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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

David y Jonatán

Del número de enero de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


David y Jonatán entablaron una amistad que todavía se destaca por su belleza, fortaleza y permanencia. Al parecer se conocieron después del gran triunfo de David sobre Goliat, logrado sobre la base de que “de Jehová es la batalla” (1 Samuel 17:47); y una irresistible atracción mutua surgió rápidamente entre ellos. “El alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo” (18:1).

El hecho de que nunca violaron este pacto en los años de tensión que se sucedieron, habla muy en alto de la inherente estabilidad y lealtad de ellos.

Al principio, el padre de Jonatán, Saúl, no vaciló en poner a David a cargo de un grupo de guerreros, pero pronto una amarga envidia se apoderó de él al enterarse de que a David se la atribuía el haber destruido decenas de miles de enemigos de su país y a Saúl solamente se le atribuían miles (ver 18:8).

Más adelante Saúl permitió que David se casara con su hija Mical aunque con un propósito siniestro: “para que le sea por lazo” (versículo 21). “Fue Saúl enemigo de David todos los días” (versículo 29). Hasta llegó a insistir en que Jonatán debía unirse a sus partidarios para matar a David.

Aquí el amor de Jonatán por su amigo enfrentó una severa prueba, pero Jonatán salió airoso de ella. Defendió a David ante Saúl con tanto ahinco que momentáneamente su consejo prevaleció y Saúl juró solemnemente que David no moriría (ver 19:6). Después cambió su decisión y procuró nuevamente atravesarlo con su lanza como lo había intentado antes de la reconciliación (ver 18:11; 19:10).

Después de una conmovedora reiteración del amor y lealtad que se tenían el uno para con el otro, David y Jonatán aparentemente llegaron con renuencia a la conclusión de que David debía huir a las regiones silvestres y montañosas del sur de Palestina para escapar de la ira de Saúl (ver 20:41, 42).

Luego Jonatán, sin que su vengativo padre lo supiera, buscó a David en una zona boscosa del desierto de Zif, algunos kilómetros al sur de Hebrón, y le dio toda la ayuda y el aliento del que fue capaz, porque “fortaleció su mano en Dios” (23:16).

Jonatán le aseguró a su amigo que Saúl nunca lo encontraría, pese a todos sus esfuerzos. Más aún: David podía estar seguro de que en verdad reinaría sobre Israel y de que Jonatán estaría hombro a hombro junto a él, como Saúl lo sabía muy bien. En esta ocasión los dos amigos una vez más hicieron un pacto solemne “delante de Jehová”, volviendo a confirmar el pacto que habían jurado obedecer (versículo 18). De acuerdo con la narración, después de esto no se vieron más, pero David jamás se olvidó de su leal amigo.

Parece que la próxima vez que David supo algo de su querido amigo Jonatán fue al recibir la triste noticia de que él y su padre Saúl habían muerto en una batalla. Pese a todos sus defectos, Saúl había sido rey de Israel, y David lo incluyó a él y a su hijo en un noble epitafio: “Saúl y Jonatán, amados y queridos; inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados”; en tanto que a Jonatán le rindió un tributo más personal: “Me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres” (2 Samuel 1:23, 26).

Aun después, al ascender David al trono de Israel, aquietó los temores de Mefi-boset, hijo de Jonatán. Lo invitó a que fuera huésped perpetuo de la mesa real, y le aseguró la posesión de su herencia como nieto de Saúl e hijo de Jonatán, el amigo más amado de David (ver 2 Samuel 9).


Amados, amémonos unos a otros;
porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama,
es nacido de Dios, y conoce a Dios.
El que no ama, no ha conocido a Dios;
porque Dios es amor.
Amados, si Dios nos ha amado así,
debemos también nosotros amarnos unos a otros.
Y nosotros tenemos este mandamiento de él:
El que ama a Dios, ame también a su hermano.

I Juan 4:7, 8, 11, 21

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