Mi verdadera identidad y la tuya viven cual límpidas gotas en el infinito mar del bien espiritual — en Él, que llena la inmensidad. Cada uno de nosotros, hijo es de Dios; en Él descansamos, rodeados de la sustancia del Espíritu, sostenidos en la luz y en el calor del Alma, jamás tocados por el pecado.
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