“¡Dios es mi vida!”
Esta verdad debe reconocerse diariamente, cada hora, no sólo en momentos de extrema necesidad o temor. Este reconocimiento significa rendirse ante la ley de la Vida, Dios, que todo lo abarca, que protege y salva al hombre. Aun después que una gran necesidad ha sido solucionada, es sabio examinar esta poderosa verdad para ver por qué un reconocimiento del origina divino de la vida tiene tal impacto.
Toda acción verdadera se origina en Dios. La actividad divina actúa como una ley que gobierna todo aspecto de la vida. “Pero, ¿qué decir acerca de la acción irregular que resulta en enfermedad, o en inacción que causa la muerte?”, puede uno preguntarse.
La acción anormal o inacción no es una condición de la Vida divina. Procede de una creencia errónea de que la materia es la fuente de la vida. Esta creencia errónea es la mente carnal, que la Biblia define como “enemistad contra Dios”. Rom. 8:7. La enfermedad es un estado subjetivo de esta mente carnal.
La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) que este sentido material de la vida, limitado a los confines impuestos por el nacimiento y la muerte, no tiene realidad alguna, sino que es una falsificación de la vida verdadera, que se encuentra en Dios.
La Mente divina es la sustancia de la Vida divina, que impulsa la acción que sostiene toda vida. Esta acción es el fluir e ímpetu constantes del Amor divino. Los impulsos del Amor no se basan en la química material. Son totalmente espirituales.
Cuando se hace una distinción entre el sentido espiritual de la Vida y los ficticios impulsos materiales que pretenden producir las actividades de la vida, entonces se empieza a comprender que la vitalidad de la Vida no puede reducirse o extinguirse. No puede ser obstruida o detenida, ya que la actividad es espiritual y, por lo tanto, eterna.
Debido a que el estado de la experiencia de cada uno es la manifestación de su propio pensamiento, es importante aceptar este concepto espiritual de la Vida como la realidad científica. Entonces la ley divina de la Vida se manifiesta individualmente como energía mental, salud y bienestar.
La mayoría de las personas piensan en el cuerpo material como el transportador de la vida. Cuando las funciones del cuerpo se paralizan u obstruyen, la gente cree que su vida ha sufrido deterioro o que está en peligro. Cuando uno considera que la vida es una fuerza o energía que se expresa por medio de un cuerpo material, es fácil ver por qué se llega a esa conclusión. De tales falsas conclusiones se puede también ver cómo se atribuye a las condiciones materiales los estados de inactividad o el mal funcionamiento del cuerpo. Pero si uno comprende que las manifestaciones discordantes del cuerpo no son producidas por condiciones materiales, sino por haber aceptado la premisa de que hay vida en la materia, entonces se ha aislado la causa de la enfermedad en donde puede ser tratada eficazmente: en el pensamiento.
Ahora bien, el reconocer que la causa de la enfermedad tiene su origen en la manera de pensar basada en lo material, de ningún modo quiere decir que la curación radica en un tratamiento de mente sobre materia. Pensamientos erróneos proceden del falso concepto de que el hombre está separado de Dios, la vivificadora Mente divina. Esta Mente y su manifestación — el hombre y el universo — son inseparables. Esto explica por qué el recurrir sinceramente a Dios y declarar que El es la única Vida, la Vida del hombre, saca a luz la ley espiritual redentora que destruye pensamientos estancados, y sana las funciones corporales paralizadas.
Por ejemplo, se dice que el corazón material es el órgano vital del cual depende la vida. Las creencias materiales dicen que el corazón es un músculo gobernado por impulsos y condiciones materiales. Pero la Ciencia Cristiana nos enseña que la acción del corazón, tanto como las acciones de todo el cuerpo, proceden del pensamiento. Es el pensamiento discordante lo que produce la acción discordante.
Ya sea que podamos discernir la discordancia como nuestro propio pensamiento o como el pensamiento del mundo acerca de alguna enfermedad o condición determinada, el cuerpo de una persona responde al pensamiento que se ha aceptado como propio. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “Como el cuerpo mortal no es sino el estado objetivo de la mente mortal, esta mente debe ser regenerada para mejorar el cuerpo”.Retrospección e Introspección, pág. 34.
¿Cómo puede la regeneración del pensamiento cambiar la acción del corazón? Primero, debemos apartar nuestra atención del cuadro que presenta al corazón como un músculo material del cual depende la corriente de vida. La Ciencia Cristiana enseña que el Amor divino es la fuente de todo impulso y acción: de toda vida. La verdadera condición de la vida no depende de un músculo material, sino del Amor siempre activo.
“Dios es mi vida” acepta la inamovible naturaleza del Amor divino. A medida que la mente humana despierta a la comprensión de esta realidad espiritual, cede al Amor divino para estar bajo la ley y la acción que gobiernan hasta el estado objetivo de la mente mortal llamado corazón físico. Este despertar y ceder al Amor divino único, la Mente, renueva el pensamiento.
El tratamiento de una deformidad, y el del mal funcionamiento del organismo, coinciden con la verdad de que el hombre, como la expresión de Dios, no puede manifestar nada desemejante a El: nada que Dios no exprese. Si “Dios es mi vida”, entonces las formaciones de la vida tienen su estructura en el Espíritu, Dios, no en la materia. Las formaciones del Espíritu, no las estructuras materiales o las deformidades, son las únicas realidades de la Vida.
La Sra. Eddy nos dice: “La realidad espiritual es la verdad científica en todas las cosas. La realidad espiritual, repetida en la acción del hombre y de todo el universo, es armoniosa y es el ideal de la Verdad. Las realidades espirituales no están invertidas; la opuesta discordia, que no tiene semejanza con la espiritualidad, no es real”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 207.
A medida que la consciencia humana se imbuye de las realidades espirituales acerca de la vida mediante la comtemplación de Dios como Espíritu, proyecta en el cuerpo un estado libre de deformaciones. De esta manera, el disolvente del Amor divino disuelve las feas protuberancias y las deformaciones que se derivan de lo opuesto del Amor: odio, temor, frustración.
Pude comprobar esto en cierta oportunidad cuando unas pequeñas y duras protuberancias aparecieron en el cuerpo de uno de mis hijos. Eran dolorosas y duraban varios días; luego desaparecían gradualmente para reaparecer en otra parte. La niña se sentía incómoda, y yo alarmada. Un miércoles en la noche cantamos en la iglesia un himno que dice: “Es el Amor el que sana asperezas”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.º 278.
De pronto percibí al Amor disolviendo todo lo que no tenía parecido alguno con la realidad espiritual. Fue un gran alivio el darme cuenta de que la curación no dependía de la habilidad de la niña para amar, o de la mía. Siendo Dios su vida, la curación vendría del amor de Dios. Tuve confianza absoluta en la capacidad del Amor divino para disolver cualquier creencia falsa.
Ese recurrir del todo a Dios como el Amor en realidad fue aceptar la fuente de la cual emanaba la vida de la niña. Las protuberancias desaparecieron rápidamente, y nunca más reaparecieron.
Cristo Jesús estaba consciente de la eterna presencia de Dios como la Vida, y demostró esta presencia en todos los aspectos de su experiencia. Sanó mal funcionamiento y deformidades del cuerpo, y restauró la salud perfecta a moribundos y a muertos. Dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10.
Sí, Dios es la vida del hombre. La ley divina de la Vida es la ley de la acción perfecta, que salva y sana a los individuos bajo cualquier condición adversa. A medida que uno recurre a esta ley, ella regula cada aspecto del pensamiento y de la actividad, incluso las condiciones corporales. De esta manera la vida humana va concordando cada vez más con la armonía divina.
