David y Jonatán entablaron una amistad que todavía se destaca por su belleza, fortaleza y permanencia. Al parecer se conocieron después del gran triunfo de David sobre Goliat, logrado sobre la base de que “de Jehová es la batalla” (1 Samuel 17:47); y una irresistible atracción mutua surgió rápidamente entre ellos. “El alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo” (18:1).
El hecho de que nunca violaron este pacto en los años de tensión que se sucedieron, habla muy en alto de la inherente estabilidad y lealtad de ellos.
Al principio, el padre de Jonatán, Saúl, no vaciló en poner a David a cargo de un grupo de guerreros, pero pronto una amarga envidia se apoderó de él al enterarse de que a David se la atribuía el haber destruido decenas de miles de enemigos de su país y a Saúl solamente se le atribuían miles (ver 18:8).
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