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Un lema para los Científicos Cristianos

Del número de julio de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Muchas personas atesoran máximas predilectas y breves que los inspiran en su diario vivir — lemas que transmiten mensajes que estas personas creen útiles para guiar su vida. En su Message to The Mother Church for 1902 (Mensaje a La Iglesia Madre para 1902) la Sra. Eddy dice: “Recomiendo que todo Científico Cristiano tenga este lema, — un escudo espiritual viviente y dador de vida contra los poderes de las tinieblas:

‘Grande no como César, manchado de sangre,
sino sólo tan grande como soy bueno’ ”.

Luego continúa: “El único éxito genuino para cualquier cristiano — y el único éxito que he obtenido — ha sido logrado sobre esta base sólida”.Message for 1902, pág. 14;

El autor de estas líneas fue el poco conocido David Everett, quien las escribió para un ejercicio de oratoria celebrado en su escuela, en 1791. Las últimas líneas dicen:

Estos pensamientos inspiran mi mente juvenil
para que sea yo el más grande de la humanidad;
Grande, no como César, manchado de sangre,
Sino sólo tan grande como soy bueno.

Es evidente que la Sra. Eddy creía que este lema de dos líneas transmite un mensaje de especial importancia para los miembros de su Iglesia, puesto que también lo incluyó en una carta que dirigió al Cuerpo de Conferenciantes de la Ciencia Cristiana, en la cual decía que este lema debía ser la consigna de los miembros de este cuerpo. Ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por la Sra. Eddy, pág. 248:3-6;

No se puede tomar posesión de la grandeza como un ejército toma posesión de una ciudadela —éste es un hecho que señala la Biblia. La palabra de Dios al profeta Zacarías refiriéndose a Zorobabel fue: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. Zac. 4:6; O, según la traducción de The New English Bible: “Ni por la violencia de las armas ni por la fuerza bruta, ¡sino por mi espíritu!” Sólo al expresar el espíritu de Dios, o el bien, podemos poseer el dominio que viene con la verdadera grandeza. Tal dominio se obtiene cuando comprendemos que el gobierno triunfante de Dios está presente gobernando sobre todo, incluso sobre nosotros mismos. David reconoció esto en su salmo de acción de gracias después de haber ganado varias batallas contra los filisteos y de haber sido salvado de la ira de Saúl: “Dios es el que me ciñe de fuerza, y quien despeja mi camino”, fue su canto. Y más adelante agregó: “Tu benignidad me ha engrandecido”. 2 Sam. 22:33, 36;

Esta grandeza espiritual satisface y es permanente cuando se la obtiene — es la antítesis del sentido humano de superioridad, el cual no satisface y es incierto, y que requiere el empleo continuo del poder de la voluntad humana y a veces hasta el derramamiento de sangre para mantenerlo.

El logro de dominio espiritual primero requiere que ejerzamos autoridad divina sobre nosotros mismos en lugar de esforzarnos por dominar a otros. La Sra. Eddy advierte: “La grandeza la logran sólo aquelos hombres y mujeres que se conquistan a sí mismos al subordinar completamente el yo”.Miscellany, pág. 194; De ahí la importancia de educar a temprana edad la “mente juvenil” para que sea disciplinada — gobernada por la Mente divina en lugar de por la fuerza ciega de las emociones mortales egoístas y los deseos físicos.

Los peores enemigos de una persona son los de su propia mentalidad mortal — las cualidades depravadas de la voluntad propia y la pasión. A menos que subordinemos estos poderes engañosos, corremos el riesgo de que se oculten en los oscuros escondrijos del pensamiento para salir a luz repentinamente. Si se les deja el camino libre, estos rasgos negativos engendran el desprecio de sí mismo al igual que destruyen todo el respeto que los demás pudieran haber tenido previamente por nosotros. La única defensa segura es identificarse a sí mismo exclusivamente con la bondad de Dios y mantener una vigilancia constante para cerciorarse de que sólo Sus cualidades tienen dominio sobre nosotros. Nunca es demasiado pronto en la vida para empezar a establecer en nosotros mismos esta regla tan importante de la ley divina, ni podemos laborar con demasiada asiduidad para mantenerla después.

Este dominio espiritual sobre el yo está al alcance de todo hombre y mujer. Puede lograrse por medio de la aplicación de las leyes del cristianismo científico, el que mantiene que cada individuo es verdaderamente el hijo espiritual de Dios, está gobernado por Él y refleja la sustancia del Espíritu infinito. Partiendo de esta base del Principio divino en la que el universo y el hombre se reconocen como la expresión eterna de Dios, el bien, manifestando las cualidades sublimes de la Vida, la Verdad y el Amor eternos, podemos proceder con confianza a establecer la regla de la bondad en nuestro pensamiento.

Cristo Jesús mostró el camino para poner en práctica esta verdad cuando en el desierto fue tentado momentáneamente por el diablo a que usara métodos mundanos para dominar al mundo. “Vete, Satanás,” fue su rápida respuesta, “porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. Esta respuesta tenía autoridad divina y no fue resistida. El relato continúa: “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”. Mateo 4:10, 11.

La lucha por demostrar la supremacía del bien espiritual en nuestro pensamiento individual requiere dedicación, pero la victoria de lo que es correcto está asegurada porque, según lo muestra la Ciencia Cristiana, lo cierto es que ya está establecida. Este entendimiento fortalece nuestros esfuerzos. Y en la proporción en la que nos acercamos a este punto de dominio estamos preparados para asumir las responsabilidades que tal grandeza verdadera puede traer, y podemos cumplirlas para beneficio de la raza humana.

La prueba de nuestra grandeza verdadera otorgada divinamente aparece en la medida en que respondemos a la supremacía de Dios. La omnipotencia de Dios no puede ser usurpada ni compartida, sino que según la reconocemos demostramos que la reflejamos, y éste es un objetivo digno de ser logrado. La ambición de llegar a ser “el más grande de la humanidad” se edifica al saber que la grandeza se obtiene mediante la demostración de la bondad que viene de Dios — y esta bondad está al alcance de todos.

La grandeza que el mundo concibe puede ser un pináculo solitario, lleno de temor a que se derrumbe. Pero la galería de la fama espiritual, que se logra paso a paso a través del desarrollo de nuestra verdadera naturaleza como expresión de Dios, es un lugar amplio que todos podemos y debemos compartir.

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