Dios lo incluye todo. El Principio divino único incluye todas las ideas y todas las actividades. Esta totalidad incluye solamente lo real y verdadero. La infinitud de la realidad espiritual, por su misma naturaleza, tiene que incluirlo todo.
El pensamiento humano, sin embargo, a medida que busca la realidad y deja tras de sí sus limitaciones e ignorancia, involucra un proceso de inclusión y exclusión. Debemos incluir los conceptos y actividades que nos llevan hacia la bondad de Dios y excluir los que nos alejan del bien. Mas, a veces, entramos en ciertas fases de exclusivismo que pueden ser perjudiciales tanto para el individuo como para la sociedad. Las prácticas monopolísticas a menudo suelen clasificarse en esta categoría perjudicial.
Si bien la inclinación a monopolizar es intensa en el pensamiento humano, su naturaleza nociva puede ser enfrentada eficazmente con verdades metafísicas. Los aspectos erróneos del ejercicio de un monopolio tienen su raíz en la importancia que se asigna a los controles personales y restrictivos que tienden a expandir las oportunidades de un solo individuo a expensas de los demás. A fin de terminar con los elementos monopolísticos generales del pensamiento tenemos que comenzar por eliminarlos primero de nuestra propia vida. A medida que discernimos con más certeza que la Mente lo incluye todo, esta verdad armonizará con la sana práctica la exclusión que sea legítima en la experiencia humana. Y nos capacitará para eliminar de nuestra vida las fases inapropiadas de exclusivismo.
Por ejemplo, ¿nos hemos encontrado a veces absorbiendo todo el tiempo y el pensamiento de otros? ¿Hemos excluido de sus vidas las oportunidades provechosas que tendrían si pudieran expandir sus actividades y su círculo de amigos? Si nos encontramos absorbiendo la vida de los demás, tal vez lo que necesitemos sea liberarnos de esa tendencia posesiva. Nuestro amor por la unicidad del Principio y su completa solicitud por su creación nos libera de monopolizar la vida de los demás y los libera a ellos de esa subordinación.
A veces, la errónea propensión humana monopolística parece encontrar tierra fértil en las actividades de la iglesia. Pero las cizañas del control personal se ven privadas de su poder para desarrollarse cuando comprendemos que la expresión verdadera de Iglesia no está gobernada por personalidades, sino que se basa en el Principio divino.
La Sra. Eddy señala el camino para anular las pretensiones de la dominación personal en la iglesia al revelar que la esencia espiritual de la Iglesia — su naturaleza esencial — tiene su raíz en el Principio y no en las personas. En el Glosario del libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy define la verdadera naturaleza espiritual de “Iglesia” como “la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.Ciencia y Salud, pág. 583; Cada miembro de la iglesia, sin excepción, debiera ser bendecido con la oportunidad de contribuir, participar y crecer en su iglesia.
Un aspecto vital de la misión de la Iglesia de Cristo, Científico, es el ministerio de la curación. El talento para curar se encuentra libremente disponible para todos los que han descubierto en sí mismos un profundo y creciente amor por Dios y por el hombre. No existen restricciones legítimas capaces de excluir del trabajo de curación a quienes son fieles al Principio divino. Ninguna falsa doctrina teológica que restringiría la curación a la corta época de la era de Cristo Jesús puede impedir la actividad actual de un sistema de curación confiable y efectivo. La Sra. Eddy escribe: “Al curar al enfermo y al pecador, Jesús puso de manifiesto que el efecto sanativo resultaba de un entendimiento del Principio divino y del espíritu del Cristo que gobernaba al Jesús corpóreo. Para este Principio no hay dinastía, no hay monopolio eclesiástico”.ibid., pág. 141;
Es natural que quienes se encuentran en el ministerio público de la curación de la Ciencia Cristiana se regocijen por el progreso de otros miembros de la iglesia que desean desarrollar y ejercer su capacidad inherente para la curación, y que les den debido aliento.
Ciertamente, ningún practicista debiera intentar, a sabiendas, monopolizar el ministerio de la curación. ¿Pero no contribuimos acaso a ello, inadvertidamente, algunas veces? ¿No hemos asumido a veces la actitud de que nuestro propio trabajo de curación era mejor que el de otro practicista, estimando así que sus demostraciones del Cristo eran limitadas, en lugar de dar nuestro sincero apoyo al mejoramiento general de la práctica de la curación por la Ciencia Cristiana?
¿O no hemos, tal vez, mantenido nuestros honorarios de tratamiento en un nivel tan bajo que nuevos practicistas que hubieran necesitado contar con ese ingreso para su sustento, quedaron, en efecto, excluidos de la práctica? La Sra. Eddy nos da una clara orientación — tanto en la letra como en el espíritu — en una sección titulada “No monopolizar” del Manual de La Iglesia Madre: “Ningún Científico Cristiano deberá esforzarse por monopolizar la obra curativa en una iglesia o localidad con exclusión de los demás; pero todos los que comprendan las enseñanzas de la Ciencia Cristiana tienen el privilegio de dedicarse a esta obra sagrada, y ‘por sus frutos los conoceréis’ ”.Man., Art. VIII, Sec. 30;
Los Científicos, Cristianos contemplan con profunda gratitud las incipientes indicaciones que demuestran que otros cristianos comienzan a recurrir a Dios como la fuente de curación. A medida que el pensamiento humano comience a emerger del monopolio médico tradicional, la humanidad contará con más oportunidades para explorar vías espirituales de curación y, por último, para descubrir el omnipotente poder curativo del Amor divino. Todos compartirán la convicción del profeta: “Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza”. Jer. 17:14;
La Sra. Eddy estableció conceptos y orientaciones necesarios para proteger su Iglesia y el ministerio de la curación. Vislumbró que peligros tales como las prácticas monopolísticas serían una amenaza para su país. Al prevenir a sus seguidores, señaló en un mensaje a La Iglesia Madre un rumbo corrector: elementos espirituales y éticos del pensamiento que contrarrestan la ambición desenfrenada. Ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 129:3-9.
En nuestros días quienes deseen curar las tendencias monopolísticas pueden comenzar por curarlas en su propia consciencia individual. Debemos vigilar para asegurarnos de que estamos enteramente libres de esas prácticas en nuestras relaciones con los demás. Podemos tratar sinceramente de demostrar que el bien lo incluye todo en nuestra obra de curación y en las actividades de la iglesia. Y podemos comenzar a desarrollar una base espiritual de inclusión que cree una atmósfera de oportunidades no restringidas.
La práctica de la curación cristiana, la vitalidad de la iglesia y el desarrollo de relaciones armoniosas son esenciales para el progreso de la humanidad. En la medida en que individualmente nos liberamos de prácticas monopolísticas en estos campos de acción, el efecto sanador se extenderá para bendecir a la sociedad en otras esferas también.