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Durante todo nuestro matrimonio la Ciencia Cristiana ha combatido...

Del número de julio de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante todo nuestro matrimonio la Ciencia Cristiana ha combatido y vencido muchos desafíos. La comprensión de que Dios está siempre presente nos ha sostenido continuamente en la curación de enfermedades contagiosas de nuestros dos hijos, en cuestiones de ingresos y de provisión, de hogar y empleo.

Hace algún tiempo estaba derribando una vieja cerca de madera en el fondo de nuestra casa. El poste de madera ya podrida que la sostenía se derrumbó con el primer golpe de hacha y yo caí pesadamente sobre las maderas amontadas alrededor del poste. Cuando me levanté vi con asombro que de mi mano izquierda colgaba un trozo de madera sujeto a un clavo oxidado que se me había incrustado en la muñeca. Me aferré firmemente al hecho de que Dios no sabe nada de accidentes. Extraje el clavo y oré para reemplazar la creencia de infección con la pureza de la bondad de Dios y mi reflejo de esa pureza. Después de lavarme las manos manchadas de pintura con gasolina, le pedí a mi esposa que orara por mí.

Si bien estaba firme en mi deseo de curar esto por medio de la Ciencia Cristiana y confiaba en el poder de Dios, no podía eliminar el temor de mi pensamiento, así que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Ella me aseguró que este incidente jamás había ocurrido bajo el gobierno bueno de Dios y que no me había ocurrido a mí, la perfecta expresión de Dios. Esa noche llamé nuevamente a la practicista, pues había cierta rigidez e inflamación y parecía una torcedura de la muñeca, además de la herida. Su categórica afirmación de la verdad, de que yo era una idea perfecta, espiritual y pura, llenó mi perturbado pensamiento. Sentí un gran consuelo con las palabras en 1 Juan (4:18): “El perfecto amor echa fuera el temor”.

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