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La paz, una actitud activa

[Original en alemán]

Del número de mayo de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tal vez ahora, más que nunca, la humanidad se está dando cuenta de la futilidad de la guerra. A pesar de esta vislumbre de discernimiento, todavía hay guerras. ¿Es la razón humana insuficiente para evitarlas?

En tanto que la manera de pensar de la humanidad proceda de la noción de que cada individuo posee su propia mente basada en lo físico, expuesta a influencias malas y buenas, habrá reyertas, rivalidades y guerras. Sin duda, el razonar ha ejercido una influencia moderadora. Si no fuera así, la humanidad ya se hubiera eliminado a sí misma mucho antes. Sin embargo, todavía parecen estallar guerras entre las naciones, y, no obstante, como la Ciencia Cristiana lo explica, esto no es sino el resultado de la manera de pensar errónea, exactamente lo mismo que las reyertas entre individuos.

La comprensión de la Verdad espiritual es superior a todo razonamiento humano. La Verdad espiritual es la revelación fundamental de la idea del Cristo — revelada mediante la Ciencia Cristiana. Muestra que el hombre, en su verdadera identidad espiritual, es el linaje, o hijo, de Dios. Es el reflejo del Principio divino. Como imagen y semejanza de Dios, refleja la consciencia e inteligencia de la Mente divina.

La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “No puede haber sino una Mente, porque no hay sino un Dios; y si los mortales no pretendieran tener otra Mente, ni aceptaran ninguna otra, el pecado sería desconocido. No podemos tener más que una sola Mente, si ésta es infinita”.Ciencia y Salud, pág. 469;

Quienquiera que no pretenda otra Mente que la divina puede percibir que el criticar, inculpar y condenar a personas, gobiernos, naciones o razas no ayuda a vencer las reyertas y guerras en lo más mínimo, como tampoco la repetición de rumores y conjeturas.

Por otra parte, el mero hecho de ignorar el mal es igualmente inútil. Más aún, el mal que dice que existen muchas mentes separadas capaces de discrepar con el bien, o con la Mente divina, debe ser desenmascarado como una sugestión. El temor al mal debe ser destruido en nuestra consciencia, pues el mal es una ilusión. Debemos percibir la total irrealidad de cada pretensión falsa y reemplazarla con la alegría y la certeza de la omnipotencia y omnipresencia del bien.

Por medio de la comprensión espiritual de la Verdad divina es posible alcanzar una paz genuina, una paz que no sólo signifique silenciar las armas sino movilizar las cualidades más elevadas de la Mente divina, una utilización del Amor omnímodo. La paz es una actitud activa, es una acción de cooperación armoniosa, acción que fluye de las infinitamente abundantes energías e ideas de la Mente divina.

Cuando utilizamos la Verdad podemos demostrar paz en nuestras relaciones humanas. Esto fue demostrado por un joven que se labró su ascenso en su profesión y ocupaba un cargo administrativo cuando se dio cuenta de que uno de sus colegas tenía una actitud hostil para con él en este puesto. Había conflicto. El joven trató de resolver el problema por medio de la Ciencia Cristiana. Comprendió que todas las criaturas de Dios están gobernadas por la Mente divina única y que por lo tanto no puede haber conflicto entre ellas.

Pero la situación no cambió mientras empezó su trabajo científico con el deseo de que fuera aceptado en su puesto. Finalmente, mientras oraba sinceramente, le vino el pensamiento de que la Mente divina es la única Mente del hombre, y que todo lo que tenía que aceptar era la autoridad divina, la cual incluye a todos. La tensión entre ambos colegas inmediatamente se disolvió. Una conversación amistosa, que evidentemente fue el resultado de él haber reconocido solamente el dominio de la única Mente divina, resolvió el conflicto en armonía y cooperación.

Es nuestra tarea como Científicos Cristianos demostrar paz activa en nuestra relación inmediata con lo que nos rodea; nos esforzamos en vivir en la perpetua consciencia de la omnipresencia de la Mente divina y del Amor divino. En la medida en que logremos hacer esto, no nos mostraremos hostiles a nadie, no nos enojaremos con nadie, y ni siquiera seremos indiferentes con nadie. Se requiere que expresemos un amor desinteresado, el cual podemos poseer sólo en el grado en que lleguemos a la comprensión espiritual de la totalidad de la Mente divina y su reflejo.

Cristo Jesús tenía enemigos. Él no transigía con ninguna fase de la pretensión de un poder separado de Dios, el bien. Y, sin embargo, vivió en paz, en la paz activa de la continua expresión de cualidades divinas, y eso lo capacitó para triunfar hasta sobre la muerte.

Demostró el Cristo, la verdadera comprensión del ser espiritual, de una manera tan extraordinaria que poseía una autoridad que lo capacitó para desenmascarar y destruir toda pretensión del mal que enfrentaba en los casos que sanó. Reformó a los pecadores y sanó a los enfermos siempre que éstos estuvieron preparados para aceptar el Cristo.

Es bueno que en nuestra época se estén poniendo en tela de juicio muchos conceptos y usanzas. Sin embargo, la fuerza jamás engendra nada sino más fuerza, y en el mejor de los casos cambia los problemas pero no los resuelve. Por otra parte, en el uso de la fuerza también radica el peligro de caos.

Existen utopistas que dicen que la sociedad ya está en un estado de caos, sin semblanza de orden. Mas donde prevalezca el caos éste no debe atribuirse al reconocidamente no siempre muy adecuado orden humano, sino al desprecio de este orden. Uno no debe interpretar una cosa sobre la base del abuso que se haga de ella. Le ha llevado cientos, hasta miles, de años a la humanidad llegar a los conceptos actuales de ley y orden que hoy en día los utopistas desdeñan con un encogimiento de hombros.

Este orden se basa mayormente en las exigencias morales de los Diez Mandamientos bíblicos. No se trata de ignorar este orden, o de hacerlo a un lado, sino de mejorarlo, hasta hacerlo que se conforme más y más a las exigencias morales más elevadas.

El primero de estos Diez Mandamientos dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3. Reconozcamos que sólo Dios, el bien, es autoridad, es poder, presencia, Verdad, y la fuente de todo lo que realmente experimentamos, y veamos que toda otra pretensión es una ilusión del sentido material. Esto exige constante vigilancia. La paz en nuestro corazón, en lo que nos rodea, y entre las naciones, no es un pasivo “venga lo que venga”, sino más bien la manifestación de las cualidades divinas, que el hombre posee como la imagen y semejanza de Dios. Estas cualidades deben ser movilizadas. La paz es una actitud activa.

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