Hace algunos años me molestaban muchas clases de malestares y dolores que parecían causar enfermedades de una o otra clase. En ese entonces yo no era estudiante de la Ciencia Cristiana, pero teníamos algunas amistades que lo eran. Además, recordaba que de pequeño había sabido de una tía mía que era practicista de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, me parecía que la Ciencia Cristiana era realmente cosa de mujeres y personas muy religiosas, no para mí.
Durante esa época vivíamos en Arizona, donde yo trabajaba para una compañía que fabricaba equipo de irrigación. Esto requería que viajara, así como que pasara tiempo en la oficina y con los clientes. Aunque yo sentía cariño por mi trabajo, siempre parecía que no estaba contento y frecuentemente surgían problemas físicos en una u otra forma.
Un domingo por la tarde enfermé gravemente y me llevaron inmediatamente a un hospital. Permanecí allí unos diez días para recibir tratamiento de lo que fue diagnosticado como úlceras sangrantes en el sistema digestivo. Al darme de alta, los médicos me informaron que habían hecho todo lo que entonces podían hacer por mí. Tendría que seguir dietas estrictas y tomar varias clases de medicamentos. También me advirtieron que el problema se repetiría, y que cuando eso sucediera, mi única esperanza sería llegar a un hospital a tiempo.
Varios meses después, mi esposa y yo fuimos con algunos de nuestros amigos a una convención del Club de Rotarios. Mientras mi esposa y su amiga, que era Científica Cristiana, andaban de compras, fueron a visitar una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, y mi esposa hizo allí varias compras. Más tarde, su amiga tuvo la amabilidad de prestarnos varios de sus propios libros para que los leyéramos, incluso un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. También nos invitó a asistir con ella a los cultos dominicales que un grupo de Científicos Cristianos celebraban en el pueblo en que vivíamos. Durante el primer culto al que asistí me sentí muy incómodo. Pero seguí asistiendo porque sabía que allí había algo que yo necesitaba aunque no lo podía definir.
Un domingo teníamos unas visitas que vivían fuera de la ciudad. Esa tarde tuve que contender con fuertes dolores, especialmente durante la cena, y finalmente tuve que pedir que me disculparan, y me retiré. Mi esposa me preguntó si quería pedir ayuda a un médico o a un practicista de la Ciencia Cristiana. Yo le dije: “¡Llama a un practicista, pero lo necesito ahora!” Un miedo intenso, así como dolor y dudas, me habían embargado. Me acosté mientras mi esposa trataba de comunicarse con un practicista. Sin embargo, ella no pudo encontrar al único que conocíamos, de modo que llamó a su amiga y le pidió apoyo. Empecé a leer el artículo religioso en un número del The Christian Science Monitor que nos había regalado esa misma amiga. Leí parte del artículo y también repasé lo que entendía de Dios por medio de la Ciencia Cristiana. Sólo estaba sintiéndome agradecido a Dios por las bendiciones que Él derrama sobre nosotros. Lo próximo que supe fue que me desperté de un sueño lleno de paz para encontrar que habían transcurrido varias horas. El dolor había desaparecido totalmente, y me sentía restablecido y bien.
Después de eso, mi esposa y yo continuamos asistiendo a los cultos religiosos de la Ciencia Cristiana y leíamos tanta literatura de la Ciencia Cristiana como podíamos a fin de progresar en nuestra comprensión de la Ciencia divina. También tuvimos la oportunidad de asistir a una de las reuniones celebradas como parte de la actividad conocida como “La meta sanadora de la Ciencia Cristiana”, durante la cual oímos muchas pláticas maravillosas, en especial una acerca de cómo vencer las pretensiones del magnetismo animal. Obtuvimos un mejor sentido de dirección en nuestro estudio de la Ciencia. Cuando fue necesario mudarnos a otro estado y a una ciudad más grande, buscamos una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, que quedara cerca de nuestra casa. Encontramos una que estaba a sólo tres kilómetros de distancia.
En los años que habían transcurrido desde mi primera curación había algo que continuaba molestándome. Sin embargo, no podía explicarme lo que era hasta que una noche desperté empapado de sudor por el miedo que sentía. Entonces me dí cuenta de que aunque las úlceras habían sido sanadas, el temor a que volvieran no había sido dominado. De hecho, una y otra vez había tenido sueños acerca de la enfermedad durante los años que siguieron a la curación. Esta vez me levanté, y en oración invertí este cuadro de un sueño mortal, sabiendo que el temor no era más parte de mi verdadera identidad de lo que era el dolor que había dejado de sentir hacía ya varios años. Instantáneamente sané del temor y de la duda, y me regocijé por lo que era ahora la curación total.
Estoy profundamente agradecido por la instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, que me ha proporcionado la fuerza espiritual necesaria para enfrentarme abiertamente a los retos del sentido mortal. Amo la Ciencia Cristiana y la comprensión que me está dando de que no hay poder aparte de Dios, la única Mente. De esta curación y del estudio de la Biblia y Ciencia y Salud he aprendido que la Ciencia Cristiana siempre está disponible para venir a salvarnos.
San Antonio, Tejas, E.U.A.