El hecho de haber trabajado en un comité político me enseñó la importancia de votar. De la Ciencia Cristiana aprendí cómo debía encarar este acto con entendimiento espiritual.
No todos tienen la oportunidad de estar en contacto tan directo con la política como lo estuve yo. Posiblemente pocos habrán conocido personalmente a alguien que perdió una elección en una gran ciudad por sólo seis votos. Mi amigo me dijo que al día siguiente de la elección, mientras recorría a pie la corta distancia que lo separaba de su oficina, había encontrado a un total de ocho hombres que conocía, amigos suyos unos, otros simplemente conocidos. Todos se habían detenido a hablar con él, a expresarle cuánto lamentaban el resultado, y a disculparse por la dejación de no haber ido a votar. Todos habían pensado votar por él. Pero los ocho habían estado demasiado ocupados. La apatía, en este caso, había cobrado su precio: un hombre público meritorio se había visto privado probablemente de la oportunidad de prestar sus servicios como funcionario público.
La Sra. Eddy escribe: “Muchos son los que duermen cuando debieran estar despiertos y despertar al mundo”.Message to The Mother Church for 1902, pág. 17; La apatía es, tal vez, una de las armas que la mente carnal usa con más frecuencia, una influencia secreta que podría llegar a ser muy eficaz contra el gobierno democrático si no se está alerta para anularla. Quienes tenemos el inapreciable privilegio de participar en el gobierno mediante elecciones libres debemos esforzarnos por resistir el magnetismo animal, o sea, la creencia en una mente maligna, el cual quisiera inducirnos a la apatía y adormecernos.
La gratitud por nuestra libertad debiera mantenernos dispuestos a ejercer nuestro derecho a votar y, así, en última instancia, proteger nuestra libertad para hacerlo. En noviembre de 1908, el diario Boston Post publicó lo siguiente: “La Sra. Mary Baker Eddy ha creído siempre que quienes tienen derecho a votar deben hacerlo, y siempre ha creído que en estos asuntos nadie debe tratar de dictar las acciones de los demás”. Citado por Mary Baker Eddy, The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 276; La Ciencia Cristiana defiende los derechos del individuo: su derecho a pensar y a elegir por sí mismo. Además, sus enseñanzas destacan la importancia de tornarse a Dios en busca de las soluciones para cualquier clase de problema.
A medida que nos esforzamos más y más por escuchar la dirección divina, vamos dejando de lado muchas opiniones preconcebidas y abandonamos viejas formas de pensar y pautas del razonar humano. Además, vemos que nos vamos aferrando cada vez menos a las personas y escuchamos menos a aquellos que quisieran “tratar de dictar las acciones de los demás”. Este saludable cambio de actitud influye en nuestras ideas políticas y en nuestra elección de los candidatos, así como en todo lo demás.
Cuando era yo una estudiante relativamente nueva en la Ciencia Cristiana y estaba todavía envuelta en la política, me encontré frente a un problema que creía insuperable. Alguien a quien yo conocía bien era candidato a un cargo de mucha importancia. Lo respaldaba una organización política notoriamente corrupta. Casi a diario, y durante varias semanas antes de la elección, me parecía como si esta pregunta ¿por quién votarás? me fuera hecha en voz alta en lo más profundo de mi ser. Traté muchas veces de acallar esta pregunta con respuestas como: “Siempre he votado por la lista completa del partido” o “Ser desleal al partido es inconcebible”, pero de nada me servía.
Llegó el día de la elección. Me paseaba de allá para acá orando y luchando con un sentido personal de partido, de candidato y de pasadas asociaciones. Finalmente la respuesta vino clara e inequívoca, y con ella una completa liberación: “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre”.Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sección 1;
Esta afirmación de la Sra. Eddy se convirtió para mí en el criterio perfecto que debía usar para votar. ¡Qué desafío tan inspirador! “Ni la animadversión” para con la oposición, “ni el mero afecto personal” por el candidato o partido de nuestra elección.
La animosidad puede compararse a un árbol, con raíces profundas en el odio, cuyas ramas dan los frutos del prejuicio en sus distintas formas: prejuicio racial, étnico, intelectual, social, religioso. La animosidad va acompañada de una profunda ceguera. El votante motivado por ella ve oscurecida su capacidad para discernir claramente los asuntos que se le plantean.
“Mero afecto personal”. Este instrumento del error probablemente ha ganado más elecciones de las que podríamos calcular. Pero también se le puede comparar a un árbol profundamente arraigado en el culto idólatra de la personalidad humana. Sus ramas dan los frutos de la idolatría: prestigio mortal, encanto, atracción seductora. Su motivo puede ser encubrir el error y oscurecer la verdad a fin de ganar la elección sea como sea. La atracción seductora puede defraudar a los votantes.
En la Biblia leemos que el niño Samuel aprendió a escuchar y a distinguir la voz de Dios que le hablaba. Samuel llegó a ser profeta y fue enviado por Dios a encontrar a aquel que llegaría a ser un gran monarca. Leemos en el Primer Libro de Samuel cómo Isaí mandó que siete de sus hijos pasaran ante el profeta, pero Samuel, confiando completamente en su intuición espiritual, supo que no había visto aún al futuro rey. Isaí admitió entonces que tenía además otro hijo y mandó llamar a David, que se encontraba en el campo. “Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es”. 1 Sam. 16:12;
Comparar la elección de un funcionario público en nuestros días con la unción de un rey en los tiempos bíblicos bien puede parecer inapropiado. Sin embargo, los requisitos para una elección correcta son eternos: 1) no dejarse impresionar por el testimonio del sentido material, o sea, por la apariencia física, la personalidad o la atracción seductora; 2) no dejarse influir por prejuicios o nociones preconcebidas; 3) aprender a desarrollar la intuición espiritual; 4) escuchar la dirección divina.
Con todo, algunos dirán que en la escena política no se ven signos de un posible Rey David. Bien pueden agregar que casi todos (o incluso todos) los candidatos están lejos de poseer las cualidades por las que quisieran votar. ¿Qué hacer entonces? Una declaración de la Sra. Eddy ayuda a responder a este interrogante: “Desde el punto de vista humano del bien, los mortales primero tienen que escoger entre males, y de dos males escoger el menor; y al presente la aplicación de reglas científicas a la vida humana parece descansar sobre esta base”.Escritos Misceláneos, pág. 289;
¿Por quién votarás? Todos podemos responder a esta pregunta afirmando la verdad inmutable acerca de nuestro ser. Nuestro voto será entonces el resultado de vernos como hijos de Dios, como expresiones del Principio y como ideas de la Mente. Al afirmar que la identidad espiritual es nuestro único ser seguiremos progresivamente esa intuición espiritual pura y santa que expresó el discípulo Pedro cuando su percepción del Cristo mereció la bendición de Cristo Jesús: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Mateo 16:17.
Cuando sabemos que realmente hemos escuchado la dirección de la Mente divina, actuamos de acuerdo con esa orientación.