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Durante mi niñez y adolescencia casi hasta los veinte años de edad, me...

Del número de enero de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante mi niñez y adolescencia casi hasta los veinte años de edad, me atormentó una dificultad que tenía para hablar. De niño se me hizo una operación que no solucionó nada. Obtuve la curación después que me hice estudiante activo de Ciencia Cristiana, y luego de haberme afiliado a La Iglesia Madre y a una iglesia filial local donde la comisión directiva me pidió si podría servir como maestro de la Escuela Dominical.

Esta invitación para enseñar en la Escuela Dominical era un verdadero desafío. En circunstancias comunes había aprendido a enfrentar en parte este impedimento, pero leer en voz alta estaba lejos de ser posible. Enseñar en una clase de la Escuela Dominical parecía aún más imposible. Oré sobre este asunto. Rechazar este nombramiento basándome en el temor y en la deficiencia habría sido admitir una constante limitación. Para aceptar el cargo debía cambiar mi perspectiva mental.

Pude ver que la Escuela Dominical era una actividad estipulada en el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy. Comencé a entender que el propósito de las actividades relacionadas con el Manual de la Iglesia es un propósito gobernado por Dios, y es completo. Estaba aprendiendo que quienes verdaderamente se identifican espiritualmente con la idea de La Iglesia Madre y sus actividades basadas en el Manual, también se identifican a sí mismos con la totalidad espiritual y perfecta de la creación de Dios.

Acepté el nombramiento. Al escribir la carta aceptando, el impedimento para hablar desapareció de mi pensamiento. Ya no me parecía una realidad. La dificultad física también desapareció. Me sané y pude hacer el trabajo que me pidieron. Más adelante fui Primer Lector durante tres años en otra iglesia filial. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud (pág. 192): “Todo lo que mantenga el pensamiento humano de acuerdo con el amor desinteresado, recibe directamente el poder divino”.

Hace algunos años, cuando todo mi sistema físico parecía estar propenso a quedar totalmente inactivo, las instrucciones de Cristo Jesús (Mateo 6:28): “Considerad los lirios del campo, cómo crecen”, me ayudaron a obtener la curación. Estando incapacitado para moverme mucho, leer mucho y hasta pensar mucho con claridad, al recordar estas palabras de Cristo Jesús puse mi atención en las flores que crecían afuera de mi ventana. Me sentí agradecido por ellas. A medida que mi gratitud por su significado espiritual y su bondad era mayor, también lo era mi comprensión espiritual de la Verdad, la Vida y el Amor divinos. Mi gratitud por cada flor fue más grande hasta que vi más la bondad de Dios expresada en todas partes y en cada uno — incluso en mí mismo.

A medida que este proceso espiritual de normalización continuaba en mi consciencia, similarmente se producía un mejoramiento semejante en la salud del cuerpo. Mi salud se normalizó. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud (pág. 261): “Mantened vuestro pensamiento firmemente en lo imperecedero, lo bueno y lo verdadero, y traeréis éstos a vuestra experiencia en la medida que ocupen vuestros pensamientos”.

Estoy muy agradecido al maestro de Ciencia Cristiana en Glasgow, Escocia, que me dio instrucción en clase y me enseñó humildad, paciencia y amor con su ejemplo vívido. Estoy muy agradecido a los muchos amigos, parientes y estudiantes de Ciencia Cristiana en todo el mundo, que me han ayudado a comprender “que Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34). Entiendo que todos somos hijos de Dios, amados por igual.

Por medio de la Ciencia Cristiana estoy empezando a ver la totalidad de Dios, el bien, y que el Amor divino es el Principio sanador. “El amor de Dios nos guía,/y Su senda clara es” (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 178).


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