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El hombre es perfecto, ahora

Del número de mayo de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El hecho básico en cada tratamiento de la Ciencia Cristiana es que el hombre espiritual, la idea de Dios, es perfecto ahora. Constantemente expresa el bien ilimitado que es Dios. Independiente de lo que parece ser tiempo, lugar o circunstancia, esta verdad es inexpugnable y absoluta. Es el punto de partida desde el cual trabajamos y oramos lo que determina si sentimos la verdadera presencia y poder de la realidad espiritual, que incluye la continua aparición del universo divino de ideas espirituales. Como la compuesta idea de Dios, el hombre verdadero existe como consciencia ciencia espiritual individual incluido en la Mente, Dios, que todo lo sabe.

Sin embargo, un cuadro muy diferente se presenta ante el punto de vista mortal. El temor, la debilidad, la limitación, el sufrimiento, parecen ser la realidad del ser, y su predominio en el pensamiento amenaza a la raza humana. Ésta es la llamada experiencia de un concepto o conocimiento material de la vida, que depende de la materia para su evidencia y exige de la materia obediencia a sus creencias. Es sentirse separado de Dios, de todo lo que es bueno, armonioso e inmortal.

Pero, ¿qué puede estar separado de Dios? ¡Nada! Y eso es exactamente lo que es el sentido material — nada. En la Ciencia Cristiana comprendemos que el Espíritu es Dios, y que Dios es Todo. Esto no deja lugar ni oportunidad para que lo opuesto del Espíritu, la materia — más exactamente, el sentido material — sea o haga algo. Hasta una vislumbre de esta verdad, nos ayuda a no impresionarnos tanto con la materia y a estar más dispuestos a no contemplarla y, en cambio, contemplar la identidad espiritual, la inapreciable proximidad del bien. Al hacer esto, experimentamos cada vez más el orden y la armonía de Dios, ya que inevitablemente manifestamos las cualidades que dominan nuestro pensamiento.

Pero uno puede preguntarse si es posible liberarse de esta manera de un concepto material de las cosas, o si la humanidad debe seguir soportando tanto sufrimiento trágico. Como seguidores del Cristo, podemos aprender a responder con un profundo y creciente amor por Dios y el hombre, y lo más importante: a demostrar que la humanidad no está sujeta a ninguna necesidad de sufrir por nada excepto el pecado. Al aceptar la nada del concepto material uno puede rehusar lógicamente cualquier impulso a ser gobernado por este concepto o supeditado a él. Después de todo, lo que no es nada no gobierna lo que es algo.

Por lo tanto, el hombre no está separado de Dios por el concepto material y no puede sufrir de-los efectos que pretende tener. En realidad, como imagen y semejanza de Dios, el hombre está en perfecta unidad con Dios — irrevocablemente. ¿Acaso no dice la Biblia: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”? Gén. 1:27; Esta afirmación nos da la base de nuestra verdadera historia y posibilidades.

La imagen de Dios no incluye materia, por lo tanto tenemos derecho a descartar de nuestro pensamiento todo vestigio de materia porque es irreal. La Sra. Eddy dice: “Cuando se habla del hombre como creado a la imagen de Dios, no es del hombre mortal, pecador y enfermizo de quien se trata, sino del hombre ideal, que refleja la semejanza de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 346; Simplemente porque el sentido material concibe al hombre como mortal, esto no hace que sea así. El hombre es espiritual, la imagen del Espíritu, Dios, como lo manifiesta claramente la Biblia y como han probado innumerables veces los Científicos Cristianos mediante la demostración práctica.

Sin embargo, la humanidad no puede conquistar la maldición de la carne combatiendo a la materia en su propio terreno. El pensamiento debe trascender el punto de vista materialista venciendo las malas tendencias y logrando la inspirada percepción espiritual. Esta consciencia puede traer a nuestra vida el orden y la armonía que dan testimonio del reino de los cielos dentro de nosotros. Fortalecidos con esta percepción, uno puede dominar los sentidos materiales.

Sin duda, Cristo Jesús reconocía la inmunidad del hombre a las creencias materiales, y este conocimiento le permitía destruir las pretensiones de la materia. Su aseveración: “Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30; negaba toda pretensión de la carne. La Sra. Eddy dice refiriéndose a Jesús: “Para nuestro Maestro, la vida no era una mera sensación de la existencia, sino una acompañante sensación de poder que subyugaba la materia, sacando a luz la inmortalidad, a tal grado que las multitudes ‘quedaron asombradas de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no a la manera de los escribas de ellos.’ La vida, como la definió Jesús, no tenía comienzo; no era el resultado de la organización, ni estaba infundida en la materia; era Espíritu”.Retrospección e Introspección, pág. 58.

Jesús enseñó a sus discípulos cómo sanar cualquier dificultad física, y cómo destruir el pecado, y les encomendó que enseñaran a otros. Él sabía que el significado de sus palabras llegaría más allá de su propia época iluminando a la humanidad en todos los tiempos. Cuando, como practicistas de la Ciencia Cristiana, vivimos de acuerdo con sus enseñanzas y con comprensión aplicamos estas verdades espirituales a pesar de la evidencia de los sentidos materiales, vemos al hombre perfecto como Jesús lo veía, y el resultado tiene que ser la curación.

Esto es posible hoy en día. Debemos darnos cuenta de que poseemos la habilidad otorgada por Dios para afirmar nuestra individualidad espiritual, y estar serenos sabiendo que la verdadera vida es el reflejo directo de Dios. Debemos rehusar a impresionarnos por la pretensión de mortalidad y debemos descartarla con firmeza. A medida que gozosamente vislumbramos la presencia de Dios y de Su creación perfecta, disminuye nuestro concepto de materia, y nuestra unidad con Dios se hace más evidente.

Si la curación se demora, es conveniente recordar que el detectar y destruir el error científicamente ataca la raíz del concepto material acerca de uno mismo — concepto que pretende ser nuestro propio pensamiento, nuestra propia vida. Estableciendo nuestra propia identidad como una expresión individual de la Mente podemos progresivamente refutar la pretensión de una vida personal en la materia y desenmascarar como ilegítimo el concepto de que el ser depende de la materia.

Si este proceso parece difícil es sólo porque la creencia mortal, asociándose a sí misma con su sentido del hombre para reclamar legitimidad, se resiste a la destrucción. Haciéndose pasar como nuestro propio pensamiento, se halla en las sugestiones de que estamos cansados, enojados o enfermos. Sin embargo, nuestra defensa es que tales sugestiones son falsas creencias mortales, que reclaman una identidad que jamás pueden tener. En lugar de aceptar estas falsas pretensiones, podemos verlas claramente como totalmente separadas de la consciencia. La mortalidad jamás ha tenido vida ni ha gobernado los pensamientos del hombre verdadero. El hombre espiritual es gobernado exclusivamente por Dios.

A medida que instruimos a la mente mortal sacándola de sus creencias, el gobierno de la Mente inmortal asoma en el pensamiento humano, guiándolo fuera de un sentido temporario de materia hacia la permanencia del Espíritu. El hecho científico es que el hombre siempre ha sido la expresión armoniosa de Dios. La mente mortal pretende otra cosa; pero de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, la mente mortal es mentirosa. Dejemos entonces de aceptar la mentira para que le permitamos la entrada a la verdad. Aceptemos el hecho de nuestra actual y permanente perfección como hijos de Dios, y humilde y persistentemente oremos para ver esta perfección manifestada en todas partes.

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