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Cuando era joven, siempre estaba buscando y buscando la razón de...

Del número de febrero de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando era joven, siempre estaba buscando y buscando la razón de la existencia. La carencia, la desdicha y la guerra parecían ser el tema de la época. ¿Era la existencia sólo una cuestión de la casualidad? ¿Cuál sería el propósito de todo eso?, me preguntaba a mí misma. La Biblia fue siempre un libro querido para mí. Me encantaba leer acerca de Cristo Jesús y de sus milagros, pero me parecían muy ajenos a la vida diaria. Un día oí hablar de la Ciencia Cristiana y de las curaciones que ocurrían como en los días de Jesús. ¡Estas curaciones se efectuaban por la simple lectura de un libro! Busqué este libro, Ciencia y Salud, por la Sra. Eddy, y por fin lo conseguí. Pensé ¡qué felicidad! Justamente lo que he estado buscando. El libro me pareció atrayente y muy satisfactorio, pues ofrecía una manera de vivir completamente nueva. Pensé mucho en ciertos capítulos, les dediqué mucho tiempo, y pronto vislumbré que el hombre es espiritual, aquí y ahora; que es la imagen de Dios mismo, no mortal ni material. Continué estudiando ¡y, qué regocijo, qué promesa! Este estudio y oración me abrieron el camino, revelándome el poder maravilloso de Dios.

Una mañana, mientras trabajaba, estaba utilizando un aparato eléctrico con una mano, y sin pensar, extendí la otra para cerrar una llave de agua que goteaba. Instantáneamente quedé apresada por la corriente eléctrica, y estuve inconsciente por un momento. Recurrí a Dios en mi necesidad, al Dios que estaba aprendiendo a comprender y a amar por medio de la Ciencia Cristiana. A través del ensordecedor ruido dentro de mí, me oí repitiendo: “Dios es mi Vida”. Después me vino al pensamiento: “Abre la mano”. Así lo hice, fui liberada de inmediato; el aparato cayó al suelo con estrépito. La señora a quien yo estaba atendiendo no se dio cuenta de lo que había sucedido, hasta que oyó el estrépito al golpearse el aparato, ya que yo estaba parada todo este tiempo por no poder soltarme de la llave de agua debido a la corriente. Me faltaba la respiración, pero pude rápidamente conectar otro aparato para terminar el trabajo que estaba haciendo. No tenía miedo pues sentí la presencia de Dios conmigo y estaba humildemente agradecida por mi liberación. Pronto me repuse, me calmé y le expliqué a mi clienta lo que había pasado. No sufrí ningún dolor ni hubo efectos perjudiciales. Comprendí mejor las palabras de Cristo Jesús (Lucas 10:19) “Y nada os dañará”.

Al atardecer, la clienta me visitó y, al verme, no pudo hablar. Finalmente me dijo: “Mi esposo, que es electricista, dice que nadie puede pasar por lo que usted pasó y seguir viviendo”. Le contesté que estaba muy bien y que había podido cumplir con todo mi trabajo.

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