Sólo el pensamiento estrecho puede contrariarse porque haya sido una mujer la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Vencí una contrariedad parecida en mi pensamiento cuando hablé con un practicista de la Ciencia Cristiana acerca de ello. Nuestra conversación fue más o menos así:
Yo: — Tengo cierto prejuicio porque Mary Baker Eddy es la autora del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, y la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana — es decir, por el hecho de que es mujer.
Practicista: — Sr. Hayes, si usted cayera en aguas profundas, y no supiera nadar y gritara pidiendo auxilio, ¿le importaría realmente que fuera una mujer, en lugar de un hombre, quien le lanzara un salvavidas?
Yo: —¡No, claro que no! Me sentiría tan contento de haberme salvado, que no se me ocurriría pensar en ello.
Hay un sentido de conclusión en el hecho de que haya sido una mujer la elegida para llevar a cabo la revelación de la Verdad escribiendo un libro de texto acerca de ello: primero, el hombre Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, y luego la Sra. Eddy, quien descubrió el Principio que fundamenta las palabras y las obras de Jesús, y escribió Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.
Naturalmente que, humanamente hablando, sin las espléndidas demostraciones de la constante presencia de Dios hechas por Cristo Jesús y por hombres de pensamiento espiritualizado, como los apóstoles, los profetas y otros que vivieron en años posteriores, no habría Iglesia de Cristo, Científico, como la conocemos hoy en día. Entre la época de Jesús y la de la Sra. Eddy, personas de pensamiento alerta y espiritualizado, como San Agustín, John Wesley y otros, percibieron en cierta medida la naturaleza engañosa del sentido humano de la vida, así como el poder del Amor divino, y escribieron sus experiencias para que pudieran ser leídas en nuestra época. Estos pioneros espirituales no pueden ser dejados de lado ni podemos dejar de reconocer nuestra deuda de gratitud hacia ellos. No se puede precisar cuán valiosa fue su contribución a la metafísica cristiana, acelerando quizás el día en que, a fines del diecinueve le fue posible a la Sra. Eddy escribir el libro de texto que promulga para siempre la falsedad de la materialidad y el todo del Espíritu.
Debería ser obvio que la Ciencia Cristiana no es una religión sólo para mujeres. Es para todo el género humano. Es una manera de vida para los hombres intrépidos puesto que se requiere mucho valor para desafiar y vencer el mundo, la carne y el diablo, por medio de la comprensión espiritual. La iglesia no podría prosperar sin la fuerza e inteligencia que proclaman a Dios como Padre, como tampoco si le faltara el amor y la constancia de Dios como Madre.
“La ley de Dios se resume en tres palabras: ‘Yo soy Todo’; y esta ley perfecta siempre está presente para rechazar cualquier pretensión de otra ley”,No y Si, pág. 30; escribe la Sra. Eddy. Cuando esta importante declaración metafísica es comprendida, el egotismo no puede iniciar y perpetuar ninguna resistencia a la Fundadora de la Ciencia Cristiana, ni tampoco la llamada “lucha de los sexos” puede quedar sin solución.
El investigador serio no permitirá que el género del mensajero de la Verdad para este tiempo y época, sea un obstáculo para que él acepte el mensaje. Reconocerá que esto es una triquiñuela del mal de retrasar su elevación hacia el Espíritu. Ver la creación como material y sexual en vez de espiritual sólo puede ser un impedimento. La misma palabra “sexo”, derivada de la palabra latina secare, que significa cortar o dividir, es una advertencia de que uno no puede permitir que se le separe de la unidad de la Verdad al preocuparse por algo tan fuera de lugar como lo es el desear que la Guía del movimiento de la Ciencia Cristiana fuera un hombre. En la Biblia aparece esta declaración absoluta y espiritual con respecto al hombre: “No hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gál. 3:28; Jesús es el cristiano por excelencia, y la Sra. Eddy es su seguidora. Ella tiene su propio lugar, pero no ha desplazado a Jesús.
Una forma de vencer el escepticismo con respecto a la Sra. Eddy es conociendo todo lo que se pueda acerca de ella. Todos estamos familiarizados con la vida humana de Jesús, con la cultura y las circunstancias de su época, y también deberíamos estarlo con la vida y la época de la Sra. Eddy. Nadie que haya leído las biografías que muestran las difíciles pruebas que soportó al prepararse para la revelación, las luchas que la guiaron a la publicación de la revelación y a la protección de ésta mediante la fundación de la iglesia, no podrá menos que sentir amor, compasión y profundo respeto por ella. Cuando visité los lugares asociados con la vida de la Sra. Eddy, estimé y aprecié todo lo que vi y me sentí mucho más cerca de ella.
Algunos hombres — y mujeres — pueden que se pregunten por qué la Sra. Eddy fue elegida entre todos los demás en nuestra época para revelar la verdad del ser. ¿No será porque ella simplemente era la que estaba mejor preparada para esta misión? Y, ¿por qué — puede uno preguntar — fue la joven América el lugar de nacimiento de esta misión? Quizás el nuevo concepto de la Verdad tenía que nacer donde encontrara menos resistencia. La Sra. Eddy misma señala con toda claridad la naturaleza impersonal e inevitable de la Ciencia Cristiana: “Ninguna pluma ni lengua humanas me enseñaron la Ciencia contenida en este libro Ciencia y Salud; y ni lengua ni pluma pueden destruirla”.Ciencia y Salud. pág. 110.
En nuestra época, el amor maternal de Dios ha brillado a través de su mensajera para dar al género humano el benéfico Consolador prometido por Cristo Jesús. Aceptémoslo sin reserva.