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La base para el verdadero respeto nacional

[Original en español]

Del número de marzo de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Muchos de los conflictos que confrontan las naciones hoy en día tienen su origen en un arrogante orgullo nacional. La creencia de que el poder y el prestigio de una nación dependen primordialmente de sus riquezas materiales o de su desarrollo económico, a menudo crea tensiones y conflictos entre países que se encuentran en desigualdad de economía o de fuentes de riquezas materiales. Ignorando que lo económico tiene su origen en el pensamiento y no en la materia, las naciones buscan su superación, no por medio de la espiritualización del pensamiento, sino en la adquisición de más materia, imaginando que su posesión de por sí puede solucionar sus problemas económicos y sociales y brindarles el poder y el respeto a que aspiran.

La Ciencia Cristiana muestra que éste es un sueño del cual los hombres tienen que despertar si han de mejorar su standard de vida, inspirar respeto y vivir en paz. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: “La historia de nuestro país, al igual que toda historia, ilustra el poderío de la Mente, y demuestra que el poder humano depende de la proporción de buenos pensamientos que represente”.Ciencia y Salud, pág. 225;

Toda vez que las condiciones de una nación son la manifestación colectiva de los pensamientos individuales de sus habitantes, cada individuo contribuirá al progreso de su nación al espiritualizar sus propios pensamientos. El respeto nacional que se basa en los buenos resultados así obtenidos, no es jactancioso ni efímero. Es más bien humilde y gozoso porque reconoce cada vez más el poder que por reflejo posee el hombre creado por Dios, poder que puede aplicarse para vencer todas las miserias y obstáculos de que es heredera la ilusoria existencia material. Este poder espiritual está al alcance de todos los hombres, de todas las naciones, por muy negativas que puedan parecer las condiciones particulares a los sentidos materiales.

En su epístola a los Romanos, el Apóstol Pablo lo dice así: “Gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno ... porque no hay acepción de personas para con Dios”. Rom. 2:10, 11; Y en Hechos, el Apóstol Pedro confirma las palabras de Pablo de esta manera: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”. Hechos 10:34, 35;

Hacer lo que es bueno ante los ojos de Dios, requiere mucho más que un mero reconocimiento y práctica de los valores morales a que deben someterse los hombres en su diario vivir. Agradar a Dios y hacer lo bueno requiere negar la naturaleza falsa e ilusoria de la materia, admitir con comprensión que hay un solo creador y una sola creación, y esforzarse por reflejar diariamente las cualidades divinas que pertenecen al hombre creado por Dios, reconociendo que todo lo bueno que los hombres expresan tiene su fuente en Dios, el bien, y no en la personalidad humana.

Cristo Jesús fue el mejor exponente de las cualidades divinas inherentes al hombre espiritual, creado a imagen y semejanza de Dios. Mas Jesús jamás se atribuyó a sí mismo el bien infinito que tan generosa e ilimitadamente expresaba. Atribuyó a Dios toda la gloria, y esto lo capacitó para demostrar el poder que ejerció sobre todas las condiciones de la materia. Al joven que en cierta ocasión vino a preguntarle: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”, Jesús prontamente le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. Mat. 19:16, 17;

Por la negación de su personalidad material y el reconocimiento de su verdadera identidad espiritual cuya fuente sabía era Dios, Jesús llevó a cabo obras asombrosas para el sentido humano y ganó honores que han perdurado y perdurarán a través de los siglos.

Con sólo cinco panes y dos peces alimentó a las multitudes. De la boca de un pez pudo obtener el dinero para pagar el impuesto. Sin medicinas, ni fuerza de voluntad humana ni hipnotismo sanó a los enfermos. Sin medios de transportación fue al encuentro de sus discípulos que se encontraban en una barca mar adentro. Por el mismo reconocimiento de que la única fuente del ser es Dios, el Espíritu, la Vida, la Verdad, el Amor, resucitó a los muertos y se levantó a sí mismo de la tumba, probando así que la vida es la condición normal del hombre y que el odio es impotente ante el Amor divino.

Ante la burla y crueldad de sus enemigos, no sintió odio ni deseos de venganza. La carencia de bienes materiales no le creó complejos de inferioridad ni lo volvió envidioso. Su abundancia de riquezas espirituales no despertó en él un sentido de justificación propia o de dominación. Jesús sabía que, como Hijo de Dios, poseía todas las cualidades divinas que necesitaba para hacer frente a toda circunstancia o emergencia. Y sabía que esto no era una prerrogativa personal, sino una ley divina accesible a todos los hijos de Dios, como nos lo dice en estas sus palabras: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Juan 14:12.

¿Qué mayores ejemplos que éstos podemos tener del poder que otorga el pensamiento espiritualizado que niega que haya bien en la materia y reconoce a Dios, el Espíritu, como la única fuente del ser? Siguiendo el ejemplo de Jesús por medio de la demostración de nuestra verdadera identidad espiritual, mejoraremos nuestras propias condiciones terrenales y ayudaremos a nuestras naciones a liberarse de cualquier sentido de superioridad, inferioridad o estigma. Reconocer y demostrar que todos los hombres son hijos de Dios, infunde respeto, elimina un orgullo nacional falso y efímero y confiere una verdadera dignidad y poder que nada puede destruirlos.

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