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¡No sabes fracasar!

Del número de diciembre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me sentía desanimado al presentarme a un examen de admisión en una universidad. Los resultados del mismo determinarían si estaba calificado para asistir a una clase a nivel universitario o a una clase para corregir y mejorar mi inglés.

En la primera parte de la prueba no tuve ninguna dificultad, las palabras eran fáciles de definir. Pero a medida que procedía, las definiciones eran más difíciles; no lo estaba haciendo muy bien.

A pesar de que teníamos un tiempo determinado para la prueba, hice una pausa y oré para que Dios me guiara. Le pedí a Dios que me dijera lo que yo necesitaba saber. Casi inmediatamente el título de este artículo me vino al pensamiento. Me pregunté: ¿Por qué no sé fracasar? Porque el hombre de Dios refleja la inteligencia divina, fue la respuesta. Comprendí que el hombre de Dios era mi verdadera identidad, y la de todos.

La Sra. Eddy claramente relaciona la inteligencia con Dios en su inspirada definición de Dios, que nos da en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: “El gran Yo soy; el que todo lo sabe, todo lo ve, que es todo acción, sabiduría y amor, y que es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; todo sustancia; inteligencia”.Ciencia y Salud, pág. 587;

¿Cómo puedo usar esta inteligencia divina? me pregunté al continuar con mi oración en silencio. La respuesta fue instantánea: afirmando mi habilidad para expresarla, reconociendo su presencia y actividad en mi consciencia. Mientras meditaba esto y trataba de ponerlo en práctica, el tiempo y la presión se desvanecieron.

Pensé que una manera de afirmar mi derecho a expresar la inteligencia divina era comprender que Dios es la autoridad que sostiene a la inteligencia. Dios es inteligencia; por consiguiente, el hombre es inteligente. Dios es todo sabiduría; por consiguiente, el hombre, como manifestación de Dios, expresa sabiduría. La Sra. Eddy dice en el libro de texto: “Sólo la Mente posee todas las facultades, la percepción y la comprensión”.ibid., pág. 488; Sabía que esto era verdad y que al comprenderlo eliminaría la ansiedad y la confusión.

Entonces Daniel, de quien leemos en la Biblia, me vino al pensamiento. Él estaba enfrentando una situación muy difícil, una prueba de su lealtad. El rey había firmado un edicto que establecía que nadie podía orar a ningún dios u hombre fuera del rey por espacio de treinta días. Pero Daniel se mantuvo firme en su lealtad al único Dios. Al elegir ser fiel a Dios y no a un falso sentido de bienestar personal, demostró que Dios es quien sostiene al hombre y que el hombre está exento de fracaso o daño. Después, el rey Darío promulgó un decreto: “Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos”. Dan. 6:26;

Daniel, a quien se refiere este relato, es un personaje del Antiguo Testamento. Él antecede a Jesús en la historia, pero no antecede al Cristo, que Jesús representó tan completa y fielmente. El Cristo, la Verdad, siempre ha existido. La Sra. Eddy nos dice: “El Cristo es la idea verdadera, proclamando el bien, el mensaje divino, que viene de Dios a los hombres, hablando a la consciencia humana. El Cristo es incorpóreo, espiritual, — es la imagen y semejanza divina, que disipa las ilusiones de los sentidos; el Camino, la Verdad y la Vida, sanando enfermos y echando fuera males, destruyendo pecado, enfermedad y muerte”.Ciencia y Salud, pág. 332.

Mi entendimiento del Cristo, la Verdad, afirmado por la espectacular experiencia de Daniel, destruyó mi sentimiento de falta de habilidad. Volví a mirar las palabras difíciles. Mientras analizaba la primera, me di cuenta de que la Sra. Eddy la usaba en Ciencia y Salud. Recordé una frase con esa palabra. Pensé en el significado según el contexto en que ella la usaba. Se me ocurrió una definición. Miré las definiciones de la hoja en que debía responder y una de ellas era idéntica a la que yo había pensado. Casi todas las otras palabras del examen habían sido usadas por la Sra. Eddy. Procedí con cada una de ellas como lo había hecho con la primera y terminé la prueba dentro del tiempo asignado.

¿Qué trajo la solución? ¿Habían cambiado las palabras? No. ¿Había empezado a funcionar mejor un cerebro material? No. Al igual que Daniel, yo había orado. Había dejado caer la carga del problema y buscado paz mediante el reconocimiento de mi unidad con la inteligencia divina. Al afirmar que podía lograr todo el bien a través del Cristo, dejé de depender en la habilidad humana o en la así llamada capacidad intelectual. Al reclamar mi derecho de expresar la inteligencia divina, había establecido la verdadera base de la inteligencia, y se manifestó la solución.

No podemos esperar que nuestras oraciones sean eficaces en una situación como ésta si no hemos hecho -nuestra tarea. Pero en mi caso no había sido pertinente estudiar formalmente, ya que el examen fue preparado para evaluar lo que había aprendido en el transcurso de varios años.

Pero había hecho mi tarea. Con el correr del tiempo había estado aprendiendo más acerca de Dios y del parentesco del hombre con Él. Había estado afirmando que el hombre refleja la inteligencia de Dios. Había orado, sabiendo que esta inteligencia no podía ser elaborada por el hombre, sino sólo reflejada naturalmente. Sabía que estaba disponible para ser demostrada.

Si tropezamos con el alegato de que la inteligencia puede perderse o que no podemos aprovecharla, debemos orar para liberarnos de esa barrera. Podemos negar el razonamiento aceptado generalmente que aduce que la inteligencia está en la materia o en el cerebro. No puede haber nada bueno en la materia, porque todo el bien procede de Dios. Dios no está en la materia. Él no conoce la materia, porque la materia no existe en el reino infinito del Espíritu. La materia es un sueño, un sentido equivocado de lo que es la sustancia, y alardea ante nosotros pretendiendo que la tomemos como realidad. Sin embargo, si entendemos que Dios, y no la materia, es la fuente de la inteligencia, no podemos fracasar. La inteligencia es parte de nuestro ser verdadero. Nos pertenece por siempre. No se nos puede quitar, ocultar, negar, perder ni limitar.

A medida que por medio de la oración afirmamos estas verdades, ellas nos dan las herramientas para solucionar problemas, a veces de modos inesperados. Yo no tenía idea cuando entré en el salón de clase que los escritos de la Sra. Eddy desempeñarían un papel tan importante en el trabajo que hice en el examen. Cuando se anunciaron los resultados del mismo, mi puntaje estaba en el diez por ciento de las notas más altas. Como hacía más de doce años que no estudiaba, un administrador se sorprendió muchísimo por mi alto puntaje. Pero yo sabía que el crédito pertenecía a la Mente.

Todos enfrentamos pruebas diariamente. Algunas pueden parecer no tener mucha importancia, mientras que otras suponen tener gran importancia. Pero cada una de ellas nos da una oportunidad para demostrar lo que estamos aprendiendo acerca de Dios, de Su Cristo y del hombre. En verdad, el hombre ¡no sabe fracasar!


Levantad en alto vuestros ojos,
y mirad quién creó estas cosas;
él saca y cuenta su ejército; a todas llama
por sus nombres; ninguna faltará;
tal es la grandeza de su fuerza,
y el poder de su dominio.

Isaías 40:26

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