“¡Dios es mi vida!”
Esta verdad debe reconocerse diariamente, cada hora, no sólo en momentos de extrema necesidad o temor. Este reconocimiento significa rendirse ante la ley de la Vida, Dios, que todo lo abarca, que protege y salva al hombre. Aun después que una gran necesidad ha sido solucionada, es sabio examinar esta poderosa verdad para ver por qué un reconocimiento del origina divino de la vida tiene tal impacto.
Toda acción verdadera se origina en Dios. La actividad divina actúa como una ley que gobierna todo aspecto de la vida. “Pero, ¿qué decir acerca de la acción irregular que resulta en enfermedad, o en inacción que causa la muerte?”, puede uno preguntarse.
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