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Los otros nueve

Del número de noviembre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocemos muy bien al que regresó a dar gracias a Cristo Jesús. Pero otros nueve leprosos también fueron limpiados. Ver Lucas 17:11–19. No los conocemos tan bien. Me he preguntado acerca de ellos; me gustaría simplemente sentarme con esos hombres y charlar un poco. ¿Por qué no regresaron? ¿Qué pudo haber sido tan apremiante que no los dejó ver al Cristo sanador y decir simplemente gracias?

Supuse que éstas eran preguntas a las que el mundo, en realidad, jamás podría responder. Pero eso fue antes que me encontrara con algunos de esos hombres una mañana temprano. Bueno, los encontré de una manera única. Estaba estudiando el relato en la Biblia, moviendo la cabeza sin poder creerlo — con un poco de fariseísmo — hasta que vivamente recordé que la Biblia es mucho más que sólo un relato histórico. Sus lecciones espirituales son penetrantes; nos hacen discernir poderosamente nuestra propia vida. Fue entonces cuando me vi cara a cara con algunos de esos nueve.

En el día anterior, ¿cuántas veces había el Cristo, la Verdad, influido mi vida?

Muchas veces. Probablemente más de diez.

¿Y con cuánta frecuencia había yo regresado, y mentalmente postrándome rostro en tierra había dado gracias profunda, significativamente y de todo corazón?

Una vez, quizás.

Las caras de esos desconocidos empezaron a aparecer: un poco de negligencia no intencional; días ocupados; mucho por hacer; además, Dios sabía lo mucho que Lo amaba. Tal vez las cosas habrían salido bien de todas maneras. ¿Por qué mirar hacia atrás; no debiéramos siempre seguir adelante? Era algo tan pequeño, no lo suficientemente importante para suponer que la Verdad inmortal tenía que ver íntimamente con ello.

Tal vez más de lo que pensamos, todos vivimos vidas que precisamente ilustran las lecciones que enseña la Biblia. Y más de lo que comprendemos, nuestras vidas están maduras para dar fruto de lo que estas lecciones tienen para enseñarnos.

No es que deliberadamente quisiéramos evitar un reconocimiento de las maneras en que hemos sido bendecidos. Más bien es que, por naturaleza, la experiencia material siempre parece estar dirigiendo el pensamiento en otra dirección, y no hacia el Espíritu. No es que seamos desgraciados. Podría ser simplemente que no hemos aprovechado oportunidades específicas para reconocer cuán agradecidos realmente estamos. Y algunas veces ni siquiera hemos notado que Dios verdaderamente ha influido nuestra vida. El hombre que volvió hacia Jesús, tuvo que hacer ese descubrimiento; volvió solamente después de haber visto un cambio. “Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias”.

La mayoría de la gente supone que es obvio cuando se ha efectuado una curación. Probablemente sientan que no debiera haber ninguna dificultad en reconocerla. Pero no siempre vemos la curación — un aspecto especial de bien — cuando aparece en el horizonte de nuestra vida. ¿Cuál es la razón? La gente está tan acostumbrada a dejar que los sentidos materiales determinen la ocasión para la bendición de Dios. En otras palabras, los sentidos físicos establecen su propia definición de la curación, exactamente cómo ocurrirá. Entonces, si los hechos no ocurren como habíamos anticipado, o en el tiempo justo en que esperábamos que ocurrieran, puede que no veamos las señales de la curación.

En lugar de depender de los sentidos materiales para que ajusten nuestro punto de vista sobre cómo obrará Dios en nuestra vida, tal vez necesitemos orar con el deseo de obtener un sentido más espiritual sobre cómo Dios Mismo ha establecido nuestro bien. “Conócete a ti mismo”, nos recuerda la Sra. Eddy, “y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 571. Si hemos estado demasiado dedicados a proveer “la ocasión”, sería conveniente confiar más en el cuidado de Dios, y esforzarnos por ver si en alguna parte hemos pasado por alto la oportunidad para conocernos a nosotros mismos y para volver nuevamente a glorificar a Dios.

Desde aquella mañana en que me encontré con algunos de los otros nueve, los he comprendido un poco mejor. Tal vez tratemos de ser más compasivos con alguien cuando descubrimos que él ha pasado por lo que nosotros hemos tenido que enfrentar. Hemos estado allí. Conocemos el empeño, la lucha y el esfuerzo espirituales que algunas veces se requiere, las lecciones que hay que aprender.

Esos nueve me enseñaron una lección útil, una que trajo un cambio importante en mi vida. Espero que hayan seguido aprendiendo y progresando justamente como cada uno de nosotros tiene que hacerlo.

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