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Aboliendo el uso de la tortura en el mundo

Del número de enero de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A medida que las verdades espirituales acerca de Dios y Su totalidad se van revelando en la consciencia humana, la oscuridad de los falsos conceptos materiales se va disipando. La iluminación espiritual sirve de bálsamo sanador para los dolores de las erradas creencias mundiales. El uso de la tortura es una estridente y arrogante afirmación mortal de que Dios, en Su infinita bondad, permite que el hombre esté apresado sin misericordia en las garras del mal. La protección constitucional y legal, la indignada protesta pública y privada y los esfuerzos de las organizaciones humanitarias no han podido abolir el uso de la tortura.

Su utilidad como instrumento de castigo o medio para obtener información, quisiera respaldarse en los conceptos mortales de crueldad, temor y dolor. La Ciencia Cristiana nos equipa de manera inigualable para curar esta despreciable práctica. Nos capacita para comenzar a desarraigar y destruir los elementos básicos en los que la tortura funda sus pretensiones de poder. Un entendimiento correcto de Dios, Su Cristo y el hombre, es la esperanza más poderosa que tiene el mundo para anular el uso de prácticas crueles y anormales. Quienes piensan que el uso de la tortura es una práctica repugnante acaso quieran contribuir a su abolición, pero piensan que sus pequeños esfuerzos tendrían, en general, un efecto reducido. Sin embargo, la oración científica, profundamente basada en el amor por Dios y por el hombre, puede tener un impacto específico y poderoso.

Hay quienes en este mismo momento podrían ser bendecidos en gran manera si recurriéramos a Dios en oración y percibiéramos fielmente el hecho de que Él es Todo. Afirmar con inteligencia y gratitud las verdades espirituales del ser y negar con firmeza y comprensión las pretensiones del mal inevitablemente traerán curación en alguna medida. Usted puede responder ahora — incluso al leer esto — a la necesidad específica de curación, sabiendo que Dios es Amor.

Dios, el Amor, es todopoderoso y está siempre presente. Cada acontecimiento en la realidad del ser es conocido y sentido en la consciencia del Amor. Los actos carentes de bondad y de compasión están desprovistos de realidad fundamental. Florecen y se marchitan sólo en el reino de la ignorante y mortal creencia. La gentil y bondadosa presencia del Amor, infaliblemente eleva, apoya, sostiene y bendice a toda su creación, incluso el hombre. Como Dios cuida y ama a Su preciada idea, el hombre nunca carece de amor inteligente por su prójimo ni puede caer en una dura y fría insensibilidad.

El Amor desarraiga la mentira de que el hombre puede ser objeto de malos tratos. El Amor cuida del hombre. Garantiza su bienestar en cada momento de su existencia. El hombre actúa en completo acuerdo con la ternura que emana de la consciencia verdadera. El hombre es solícito y, a su vez, es motivo de solicitud. Su respetabilidad y dignidad individuales están sostenidas por el Amor divino. El hombre es supremamente valioso e indispensable para Dios, quien glorifica a Su creación, bendiciendo todos los pensamientos y obras de ella. Cada faceta de la vida está continuamente rodeada por el Amor y segura en su omnipotencia.

La creación del Amor nunca está amenazada ni intimidada, ni está sujeta a lo desconocido, porque el Amor es omnipresente, el único poder. La continuidad de su bondad no es interrumpida. La intrepidez y la absoluta confianza del hombre están plenamente sustentadas por el cuidado siempre presente del Amor. El Amor sabe que su idea está a salvo. El hombre, como expresión del Amor, también lo sabe.

De acuerdo con la Ciencia Cristiana, la carne y los nervios no son sustancia. Carecen de poder para transmitir al hombre mensajes de dolor. La verdadera sustancia es la del Amor, cuyos mensajes angelicales de bondad se sienten en la consciencia. El hombre percibe que Dios es Todo. Siente la ternura y el completo cuidado del Amor. Está protegido en la esfera del Amor y responde única y completamente a su tierno toque. El Cristo, la manifestación divina de Dios, disipa la angustia y el dolor. La víctima puede liberarse del cautiverio, de la soledad y de la intimidación, mediante la salvadora influencia del Cristo. El Cristo está a su lado, revelándole la libertad, la seguridad y un sentido espiritual de protección.

Nuestra obligación de hacer uso de estas verdades espirituales llamó recientemente mi atención de una manera muy directa. Sentí un dolor que, incluso desde un punto de vista humano, parecía completamente innecesario. Se me ocurrió pensar que las noticias recientes acerca del uso de la tortura me habían provocado una reacción de indignación en lugar de una respuesta sanadora. Comencé a considerar y a apreciar algunas de las verdades espirituales ya mencionadas y el dolor desapareció instantáneamente. Ignorar los problemas de nuestro mundo o reaccionar frente a ellos puede ser causa de que los suframos. Cuando nos elevamos individualmente en oración por encima de los erróneos conceptos mundanos, nosotros, como nuestro prójimo, somos bendecidos.

A través de la historia, hombres buenos y malos han sido, a veces, cruelmente maltratados. Si bien mucha gente piadosa de los tiempos bíblicos fue salvada, la Biblia nos dice que “otros fueron atormentados”. Hebr. 11:35; Tal vez el ejemplo más conocido de crueldad — y victoria sobre ella — haya sido la crucifixión de Cristo Jesús. La Sra. Eddy escribe: “La tortura física da sólo una ligera idea de los tormentos que sufre aquél sobre quien el mundo de los sentidos deja caer su peso de plomo con el afán de extirpar de una carrera su destino divino”.No y Sí, pág. 34.

En cierto sentido, el uso de la tortura en todos los casos, ya sea infligida a un delincuente o a un hombre justo, quisiera afectar la esencia misma del destino del hombre — su perfección inevitable. Pero podemos descubrir que ese destino es invulnerable y está a salvo ahora mismo — seguro bajo el cuidado del Amor. El hombre es eternamente el hijo de Dios. Sabemos que Él como Padre siempre nos está protegiendo; y como Madre, constantemente consolándonos. Cada uno de nosotros puede desempeñar su parte en establecer para nuestro mundo un reconocimiento sanador de la omnipotencia y omnipresencia del Amor.

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