Imagínese por un momento que usted formaba parte del personal de la casa de Jairo cuando la hija de él falleció. Cuando Jesús llegó a esa casa, encontró a los dolientes lamentando la muerte de la niña de la manera acostumbrada en esa época. Al no comprender la gente la convicción que tenía Jesús acerca de la irrealidad de la enfermedad y el pecado, se burlaban del Maestro, y Jesús vio que era necesario echarlos fuera de la casa. Ver Marcos 5:22–24, 35–42.
¿Se le hubiera permitido a usted permanecer y atestiguar la victoria sobre la muerte, como lo fueron los padres de la joven y también Pedro, Jacobo y Juan? ¿O hubiera el Maestro tenido que despedirlo junto con los demás? ¿Hubiera usted apoyado la curación contribuyendo a una atmósfera de paz y confianza, o hubiera sido necesario echar fuera su temor, materialismo o sensualidad como obstáculos a la curación?
Aunque no siempre estuvo bajo condiciones óptimas para su obra sanadora en cuanto a un ambiente mental que lo apoyara, Cristo Jesús sabía que Dios era bueno y supremo. Sin tener en cuenta el cuadro que los sentidos físicos pretendían presentar, la condición que debía ser encarada era la creencia en algo que Dios nunca creó. La diferencia entre la ciencia médica y verdadera curación cristiana como la practicaba Jesús, no es meramente una cuestión de método, sino de qué es lo que debe ser tratado. El Científico Cristiano no manipula la materia; reemplaza las creencias de la discordancia con la comprensión correcta de la perfección de Dios y del hombre. Puesto que tanto el problema como la solución son mentales, el estado de consciencia del paciente y los pensamientos de quienes le rodean son muy importantes. La Sra. Eddy se refiere a este clima mental favorable en Ciencia y Salud: “En la práctica médica se objetaría si un médico administrara un medicamento para contrarrestar los efectos de un remedio recetado por otro médico. Es igualmente importante en la práctica metafísica que las mentes que rodeen a vuestro paciente no actúen en contra de vuestra influencia expresando continuamente opiniones que pudieran alarmar o desalentar — ya sea dando consejos antagónicos o por medio de pensamientos inexpresados que reposen sobre vuestro paciente”.Ciencia y Salud, pág. 424.
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