En la Biblia encontramos las narraciones sobre dos huertos: una es un mito; la otra, un acontecimiento histórico. En el huerto del Edén, en el primer libro del Antiguo Testamento, encontramos la primera presunción ficticia de la voluntad mortal. En el huerto de Getsemaní, en el Nuevo Testamento, vemos la más trascendental, la más portentosa lucha en la historia de la humanidad contra el magnetismo de esa fuerza de voluntad mortal mitológica y agresiva.
Después de la descripción divinamente inspirada de la creación espiritual en el primer capítulo del Génesis, en la cual Dios, el Principio creativo, es expuesto como el creador de todo, creando al hombre a Su imagen, y creando todo bueno, encontramos el intento de explicar una existencia mortal, en la cual un concepto mortal del creador, como conociendo y determinando tanto el bien como el mal, crea al hombre de la sustancia del polvo — al hombre encontrando su compleción en otro ser creado de la misma sustancia.
Aquí tenemos un par de contrastes: los dos huertos, Edén y Getsemaní, y las dos narraciones bíblicas de la creación, la mortal y la espiritual.
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