La Biblia revela la ley de Dios, la ley de la Vida. Esto es especialmente evidente en la vida y ejemplo de Cristo Jesús, quien dijo (Juan 6:63): “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Y en esta época, la verdad que él enseñó se hace absolutamente comprensible mediante la revelación divina de la Ciencia del Cristo a Mary Baker Eddy.
Algunas veces cuando pienso lo que todo esto implica, me digo: “Seguramente tienes un largo camino que recorrer”. Pero este pensamiento me alienta: “No somos mortales esforzándonos por ser perfectos algún día. En realidad, ahora mismo somos ideas inmortales de Dios”. Y armados con esta verdad podemos vencer diariamente un concepto falso acerca de nosotros mismos como mortales a medida que nos “[despojamos] del viejo hombre con sus hechos, y, nos [revestimos] del nuevo” (Colosenses. 3:9, 10). Al igual que un escultor, cincelamos los vestigios de creencias falsas hasta que el concepto verdadero sale a relucir.
Hace muchos años cuando comencé a estudiar Ciencia Cristiana, mis padres, que no eran Científicos Cristianos, estaban preocupados, porque había dejado de someterme periódicamente a exámenes físicos. Me advirtieron, diciéndome que estaba predispuesto a contraer una enfermedad hereditaria, diabetes. Les dije que yo iba a estar bien. Sin embargo, en mis oraciones no di atención específicamente al temor, el de mis padres por mí y el mío.
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