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Nuestro primer paciente

Del número de marzo de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ser un Científico Cristiano es ser un practicista — alguien que pone en práctica su comprensión de la Verdad. Cualesquiera que sean nuestras obligaciones diarias, nuestro trabajo más importante es esta práctica.

El primer paciente de un practicista es él mismo. El trabajar específicamente en pro de nosotros mismos por medio de la oración, nos prepara mejor para enfrentar los desafíos y las oportunidades que se presentan durante el día. Esta oración en la Ciencia Cristiana puede proveer fortaleza, habilidad e inspiración — todo lo que necesitemos.

Hay algunos argumentos que nos son familiares que quisieran apartarnos del progreso espiritual y de la protección que resultan de la oración específica hecha regularmente en pro de nosotros mismos, por ejemplo: que no es necesario orar con regularidad; que no hay tiempo para hacerlo; que el orar en pro de uno mismo es egoísta. Estos argumentos son a menudo sutiles y engañosos. Es necesario que sean reconocidos y encarados. Examinémos-los, pues.

• “La oración no es necesaria”. El orar en pro de uno mismo es una parte necesaria y total de nuestra actividad metafísica. Es una fuerte defensa contra las sugestiones mentales agresivas que la mente mortal pone en circulación. El error quisiera engañarnos en dos formas, tanto abierta como veladamente; así que nunca es demasiada la protección que podemos dar a nuestra consciencia.

El identificarnos diariamente con Dios como Su semejanza espiritual y perfecta, y declarar específicamente las verdades del ser en pro de nosotros mismos, puede protegernos de la vaguedad y la abstracción en nuestra aplicación de la Verdad. Una negación general del mal no es suficiente. Para anular errores específicos se requieren verdades específicas.

Las pretensiones erróneas de la medicina material debieran ser negadas. Perpetúan, a través de la ignorancia y el temor, la creencia de que la materia es real, capaz de destruir la vida, o necesaria para preservar la vida. Debemos amar la curación de la Ciencia Cristiana y protegerla.

Debemos protegernos diariamente contra la mala práctica mental, ya sea ignorante o maliciosa. Es necesario comprender claramente que el anti-Cristo, o antípoda de la Ciencia Cristiana, no tiene poder por sí mismo para engañar o dañarnos a nosotros o a nuestra Causa. Podemos estar seguros de que no somos ni sus instrumentos ni sus víctimas.

A menos que las fuerzas y atracciones antagónicas se perciban como irreales y carentes de poder, y en consecuencia, sean anuladas, la confusión y la incertidumbre pueden predominar en ciertos aspectos de nuestro pensamiento. La Mente es Dios, clara y pura hasta su profundidad misma, y esta Mente es la única fuente de nuestra consciencia, a la cual pertenecen toda causa y efecto.

Es necesario dominar el temor. El reconocimiento firme y constante de que Dios es el único poder, nos libera de los sutiles argumentos de que hay otro poder aparte de Él. No podemos temer si nos damos cuenta de que el temor es un elemento del mal y que, en realidad, no tiene base ni fundamento.

Hasta que todas las pretensiones del mal sean despojadas por completo de su identidad, es menester que las eliminemos con las verdades de Dios.

El hacer trabajo de protección acerca de las varias fases del magnetismo animal, significa no darles realidad o temerlas. De hecho, quienes no realizan este trabajo probablemente ignoran su responsabilidad de hacerlo, o bien no lo hacen por temor.

Cristo Jesús nunca pretendió que no hubieran pretensiones del mal. No hizo comentarios superficiales, sino que demostró que el mal es irreal y que no tiene poder, anulando su pretensión y haciendo desaparecer su evidencia.

La Sra. Eddy hizo hincapié en la necesidad de anular las creencias falsas. En Ciencia y Salud, bajo el encabezamiento marginal “Obligaciones de los maestros”,Ciencia y Salud, pág. 451; dice: “Se siente moralmente obligado a abrirles los ojos a sus alumnos, para que puedan percibir la naturaleza y los métodos de toda clase de error, especialmente cualquier grado de sutileza del mal, que engaña y es engañado”. En otro lugar del mismo libro dice: “Desenmascarad y denunciad las pretensiones del mal y de la enfermedad en todas sus formas, pero comprended que no hay realidad en ellas”.ibid., pág. 447;

Desenmascarar y denunciar son palabras que indican acción enérgica. Tenemos que trabajar, no en base al temor, sino basándonos en la sabiduría y el amor. El lugar donde este trabajo empieza es en nuestra propia consciencia individual.

Podemos dominar las pretensiones del mal, con la misma confianza de Pablo cuando “una víbora, huyendo del calor, se le prendió de la mano ... Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció”. Hechos 28:3, 5; Podemos dominar las sugestiones del magnetismo animal, sin temor y sin que nos dañen, y en consecuencia las vemos destruirse a sí mismas y reducirse a la nada.

Para identificarnos específicamente con la totalidad y bondad de Dios, y negar el mal, cada uno de nosotros necesita apoyarse diariamente en la fortaleza que nos da la identificación diaria con Él. Es una parte necesaria de nuestra actividad espiritual en nuestra práctica actual de la Ciencia Cristiana.

• “No hay tiempo para orar”. Ésta es una de las excusas favoritas de la mente mortal. A menudo pasa por una válida autojustificación, y retarda el que encaremos y desarmemos regular y sistemáticamente el mal. Es natural entonces que los errores del sentido material tiendan a perpetuarse. El trabajar espiritualmente por uno mismo, puede ayudar a mejorar el empleo que uno hace del tiempo, en todos los aspectos de su actividad diaria.

¿Quién no necesita distinguir entre el trabajo legítimo y el sólo estar ocupado? La Sra. Eddy nos recuerda que “Todo individuo ha llegado a tener éxito mediante el trabajo arduo; y aprovechando momentos antes de que éstos se transformen en horas, horas éstas que quizás otra gente puede ocupar en procura de placer”.Miscellaneous Writings, pág. 230. El hacer esto por cierto que nos exige tener un propósito solo y que nos dediquemos a él de todo corazón, pero las recompensas son inmensurables. El reconocer la importancia de la oración diaria en pro de uno mismo, nos ayuda a hallar el tiempo para esta actividad espiritual.

• “El orar en pro de uno mismo es egoísta”. Este argumento se anula rápidamente mediante el reconocimiento de que nuestra caridad hacia los demás no durará mucho a menos que llenemos continuamente nuestro granero, que cuidemos de que esté en orden y lo protejamos con seguridad. Nuestra capacidad de dar está en proporción a lo que poseemos.

El tratamiento diario que nos damos a nosotros mismos evita que acumulemos una carga que ni necesitamos ni deseamos. Es tan vital como el estudio regular diario de la Lección-Sermón; y puesto que nuestra habilidad para ayudar a otros depende de nuestra propia estabilidad y claridad de pensamiento, nuestro deber requiere que cuidemos de nosotros mismos.

La oración diaria en pro de nosotros mismos es necesaria. Siempre hay tiempo para orar. La oración no es egoísta. ¡Nuestro primer paciente del día es uno mismo!

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