Dios, el bien, gobierna el universo, y en el reino de Dios el mal es desconocido. Por consiguiente, una guerra nunca está de acuerdo con la ley de Dios. Si todos obedecieran a Dios y Sus mandamientos, habría paz perpetua. Pero en tanto que la gente ignore la omnipotencia de Dios y actúe según su propia voluntad, es posible que no se vea preservada de los conflictos.
Hace más de tres mil años Moisés llamó la atención a los hijos de Israel sobre hechos similares. Después que les hubo dado los Diez Mandamientos, les hizo ver claramente que todo les saldría bien si obedecían estos Mandamientos, pero que si se desviaban de ellos podían esperar calamidades. Les dijo: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”. Deut. 30:19; Y estuvo en lo cierto pues la historia muestra que todo les marchó bien en tanto que obedecieron a Dios, pero cuando lo negaron para servir a dioses terrenales, se privaron de Sus bendiciones, y pasaron por grandes aflicciones.
Fue Cristo Jesús quien, mediante sus obras, ilustró claramente cómo el reino de los cielos podía establecerse en la tierra. En su Sermón del Monte explicó que el amor es la clave para un perfecto reflejo del Padre perfecto (véase Mateo 5:43–48). Y posteriormente dijo a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Juan 13:34; El amor a la manera del Cristo que expresamos hacia nuestro prójimo ciertamente cumple los mandatos mosaicos. Si este nuevo mandamiento del Maestro fuera persistentemente obedecido, estableceríamos el cielo en la tierra.
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