Es imposible enumerar las bendiciones que he recibido por medio del poder sanador de la Ciencia Cristiana durante más de sesenta años.
Cuando era niña, me caí, lastimándome una de las rodillas. Se me infestó, y el veredicto del médico de la familia fue que era necesario realizar una intervención quirúrgica. En esa época mi mamá había conocido a una estudiante de Ciencia Cristiana. El médico fue al hospital para hacer los arreglos, pero mamá y la amiga que era Científica Cristiana me preguntaron si consentiría en dejar que un practicista de la Ciencia Cristiana orara por mí. Con infantil fe pregunté por qué no podíamos orar allí mismo en casa. Me explicaron el papel sagrado que cumplen los practicistas de la Ciencia Cristiana, y dí mi consentimiento. El tratamiento empezó inmediatamente.
Cuando el médico volvió para llevarme al hospital, se me había hinchado la rodilla y él exclamó: “¡Oh, esto es un milagro!” La hinchazón se abrió y drenó sin ninguna atención médica. El poder de la oración a través de la Ciencia Cristiana me había sanado.
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