Cuando el maestro de la Escuela Dominical vive constantemente las verdades espirituales que enseña, los estudiantes sienten su entusiasmo y profunda convicción. Sus acciones y su experiencia dan realidad a sus palabras. De otro modo, sólo son palabras.
La Sra. Eddy pone bien en claro que “es el Cristo viviente, la Verdad práctica, lo que hace que Jesús sea ‘la resurrección y la vida’ para todos los que le siguen emulando sus obras” (Ciencia y Salud, pág. 31). Luego, en otro pasaje de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy insta a los Científicos Cristianos: “Preguntaos: ¿Estoy viviendo la vida que más se acerca al bien supremo? ¿Estoy demostrando el poder sanador de la Verdad y el Amor?” Pero también nos dice cómo alcanzarlo. “Mantened perpetuamente este pensamiento, — que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y Cristo, que os capacita para demostrar con certeza científica la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que subyace, cobija y rodea todo el ser verdadero” (pág. 496).
Al percibir el espíritu de esta verdad científica nos imbuimos de nuevo dominio. Podemos ver más claramente el poder que impulsa, dirige y sostiene nuestros esfuerzos por vivir, amar y enseñar la verdad que Cristo Jesús y su seguidora, la Sra. Eddy, hicieron práctica. A decir verdad, es natural llegar a sentirse tan imbuido y tan persuadido del poder y la bondad de Dios que nuestros discípulos quieran descubrir esta confianza y paz interior por sí mismos.
En la obra We Knew Mary Baker Eddy (Segunda Serie), uno de los alumnos de la Sra. Eddy recuerda la forma en que nuestra Guía inició una de sus clase (pág. 6):
“La clase entera dijo: ‘Padre nuestro que estás en los cielos’. Al unísono con la clase y, sin embargo, distinta de ella, oímos estas palabras en la voz de la Sra. Eddy: ‘Nuestro amado Padre que estás en los cielos’.
“Éstas fueron las primeras palabras que le oí decir. Fueron palabras impresionantes, que invitaban a pensar. Había una expresión de gozo en su voz; tuve la impresión de que era una criatura que no sentía temor; sentí la sutil, aunque nítida, seguridad de que ella moraba consciente y confiadamente ‘al abrigo del Altísimo’ (Salmo 91:1). No daba la impresión de que ella hubiera ido al Padre en oración, sino más bien que oraba porque estaba con el Padre. En los días siguientes nos dio las enseñanzas de la Ciencia Cristiana respecto de la oración; sin embargo, esta experiencia se quedó conmigo como uno de mis más preciados recuerdos. Esa ocasión fue ‘un ejemplo viviente’ y añadió algo que sirvió para transmitir la esencia misma de su actitud respecto de la oración”.
[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas]
El entusiasmo y la convicción tienen un efecto sobre la clase
Con frecuencia, ese efecto es profundo. Una joven Científica Cristiana (que ahora es a su vez maestra de Escuela Dominical) recuerda vívidamente a una maestra que tuvo un domingo hace quince años. Ese domingo la clase dedicó la hora entera a examinar parte de una declaración de Ciencia y Salud (pág. 260): “La Ciencia revela la posibilidad de lograr todo lo bueno, e impone a los mortales la tarea de descubrir lo que Dios ya ha hecho”. La maestra preguntó a cada uno de los alumnos de la clase: “¿Qué es lo más maravilloso del mundo que podría ocurrirte?” A medida que cada uno de los alumnos iba diciendo qué era, la clase habló acerca de la forma en que este bien podría alcanzarse mediante un entendimiento de la Ciencia Cristiana. Pero la maestra no dejó allí las cosas. Elaboró y amplió respecto del bien infinito que podía alcanzarse por medio de la Ciencia Cristiana, exponiendo ideas que la clase nunca antes había percibido. La convicción de que todas las cosas son posibles para Dios ha acompañado a esta alumna todos estos años porque, como ella dijo, “era tan real y tan vívida para esa maestra que se hizo real para mí”.
Cuanto más los niños perciben cuán práctica es la Verdad en la solución de los grandes y pequeños problemas, de todo lo que se presenta durante el día, tanto más comenzarán también a aprender la importancia que tiene vivir las verdades que están aprendiendo.
Una maestra de Escuela Dominical trabajó con su clase de alumnos de 7 a 9 años de edad para ayudarles a entender el significado de Proverbios 16:22: “Manantial de vida es el entendimiento al que lo posee”. La maestra explicó que para que hubiera una fuente constante de agua en un pozo, era necesario cavar muy hondo. De ese modo, el pozo nunca se secaría. Los niños observaron que a medida que se profundizara su entendimiento de Dios, mediante la utilización de lo que estaban aprendiendo en la Escuela Dominical, tendrían siempre un manantial constante de todo lo que necesitaran, a saber, salud, felicidad, etc. Al terminar la clase ese domingo, la maestra les dijo que cavaran hondo sus pozos durante las próximas semanas. Un mes más tarde, más o menos, después de terminada la clase del domingo cuando todos, menos la niña más pequeña, habían salido de la clase, esta pequeña, tímidamente le dijo confidencialmente: “Mi pozo se está profundizando”. El significado de esta sencilla, aunque profunda, afirmación de la niña se puso en claro poco despúes, cuando su padre le dijo a la maestra que durante una reciente enfermedad la niña se había comportado como un verdadero soldado, adhiriéndose firmemente a las verdades que se le habían enseñado en la Escuela Dominical.
El desafío: cómo ayudar a los alumnos a hacer suya la verdad
Es indudable que llevar a la Escuela Dominical la inspiración de la Ciencia Cristiana vivida es la chispa que enciende el interés de la clase y la saca del reino del mero aprendizaje libresco o el ejercicio intelectual. Sin embargo, para mantener vivas las llamas del interés, el maestro debe encontrar los medios para ayudar a cada alumno a entender la Verdad por sí mismo. Si el estudiante no comienza a percibir la forma en que su aprendizaje se relaciona con sus propias necesidades individuales, pasa a ser solamente un espectador. Si no comienza a sentir realmente que el poder de Dios puede tener efecto sobre su propia vida, nunca irá más allá de la repetición de respuestas trilladas en la Escuela Dominical y nunca hará el esfuerzo de aplicar en la vida cotidiana lo que ha aprendido. Los espectadores no son sanadores.
¿Cómo puede el maestro lograr esto?
De muchas maneras. Dos de las más exitosas son las siguientes:
1. Hacer participar al alumno de la actividad.
2. Ponerle frente a un desafío.
Una maestra de Escuela Dominical, que enseñaba a una clase de alumnos de 12 y 13 años, nos dice cómo el hacer participar a los alumnos dio vida a su clase:
“Regularmente yo enviaba preguntas a mis estudiantes por correo. A veces, el resultado era bueno. Otras veces había más excusas que respuestas. ..
“Entonces, un domingo, uno de los alumnos trajo la idea de enviarme las preguntas a mí para que yo les diera respuesta. La clase en coro aprobó la idea. Y yo convine en poner a prueba este plan. Todos podían enviarme algunas preguntas, en el número que quisieran. Muchos de los alumnos enviaron, por lo menos, dos preguntas, y algunos enviaron hasta seis...
“Varias de estas preguntas abrieron el camino para la discusión y nos dieron muchas oportunidades de sacar a la luz verdades que podíamos usar en nuestra vida cotidiana. Como los alumnos han participado en la lección, han estado mucho más atentos e interesados que antes y han formulado más preguntas durante la clase. Algunos de los estudiantes dijeron que habían aprendido mucho más por tener que formular las preguntas que cuando se limitaban a buscar respuestas a las preguntas que yo enviaba”.
Otro maestro de Escuela Dominical probó un enfoque algo distinto con una clase de alumnos de escuela secundaria:
“Al examinar lo que dice el Manual de la Iglesia respecto del ‘Tema de las Lecciones’ para la Escuela Dominical, observé que, luego de mencionar las lecciones básicas, dice lo siguiente: ‘Las lecciones que sigan consistirán en preguntas y respuestas adecuadas para una clase de niños y pueden encontrarse en las lecciones del Cuaderno Trimestral de la Christian Science que se leen en los servicios de la Iglesia’. (Manual de La Iglesia Madre, por la Sra. Eddy, Artículo XX, Sección 3.) Vi que no había razón por la que el maestro debiera o bien hacer todas las preguntas o dar todas las respuestas. Además, sólo los estudiantes mismos podían decir si las preguntas y respuestas realmente se adaptaban y tenían relación realmente con sus necesidades, y para ello debían tomar parte activa en esta adaptación. .. Por experiencia aprendí que el mejor aprendizaje era el que se derivaba del deseo interior del estudiante y el que se derivaba de sus propias decisiones.
“Por lo tanto, un día me dirigí a la clase directamente en estos términos: ‘He resuelto dejar de decidir cuáles serán los temas que ustedes van a estudiar. Hagan una lista de las cosas que quieren ser y hacer en los próximos meses’. Así lo hicieron inmediatamente. Una estudiante, entonces, gentilmente compartió con nosotros un deseo que figuraba en su lista y que podía ser un posible tema de investigación. La pregunta era sencillamente la siguiente: —¿Cómo puedo ser una mejor practicista?— La clase inmediatamente respondió a esta posibilidad.
“Esto llevó a varias semanas de investigación, comunicación y expresión intensivas. Cada uno de nosotros releyó el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud, habló con un practicista acerca de lo que él o ella hacía y de las cosas que eran importantes en la práctica, estudió las citas apropiadas e hizo un especial esfuerzo por aplicar lo que estábamos aprendiendo a situaciones específicas. Naturalmente, encontramos citas en cada Lección-Sermón que se aplicaban a la pregunta”.
Posteriormente el maestro pidió a los estudiantes que dijeran por escrito qué habían aprendido como resultado del estudio. Y casi todos los alumnos escribieron sobre una curación que habían obtenido mediante la aplicación de la Ciencia Cristiana en ese momento.
Cuando los alumnos que se muestran aburridos, indiferentes o sencillamente perezosos reciben un desafío se les ayuda a experimentar las exigencias que la Ciencia Cristiana nos hace si queremos cosechar los beneficios de la Ciencia del bien.
Un maestro de Escuela Dominical dice lo siguiente: “Los jovencitos de hoy son muy activos. Pero en algunos aspectos se observa la falta de un desafío en la vida. O bien todo es tan abrumador que los jóvenes no saben qué hacer, o todo ha sido ya hecho para ellos. No debemos subestimar a nuestros alumnos. En algunos aspectos a veces somos demasiado exigentes con ellos y otras veces no esperamos lo suficiente de ellos. No debemos ser tan blandos que les dejemos salir del paso con una respuesta que no les salvaría. Nuestra responsabilidad es interesar al alumno; la responsabilidad del alumno es probar lo que se le enseña. Pero debemos orientarlo — realmente empujarlo — en el sentido correcto hacia las oportunidades para que pruebe la verdad por sí mismo. Esto es algo que un padre prudente debiera hacer por su hijo. Lo mismo debiera hacer un maestro de Escuela Dominical digno de ese nombre. Si todo es amor y bondad en la Escuela Dominical, sencillamente los alumnos no estarán equipados para encarar el momento en que comiencen a observar que en efecto no todo es amor y bondad fuera de la Escuela Dominical. ¿Estamos realmente explorando todos los caminos para ayudarles a probar lo que están aprendiendo?”
Pedir a los estudiantes que den tratamientos específicos a distintos problemas es una manera de poner ante ellos un desafío. Asimismo, se les da un medio para medir lo que saben — o no saben — respecto de la aplicación de la Ciencia Cristiana. Muchos alumnos saben que deben “saber la verdad” cuando un problema se plantea. Pero no siempre están seguros de cómo encontrar la verdad que debieran saber acerca de una situación. Es importante que un maestro ayude a los estudiantes a aprender cómo curar.
Una maestra nos dice cómo este método fue útil en su clase:
“Después de mucha oración reflexiva, les pedí que pusieran por escrito un tratamiento para cualquier cosa que quisieran, ya fuera un problema real o imaginario. Se mostraron muy interesados, aunque dos muchachas dijeron que no sabrían ni cómo empezar. Les pedí que lo hicieran de todos modos y que escribieran lo que a su juicio fuera correcto. Les aseguré que nadie más que yo leería sus trabajos.
“Todos entregaron su trabajo en una semana. Cuando leí lo que habían escrito, me sentí sumamente satisfecha. Sus declaraciones de la verdad eran prueba de que realmente habían comprendido mucho como resultado de nuestras conversaciones. Lo que todos omitieron fue la negación específica de las pretensiones. Me sentí muy agradecida de haber tenido la inspiración de darles ese trabajo, pues me dio oportunidad de averiguar exactamente lo que necesitaban. Respondí a cada uno por correo, pues me pareció que todos merecían una respuesta especial que satisficiera la necesidad individual de cada uno. Lo más interesante de este trabajo fue que los cinco alumnos que escribieron acerca de un problema real descubrieron que el tratamiento le había dado resultado”.
Otro maestro nos dice cómo procedió en su clase:
“Se me pidió que enseñara a una clase de Científicos Cristianos de segunda, tercera y cuarta generación. La abuela de un alumno era practicista. Algunos padres eran Lectores. La mayor parte de los padres eran activos miembros de la iglesia y los estudiantes conocían todas las respuestas y mostraban una actitud de indiferencia.
“Una de las primeras cosas que hice fue preguntarles: ‘¿Cuántos años tiene la Ciencia Cristiana?’ Pues, se quedaron sorprendidos. Después dije que en el Mensaje a La Iglesia Madre para 1901, al hablar acerca de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy dice (pág. 24): ‘Es tan antigua como Dios, aunque su advenimiento terrenal se denomina la era cristiana’. Y también dice la Sra. Eddy claramente que el todo de la Ciencia Cristiana es la demostración y que sólo la tenemos en la medida en que la vivimos.
“Luego les pregunté: ‘Si Blondin, que cruzó el Niágara sobre una cuerda floja, fuera el padre o el abuelo de ustedes, ¿creerían que están en condiciones de hacer lo mismo tan sólo porque vuestro padre o abuelo lo ha hecho?’ Todos comprendieron que no sería posible. Comenzamos entonces a pensar en las horas, días y meses que les llevaría prepararse y la fe y el entendimiento que necesitarían para realizar esa proeza.”
Por lo tanto, la vida es la práctica y la práctica es la vida. A los alumnos de la Escuela Dominical se les puede enseñar a amar la Ciencia Cristiana como una práctica viviente y como una práctica del vivir a la manera del Cristo. Aprenden a cavar el pozo de su entendimiento a mayor profundidad. El mejor maestro es el que les alienta en este camino aplicando profundamente él mismo la Ciencia Cristiana en la vida cotidiana. ¡Esto es lo que da vida a la enseñanza!
