. “Dios es amor,” 1 Juan 4:8; nos dice Juan, en una Epístola inspirada por el espíritu de su Maestro, y Jesús seguramente lo sabía. Él sabía que el Amor era su Mente, su Vida — que el Amor era la fuente que animaba y gobernaba el universo.
Cuando percibimos esto, sentimos el gran deseo de asemejarnos a él, de modo que también nosotros podamos estar conscientes del Amor como nuestra Vida y nuestra Mente, y así percibir que el Amor divino es el Principio que todo lo anima. Y mediante nuestro sincero esfuerzo por emular al Maestro, obtenemos cierta comprensión del Cristo, la actividad eterna del Amor divino, que él ejemplificó tan cabalmente entre los hombres.
El Cristo está siempre presente. Nos capacita también para amar a los que nos rodean. Hace que sepamos que cada uno de ellos es el hijo bienamado del Padre-Madre. Y al sentir que cada uno de ellos es el amado hijo de Dios, que Dios mantiene en Su gran amor a cada uno de Sus hijos, bendecimos a todas las personas con quienes tratamos, y todos en quienes pensamos.
Cristo Jesús probó las verdades espirituales que aprendemos en la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., es decir, que el Amor es todo Vida, que no hay nada que pueda darle poder o actividad a la mente mortal, que es el opuesto hipotético del Amor. Todo aquello que aparenta ser, pero que no es el efecto del Amor, la única causa, la única Vida, no puede tener existencia o actividad reales.
Al comprender que sólo Dios lo gobernaba, Jesús cumplió sin temor su misión de probar lo que Dios es y lo que este entendimiento hace por el hombre. Al no responder Jesús a las preguntas de Poncio Pilato, éste le dijo a Jesús: “¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” Y Jesús respondió: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba”. Juan 19:10, 11;
Justamente antes de esto, en aquella ocasión trascendental en el Huerto de Getsemaní, Jesús había cedido completamente a la bondadosa voluntad de Dios. Había llegado la hora de dar la prueba final de que el Amor es el poder del universo, que el Amor es la Vida misma. Por eso, cuando el populacho vino a prenderle, Jesús se entregó a aquellos que odiaban la Verdad y después de eso no hizo ningún esfuerzo por liberarse. Estaba dispuesto a dejar que la mente mortal hiciera lo que quería hacer. Pero el Cristo, el mensaje divino del amor omnipotente de Dios, dio a entender a Jesús que por medio de la Verdad, él saldría victorioso.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos dice lo siguiente acerca de esta victoria en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “¡Gloria a Dios y paz a los corazones que luchan! Cristo ha quitado la piedra de la puerta de la esperanza y fe humanas, y gracias a la revelación y demostración de la vida en Dios, las ha elevado a la posible unión con la idea espiritual del hombre y su Principio divino, el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 45;
Al considerar los tres años de la misión de Jesús que precedieron a su victoria final, podemos apreciar de qué manera tan maravillosa lo había cuidado el poder del Amor mientras se ocupaba de su gran obra. Cuando una multitud airada trató de matarlo, el Cristo lo protegió. La Biblia dice que la gente de Nazaret “le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue”. Lucas 4:29, 30;
El Cristo, el poder del Amor que protegía a Jesús, está siempre con los que entienden y reflejan el Amor divino. El Salmo noventa y uno nos muestra cómo podemos estar unidos al Amor, superar las creencias mortales y por ende, estar insensible a ellas. Cuando estamos conscientes de la presencia y omnipotencia del Amor divino, estamos “al abrigo del Altísimo”. Salmo 91:1;
Estas palabras de la Sra. Eddy nos hacen pensar en el Salmo noventa y uno: “Plantados así sobre la roca de Cristo, cuando la tormenta y la tempestad batan contra esta base segura, vosotros, bien resguardados en la firme torre de la esperanza, la fe y el Amor, sois los polluelos de Dios; y Él os protegerá entre Sus plumas hasta que la tormenta haya pasado. En este refugio del Alma no entra ningún elemento terrenal para echar fuera a los ángeles, para acallar la intuición correcta que os guía a salvo a vuestro hogar”.Miscellaneous Writings, pág. 152.
De nosotros mismos y de todos podemos afirmar que estamos unidos al Amor, como “los polluelos de Dios”. Cuanto más comprendemos la presencia y la omnipotencia del Amor y reflejamos el Amor, tanto más sentimos el brazo protector de Dios.
Nos sentimos en el reino de Dios, unidos al Amor divino, a medida que día a día reflejamos Amor en nuestra vida y nos aferramos al hecho de que el Amor es el Principio, la Mente, la Vida del hombre y del universo.
