Mi verdadera identidad y la tuya
viven cual límpidas gotas en el infinito mar
del bien espiritual — en Él, que llena la inmensidad.
Cada uno de nosotros, hijo es de Dios; en Él descansamos,
rodeados de la sustancia del Espíritu, sostenidos
en la luz y en el calor del Alma, jamás tocados por el pecado.
Y el dolor y la tristeza se desvanecen y desaparecen
cuando nos contemplamos reflejando a la Mente,
y encontramos al hombre perfecto en Dios, el abrigo
donde el Amor, el Padre-Madre, llena todo el espacio.
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