La Ciencia Cristiana llegó a mí cuando me hallaba en gran necesidad. Durante muchos años había estado buscando un significado de la vida, y en épocas más recientes había acudido a las leyes higiénicas y sanitarias tratando de mantenerme bien. Sin embargo, esto no me trajo ningún progreso, pues durante estos años enfermé mucho y tuve muchos problemas emocionales y personales. Hace dos años me encontraba al borde de una postración nerviosa, manifestándose en alarmantes dolores en un seno, a lo que tuve miedo de darle un nombre. No podía trabajar ni hacer ninguna tarea del hogar, y sentía que no podía continuar por más tiempo.
Sabía muy poco acerca de la Ciencia Cristiana, o de sus poderes sanadores, aunque un año antes había estado en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana y me habían dado literatura para que la leyera. Siempre había creído muy profundamente en Dios y en Su poder sanador, y muchas veces había tenido consciencia de Su presencia curativa, pero en mi desesperación parecía que no podía encontrarle. La Sra. Eddy escribe en Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos, pág. 81): “En la desolación del entendimiento humano, el Amor divino escucha y responde al llamado humano que pide ayuda”. Repentinamente las palabras “Ciencia Cristiana” vinieron a mi pensamiento, y llamé por teléfono a la iglesia filial local. Me invitaron a que concurriera a una reunión vespertina de testimonios de los miércoles y que hablara con el ujier que se hallaba en la puerta.
No pensé en curación cuando acudí, pero pensé que allí podría encontrar a Dios. La reunión fue hermosa, pero me hallaba tan preocupada que sentí que no podía ver a nadie, y que sólo tenía que regresar a casa. Sin embargo, una practicista que estaba sentada detrás de mí, notando mi preocupación, comenzó a conversar conmigo al final de la reunión. Le pedí ayuda y me la dio pronto.
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