La historia de Sansón, ya sea que esté basada enteramente en hechos verídicos o sea en parte el resultado de la glorificación con que se rinde culto a los héroes, retiene aún así muchos elementos de interés y valor permanentes. Sus fabulosas hazañas de destreza casi sobrehumana (ver Jueces 15:4–6, 15; 16:3, 29, 30) puede tener un toque folklórico, pero entrelazado con la narración encontramos información referente a la historia y a las costumbres hebreas que no puede clasificarse como simple leyenda. Además, como nazareo y juez, Sansón merece ser considerado seriamente.
Al igual que Isaac y Samuel en el Antiguo Testamento, y Juan el Bautista y, aun Jesús en el Nuevo, Sansón fue un hijo prometido. Su madre, la mujer de Manoa, que procedía de la tribu de Dan, la que en esa época estaba situada en la frontera de Filistea, había pasado muchos años sin tener hijos, pero “el ángel de Jehová” le anunció que tendría un hijo (Jueces 13:3). No solamente su hijo tendría que ser criado como un nazareo, sino que ella misma, durante el período del embarazo, tendría que someterse, en cierto grado, a las estrictas disposiciones nazareas, tales como la de abstenerse de ingerir alimentos considerados técnicamente como inmundos y de beber todo tipo de bebidas alcohólicas o cualquier producto de la vid, fermentado o no. El requisito básico del voto para ser nazareo (ver Números 6:1–21) era completa dedicación al servicio de Dios. Otra demanda era que el cabello de un nazareo nunca debería ser cortado.
El nacimiento de Sansón trajo aparejados renovados indicios de la naturaleza de su obra, que fue la de “salvar a Israel de mano de los filisteos” (Jueces 13:5), e indicios de la guía divina que aguardaba su aceptación, porque Jehová bendijo al niño y pronto “el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él en los campamentos de Dan” (versículo ).
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