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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

Deuteroisaías: el profeta del universalismo

Del número de julio de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los eruditos en materia de estudios bíblicos consideran que el destacado libro de Isaías cubre un largo período de la agitada historia de Israel.

Casi no se pone en duda que la mayor parte de los primeros treinta y nueve capítulos fueron escritos por “Isaías hijo de Amoz” (Isaías 1:1), quien vivió en el siglo ocho a.C. y tuvo que enfrentar los persistentes ataques del imperio asirio contra su país. A decir verdad, en estos primeros treinta y nueve capítulos se menciona a los asirios unas cuarenta veces.

En el versículo 6 del capítulo 39, hay una severa advertencia al rey Ezequías sobre los futuros peligros y dificultades que vendrían de una nueva región: “He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová”.

¿Qué podía hacerse para anular los repetidos ataques de Asiria que habían hostigado al pueblo hebreo en el pasado? ¿Y de qué manera podía ser rechazado el temido poder de Babilonia o, si fuera posible, hasta ser derrotado?

La siguiente sección del libro de Isaías pertenece claramente al período mencionado en el capítulo 39. Los capítulos 40 al 55 son atribuidos a un escritor y predicador desconocido, pero profundamente espiritual, a quien los eruditos identifican con el nombre de Segundo Isaías, o alternativamente Deuteroisaías (del griego). La opinión general es que este profeta incomparable vivió durante el Exilio en Babilonia, en el siglo seis a.C., tal vez unos doscientos años después que el primer Isaías llevó a cabo su obra.

Muchos pasajes confirman que el pueblo al que se estaba dirigiendo el profeta estaba sobrellevando el exilio. Pero el profeta insistió en que debían compartir con él su gozosa expectativa del bien, su certeza de que si bien enfrentaban grandes tribulaciones, éste no sería el resultado final de este período de prueba. El poder de Dios todavía reinaba; Él los liberaría de sus captores, los babilonios (o caldeos).

Es claro que este autor, que relata su profecía principalmente en forma poética, estaba convencido de que por más grande que pudiera ser la aparente fuerza del imperio babilonio, no se podía comparar con el poder y la majestad de la Deidad que había elegido Israel. Los repetidos ataques contra Jerusalén y la caída final del templo, que su contemporáneo Ezequiel había descrito tan vívidamente, podrían haber parecido marcar el final de las esperanzas y aspiraciones de los hebreos. Pero el inextinguible entusiasmo de Deuteroisaías le trajo a su pueblo el valor y la certeza de que todo el poder y la gloria pertenecen a Dios y que nunca podrán ser destruidos, y sus efectos jamás podrán ser invalidados por ninguna nación pagana ni sus gobernantes.

El pueblo necesitaba apoyo, aliento y amor, al igual que una promesa segura de liberación. El profeta fue inspirado por Dios para ofrecérselos en abundancia. La idea fundamental de su mensaje puede hallarse en las palabras iniciales del capítulo 40: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. Por otra parte, a medida que va desarrollándose su mensaje, el autor le asegura a sus oyentes que “se manifestará la gloria de Jehová.. . La palabra del Dios nuestro permanece para siempre.. . He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro” (versículos 5, 8 y 10).

Insuperables por su belleza, son quizás las palabras del capítulo 40 que son interpretadas por los autores de los cuatro Evangelios como la profecía relativa a la venida de Juan el Bautista, precursor del Mesías, Cristo Jesús (ver Mateo 3:3; Marcos 1:3; Lucas 3:4; Juan 1:23). En realidad, en los dieciséis capítulos atribuidos a Segundo Isaías se encontrarán pasajes, citados frecuentemente, que dan evidencia de gran inspiración a medida que el autor busca despertar el pensamiento del pueblo de la confianza falsa y desesperación sombría para elevarlo a la luz de la verdadera fe y la alegría de salvación que él percibe.

Cuando Segundo Isaías predijo la venida de “un hombre justo del oriente” (Isaías 41:2, según versión King James de la Biblia), bien puede haberse referido a Ciro, quien llevaría a cabo la derrota de Babilonia alrededor del año 538 a.C. Este Ciro, rey de Persia, fue llamado el “ungido” de Jehová (45:1) y Su “pastor”, que dijo a Jerusalén “Serás edificada; y al templo: Serás fundado” (44:28; ver Esdras, capítulo 1).

Por habitar entre los exiliados en Babilonia, Isaías estaba vivamente consciente de cuán infructuosa era la idolatría de los hechiceros caldeos y la de otros, y utilizando una sátira incisiva se burla de la falsedad de sus alegadas deidades. “Serán vueltos atrás y en extremo confundidos los que confían en ídolos, y dicen a las imágenes de fundición: Vosotros sois nuestros dioses” (42:17).

Segundo Isaías parece haber tenido un concepto tan profundo de Dios que Lo vio como el creador de todo, y atribuyó a Jehová Mismo las inolvidables palabras: “Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé” (45:12).

En el capítulo 55, puede encontrarse el desafío a su pueblo, su alto ideal para ellos, su deseo de que reconozcan lo que significa su herencia divina y su misión mundial (ver versículos 3–5).

Puede decirse que Deuteroisaías presenta el concepto más claro de la naturaleza y el carácter de la Deidad que pueda encontrarse en las Escrituras Hebreas. En efecto, se ha dicho de él que es el Evangelista del Antiguo Testamento, que una y otra vez llama la atención de su pueblo a la necesidad de acercarse a su Dios y obedecerlo. Su conmovedor llamamiento puede resumirse en las siguientes palabras que se hallan casi al comienzo de su excelso mensaje (40:9): “¡Ved aquí al Dios vuestro!”.

Puede haberse pensado que cuando se estudiaran los manuscritos llamados Rollos del Mar Muerto, los argumentos sobre la múltiple paternidad literaria del libro de Isaías se aclararían, pero aparentemente ya en el siglo dos a.C., la fecha del famoso rollo de Isaías, el más completo y perfecto que se encontró, Isaías, como lo conocemos ahora, era aceptado como una unidad. Tal vez esto se deba al hecho de que en las tres divisiones más obvias del libro hay un grado de unidad en su mensaje, a saber, la relación de otras naciones con Judá. Los capítulos 1 al 39 tratan de la forma en que Asiria se relaciona con Judá; el tema de los capítulos 40 al 55 es la forma en que Babilonia se relaciona con Judá; y en los capítulos 56 al 66, se llama al mundo de los gentiles a reconocer la redención que es inherente a la religión de Judá, como la percibe el autor.

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